EL CUADERNO DE... (11)

En la guarida de Tulsa: “Me gustaría que hubiese más viejas pellejas en el escenario”

Miren Iza lleva 18 años liderando Tulsa, el proyecto que le ha permitido poner su corazón en bandeja: los siete elepés que ha editado han sido tan sinceros que la han mostrado empoderada y vulnerable a partes iguales

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Entramos en la guarida de Tulsa: el salón de su casa está repleto de discos, libros e instrumentos.

PI STUDIO | ALBA VIGARAY

Pedro del Corral

Pedro del Corral

No hay trampa en las palabras de Miren Iza. Es directa en vivo y en papel, como si necesitase calmar un ansia natural por decir la verdad. Ser clara le ha ahorrado tiempo, aunque no demasiados pensamientos. Que sea transparente tampoco quiere decir que sea poco rigurosa. Todo lo contrario: sus canciones son el ejercicio de introspección más espinoso al que se enfrenta, prácticamente, cada día. De ahí que escucharlas despierte sentimientos que creíamos neutralizados: amor, duda, alegría o decepción para exteriorizar aquello que, en cada fase, le ha restado horas de sueño. Lleva 18 años liderando Tulsa, el proyecto que le ha permitido poner su corazón en bandeja: los siete elepés que ha editado han sido tan sinceros que, por instantes, la han mostrado empoderada y vulnerable a partes iguales.

“He podido envejecer bien en la industria. Deshacerte de la validación externa y confiar en ti es un poderoso motor. Tienes que olvidarte de cómo las van a recibir los demás para ponerte al servicio de ellas”, explica la cantautora, que fundó Electrobikinis en los 2000. Tras dos temporadas de punk y asfalto, decidió arrancar un grupo que tuviese a Nacho Vegas, Christina Rosenvinge, Nick Cave o Bob Dylan en el imaginario. Tulsa es el resultado de noches escarbando, desenterrando y lapilando. Una brecha de emociones que le ha permitido trazar un mapa de su vida a través de la música. “El primer disco fue visceral ya que me subí a una ola que ya existía. Si algo me dolía, lo vomitaba. En el último, el proceso se ha invertido. Hasta que la producción no está finiquitada, el tema no existe”.

El cuaderno donde Miren Iza compuso la canción 'Amor o transferencia'.

El cuaderno donde Miren Iza compuso la canción 'Amor o transferencia'. / ALBA VIGARAY

Con la honestidad que le caracteriza, Miren recibe a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA en una casa tan luminosa como ella. “Bienvenidos, poneros donde queráis. Termino de pintarme las uñas y estoy”, dice sentada en la mesa que corona su salón. Radiante y acogedor, está repleto de fotografías, libros e instrumentos. “El sofá no lo saques, por favor. No me gusta demasiado”, apunta entre risas a la par que cierra el bote de esmalte. Entonces, se dirige a la silla donde tendrá lugar la conversación y, de inmediato, suelta: “Dispara”. Empezamos a hablar de pop, abuelas y lexatín como quien lo hace del parte meteorológico. Hay tanta espontaneidad en ella que, de repente, suelta el titular de la entrevista: “Me gustaría que hubiese más viejas pellejas en el escenario”. Una apreciación que, sin pretenderlo, reorientó la charla hasta el final. Incluso fuera de cámaras.

P. ¿La ingenuidad de los inicios le condicionó al plantear según qué temáticas en sus canciones?

R. No. De los 20 a los 30 hay una inconsciencia única. Es la mejor época para muchos creadores. Te crees que partes la pana. A mí me gusta pensar que no tengo este perfil, soy más lenta. Me he dejado llevar.

P. A los 45 años, ¿ha cambiado su forma de componer?

R. He evolucionado. Y es maravilloso. Espero que, dentro de otros 20, siga desvelando cosas que desconozco. Qué interesante, ¿no? Una cosa es cómo te imaginabas de joven y otra cómo eres. Hay quien prefiere no usar esa capacidad reflexiva porque les da temor verse en determinados espejos. A mí me parece divertido.

P. ¿Se ha vuelto más permisiva al escribir?

R. Me gusta pensar que he ganado confianza y que el juez interno, por fin, ha acabado amordazado en una esquina.

Romper el código

Las pausas que se ha ido tomando han sido vitales. Nunca ha sentido la obligación de componer. Cuando lo ha hecho, ha sido por convicción. Quizá, no en los ciclos que marca la industria. Pero sí, sin duda, en los que ha dictado su pulso. “A veces, he pensado que no volvería a sacar más discos. Era una posibilidad que me ha liberado. Si la idea llega, genial. Si no, no pasa nada”, asegura desprejuiciada. No quiere sentir que hay una obligación detrás de la pasión que transformó en oficio. Le gusta experimentar tanto como cavilar. Una actitud que no pende del consumo inmediato que se ha impuesto. Cada obra que ha alumbrado es un bofetón a esta prisa. Es directa, dicho está. Pero también meticulosa. Disfruta de cada estrofa, acorde, imagen.

