RUGBY | MUNDIAL 2023
Lecciones del Mundial: El TMO mató al rugby
Las intervenciones del árbitro de vídeo en los partidos, "para proteger la salud de los jugadores", condiciona las decisiones de los árbitros y el desarrollo de los partidos
El viejo rugby, litúrgico y combativo, ha pasado a mejor vida. Ahora se ha convertido en un negocio gobernado por viejos dinosaurios del establishment que perpetúan el statu quo con decisiones empresariales que nada tienen que ver con el deporte amateur que jugaron en su día.
Proteger la salud del jugador
Y lo que es más preocupante es víctima de un ‘tecnologocidio’, con la dictadura de un TMO que está haciendo desaparecer el rugby de contacto. El videoarbitraje, bajo el noble propósito de “proteger la salud del jugador”, ha adquirido un protagonismo que interfiere directamente en el desarrollo del juego y lo condiciona de forma decisiva. En un rugby profesional, con jugadores más rápidos, más grandes y más potentes, los contactos son colosales y eso dispara el riesgo de lesiones graves. Y para evitarlas se han multiplicado, quizás involuntariamente y seguro que con buena intención, las intervenciones de un TMO que termina por condicionar los partidos.
En la final del Mundial ente Sudáfrica y Nueva Zelanda se ha hablado mucho de las decisiones de Wayne Barnes, quien en realidad se limitó a aplicar el reglamento con literalidad y a atender las llamadas de su TMO. El inglés Tom Foley tuvo el ingrato rol de ‘chivato’ televisivo, descubriendo el agarrón del cuello de Frizell a Mbonambi, el placaje alto de Cane a Kriel o el cabezazo de Kolisi.
Barnes atendió las llamadas del TMO mientras trataba de gobernar con mano ecuánime una batalla física titánica en la que había mucho que pitar. Poco se puede decir de la expulsión de Cane, que, como las imágenes advirtieron, fue un placaje alto metiendo el hombro en la cabeza de Kriel, quien, por cierto, ni siquiera salió a pasar el protocolo de conmoción. No hubo factores mitigantes, fue un choque frontal y directo. En el caso de la amarilla de Kolisi las imágenes también dejan claro que se produce un choque de cabezas, no una carga del placador. Tanto Barnes como Foley hicieron su trabajo por más ruido que haya respecto a su labor.
Pero el problema es la dinámica que ha tomado el rugby en este tipo de partidos igualados y de enorme exigencia física. Juego al límite que es arbitrado apoyándose en una tecnología que termina por condicionar, cuando no decidir, estos partidos. Y el problema no va a cambiar en un deporte de contacto como el rugby en el que cada vez se va más al límite, lo que obliga a colegiados y árbitros de vídeo a intervenir más en aras de proteger a los jugadores.
No hay en estas líneas ánimo de poner el foco en la labor arbitral en la final y sí de analizar la dinámica peligrosa que ha tomado el rugby. Advertía el medio francés Rugbyrama: “Es loable proteger la salud de los jugadores y hacer que los niños quieran, mañana, venir y matricularse en escuelas de rugby sin miedo a perder algunos años de esperanza de vida. Esta tarea es importante, pero adquiere proporciones que están distorsionando nuestro deporte. Al desinfectar las zonas de contacto, negamos al rugby su calidad de deporte de combate”.
Deporte de combate
Advertía a ese respecto Romain Poite, ex árbitro internacional: “¡Tres tarjetas amarillas y una roja! El rugby es un deporte de contacto. Tenemos que aceptar las implicaciones de un juego de contacto. Hoy lo estamos desinfectando demasiado”. No fue un partido especialmente bronco ni indisciplinado, con cinco golpes de los kiwis y diez de los bokkes. Pero la tipificación de esas jugadas obligó a tomar decisiones a los colegiados que marcaron el desarrollo de la final en forma de inferioridades.
Si alguien busca en esto coartada para explicar el resultado se equivoca. Dos patadas falladas por Mounga y Jordie Barrett podían haber cambiado el resultado de un partido superlativo, sin cambiar esta preocupante sensación de que el rugby ha tomado una deriva que está haciendo que pierda su identidad de deporte de contacto. Lo vimos en el Inglaterra-Sudáfrica, en el Nueva Zelanda-Irlanda, en el Francia-Sudáfrica… Con partidos tan igualados, las decisiones arbitrales cobran mucha trascendencia. Demasiada. Y el rugby, sin contacto, no es rugby.
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