EN MADRID | QUÉ VER
Un 'Happy Meal' a escala humana: visité el Museo de la Felicidad y aún me dura la resaca
Situado en el barrio de Embajadores, acoge una veintena de experiencias diseñadas con el único objetivo de reducir estrés y liberar serotonina... pero no es implacable
Si no sonríe, no podrá acceder. Por mucho que pague los 15 euros de entrada, la única forma de abrir el Museo de la Felicidad es dedicando una mueca a una cámara. Cuantos más dientes, mejor. Sin olvidar achinar los ojos. Éste es el primer reto al que cualquiera habrá de enfrentarse si quiere, tal y como aseguran, salir de allí con un chute de endorfinas. En total, 600 metros cuadrados de abrazos, risas y besos diseñados con el único objetivo de reducir estrés y liberar serotonina.
Una vez dentro, toca saltar la cama elástica para recargar energía. ¿De un brinco? Tal cual. La idea es dejar atrás las preocupaciones y, por qué no, desenredar las tensiones. Incluidas las provocadas por la incertidumbre de adentrarse en este Happy Meal a escala humana. Aunque, claro, eso ya se comprobará al finalizar la ruta a través de la oportuna encuesta post-dosis. El centro, que abrió sus puertas el pasado 29 de septiembre, lleva a rajatabla sus correspondientes análisis.
El recorrido se divide en tres niveles con actividades muy diferentes. Ahora bien, lo esencial es contar al visitante algunos datos que apoyen su estrategia. Entre ellos, la felicidad entendida en términos de PIB, de renta per cápita, de inversiones… Todo lo necesario para enamorar primero la mente y, un pelín más tarde, reconquistar el corazón. Para ello, se valen también de personajes tan populares como Groucho Marx, Teresa de Calcuta, Mahatma Gandhi...
Tras analizar el poder de una sonrisa en la cara de La Gioconda, toca el turno del risódromo. Las instrucciones de esta cabina con aire de celda son claras: adoptar la postura de un pingüino y disfrutar de una sesión de risoterapia. Por sus características, no es una actividad apta para apáticos o reacios. Es importante dejar el sentido del ridículo a un lado… si no, lo pasará mal. Imagínese la estampa. ¿Terror o euforia? Toca elegir.
No se lesione en el abrazómetro
Piscinas de bolas, toboganes infinitos y realidad aumentada ayudarán a sacar un niño interior que, quién sabe, a lo mejor descansa mejor dentro de cada uno. Pero, bueno, para los intrépidos se trata de un experiencia religiosa. Sobre todo, cuando lleguen al abrazómetro. La función ya se la pueden imaginar. Así que, de entrar, desengrasen bien sus escápulas… no vaya a ser que de tanto ahuecar el pecho se lesionen.
La siguiente fase pondrá a prueba sus caderas: frente al skyline madrileño proyectado en la pared, deberá coger uno de los auriculares para bailar algunas de las canciones más vivaces del pop. Una estrella de postal, sin duda. Y, por supuesto, no puede olvidar dejar un mensaje en una especie de muro de las alegrías. Aquí, no se trata sólo de pasarlo bien… sino, además, de dejar constancia de ello. ¿Compartir la felicidad? Algo así. Aunque no te aseguran conseguirlo.
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