'Amadora' es el último disco que Miren ha publicado bajo el nombre de Tulsa.

'Amadora' es el último disco que Miren ha publicado bajo el nombre de Tulsa. / ALBA VIGARAY

“Tengo la sensación de que se ha abusado de las metáforas. Hay quienes las han empleado para esconder que no tienen nada que decir. A mí me gusta romper el código, por ejemplo, alterando el número de sílabas que caben en un verso. Así la letra emerge más”, sostiene. Igual que hay canciones cerebrales, existen otras que salen en cuestión de minutos. A Miren le sucedió con Gran fuerza domadora: “Aunque la compuse en media hora, luego nos costó encontrarle el punto en la grabación. No salía ni para atrás. Sin embargo, un leve matiz nos ayudó a reconducirla. No sé si son las mejores, pero son las que más cariño despiertan”. Eso sí, hay que estar atenta. Y, por supuesto, provista de buenas herramientas para captarlas. Antes, tiraba de bolígrafo y libreta. Ahora, de notas de audio.

P. Es de la misma generación que David Bisbal, ¿intercambiaría sus carreras?

R. No está en mi naturaleza el arrojo que tuvo para afrontar el éxito. Lo habría rehuido. Fíjate, a un nivel mucho más pequeño, al principio rechazaba cualquier tipo de exposición. Con la edad, me he dado cuenta de la importancia que tiene la comunicación con el público para sostener un proyecto. Admiro a la gente que ha tenido una trayectoria tan larga, pues deben contar con una inteligencia para lidiar con la fama que yo no poseo. Por ello, precisamente, me repliego en mi guarida. No me gusta poner en riesgo mi núcleo.

P. ¿Hubiese participado en Operación Triunfo?

R. Que va. No obstante, cuando vi aquella primera edición, soñaba con estar en una academia así. El aprendizaje era brutal. A pesar de que no lo veo hoy, conozco a Amaia Romero y Natalia Lacunza. Son la flor en mitad de la vía.

P. ¿Estamos ante otro mercado?

R. Siento que hay más precariedad. Al menos, en el sector independiente. Ten en cuenta que, cuando arranqué Tulsa, ya había una crisis. Hay quien trabaja con poquitos medios, lo que dificulta las entregas. Como contrapartida diré que hay más talento que nunca. Tal vez es el último espejismo antes de que todo se derrumbe. No hay tiempo para detenerse, para rematar. ¿El problema? No sé… ¿Hablamos de la inflación? Hemos aceptado que la productividad es fundamental y que, en consecuencia, debemos asumir la ansiedad que va a ella unida. Parte de la solución está en marcar distancia con esa instancia fantasmal que nos acecha para producir más y más. Debemos ser responsables con nuestros propios ritmos.

Miedos proyectados

Amadora, su último álbum, pone el foco “en aquellas mujeres atrapadas en lo invisible, necesitadas e ignoradas, que reclaman, con dolores, tensiones y ansiedad, el respeto que se les ha negado”. No es un cancionero al uso, sino la reivindicación de una fragilidad y una esperanza dolorosamente personal. Por ello, aunque hable por boca de un personaje, no abandona la primera persona del singular. “Hay muchos miedos proyectados en estos cortes. Al poner mi voz y mi cuerpo a su disposición, no quise alejarme tanto”. Justo lo que esta banda rechaza. De nuevo, no hay artificio ni medias tintas. Sólo el relato de alguien que ha hurgado en su herida con la seguridad que da la madurez. Cruda como siempre.

Antes de arrancar Tulsa en 2006, Miren lideró el grupo de punk Electrobikinis.

Antes de arrancar Tulsa en 2006, Miren lideró el grupo de punk Electrobikinis. / ALBA VIGARAY

Este reflejo, en parte, ha sido posible gracias a su bagaje como psiquiatra. Su otra profesión le ha ayudado a plasmar aquello que, de otra guisa, hubiese costado más procesar. “He conseguido integrar los dos campos aquí. Sigo dedicándome a ambos, pero estoy más centrada en la música. Solicité una excedencia para descansar, sentía que me agotaba poco a poco”, señala. Asimismo, al optar por la autoedición, necesitaba concentrar los esfuerzos en este proceso. No fue sencillo: “Es muy solitario y tampoco sé si lo hago bien. Pero me compensa por la libertad que me da. Prefiero ser la dueña del master y cantar lo que me salga. Y, bueno, cuando me da pereza hacer algún trámite… ¡no lo hago! Hay un carácter empresarial que, por mi temperamento, no va demasiado conmigo”.

P. En Tacones lejanos reflexiona sobre lo complicado que son, en ocasiones, las relaciones entre padres e hijos. Es cierto que ser padre no es fácil, pero ser hijo tampoco lo es.

R. Hijos somos todos y, sea complicado o no, tenemos que lidiar con ello. En cambio, no todos somos padres y, por lo visto, cuando te conviertes en uno atraviesas un umbral que el resto no es capaz de entender. Lo bueno es que no se nos cuestiona tanto como a ellos. Intentamos culparles de cómo somos y qué nos sucede. Y la mayor parte de las veces no son los responsables.

P. ¿Se sigue penalizando a las artistas que deciden ser madres?

R. Sí, indirectamente. Imagino que como en cualquier ámbito profesional. Cuando Patty Smith se retiró para criar a sus hijos, la empezaron a llamar vaca. Tenemos que analizar por qué esta decisión la han de tomar ellas cuando sus parejas son corresponsables. Además, hay una matrofobia instaurada. He llegado a oír: “Yo jamás he trabajado con madres”. ¿Perdón? Con estos comentarios hay quien asume que no son parte activa de la sociedad y que no tienen un discurso político. Las señoras deben tomar el espacio público. Últimamente, me da igual lo que diga Mick Jagger porque ya no me apela demasiado. Quiero que me hablen mujeres mayores. Necesito esa referencia porque, si no, cada vez habrá más desamparo.

P. Ese carácter reivindicativo se intuye en 024, una canción sobre el suicido con un poso positivo.

R. La escribí porque Amadora tenía angustia. Y, cuando no ves la salida, el pensamiento suicida te alivia. Era un dolor presente, por lo que no podía saltármelo en el arco narrativo del disco. Como buen tabú quise darle la vuelta y tratarlo. Quería hacer un Qué bello es vivir musical. Mi abuela murió con 96 años y no quería morirse. Su sueño era seguir viviendo para ver cuantas más cosas mejor.

Acogerse al amor

Este amor ha sido una constante en su carrera. A veces, camuflado. Otras, en carne viva. Lo ha explorado en todas sus facetas. Quizá, para identificar aquello que desea dejar atrás. Pero, en especial, para resguardar lo que un día le disparó las pulsaciones. “Hay temas que ya no toco porque no me identifico con la ideología que transmiten. En Oda al amor efímero, por ejemplo, hay una rubor en el ridículo que me interesa rescatar. Por contra, Seguramente me lo merezco la impugno. No puedo con ella. Destrucción mutua asegurada es diferente. Se trata de una parodia de las citas que tenemos. Es curioso porque, a veces, utilizo esta emoción para abordar otras. Venda, vendita, venda la emplea para tratar una desafección política”.

Nacho Vegas y Christina Rosenvinge son dos de los referentes de Tulsa.

Nacho Vegas y Christina Rosenvinge son dos de los referentes de Tulsa. / ALBA VIGARAY

Un crecimiento creativo que encaja, cómo no, con el vital: la forma de expresarse es tan distinta como el modo de vivir el amor. Y eso ha tenido su transcripción en la partitura. “Antes, lo vivía con una intensidad que era imposible que no inundara las canciones. Hoy, no. Si bien sigue siendo un mimbre de la sociedad con poder, ahora tengo la capacidad de equilibrarlos desde fuera”, subraya. ¿Qué pasa, entonces, con aquellas letras en las que volcó sangre y sudor? ¿Sería un buen momento para reescribirlas desde este nuevo ángulo? La respuesta es tajante: “No. Sólo las regrabaría si fuese para que el sello no tuviese los derechos. En ese caso, sí que introduciría algún detalle. Pero rehacerlas para subsanarlas no lo veo… Para eso, te plantas otro álbum. En el fondo, cada uno es una enmienda al anterior”.

P. ¿Qué le queda aún por contar?

R. Mucho. Ya tengo una idea para el futuro. Aún no la estoy desarrollando… Quizá, se la acabe llevando el viento. Cuando termina una etapa, la cabeza tiene tanta necesidad de cambiar de tercio que aparecen ideas nuevas. La mayoría acaba en la basura, pero me ayudan a mantenerme en pie. Viva.  

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