ENTREVISTA | MÚSICA Y TEATRO

Tulsa y María Velasco: "La mujer ha sido depositaria de los cuidados y eso se ha confundido con un instinto natural, cuando es una construcción social"

Cantante y dramaturga se unen para llevar a escena 'Amadora' en el próximo Festival de Otoño, una obra sobre el dolor con el que han aprendido a convivir las mujeres de distintas generaciones

La cantante Tulsa y la dramaturga María Velasco en Madrid.

La cantante Tulsa y la dramaturga María Velasco en Madrid. / ALBA VIGARAY

Mujeres abnegadas y siempre disponibles para cuidar al marido, al hijo, al nieto. Mujeres cansadas y doloridas y adictas a la queja. Mujeres que no saben por qué el cuerpo se les quiebra y doblega, mujeres a las que nos parecemos o pareceremos y de las que renegamos o renegaremos. Mujeres con las que reconciliarnos “para ser capaces de cuidar, incluso de amar, sin hacernos el harakiri dos o tres veces al día” porque son nuestras abuelas y nuestras madres y quizá alguna de nuestras amigas o hermanas. Mujeres con un bote de pastillas en la mesilla de noche, “atrapadas en lo invisible, universalmente necesitadas e ignoradas, que reclaman de manera indirecta, con dolores, tensiones y ansiedad, el respeto que se les ha negado”.

De esas mujeres y de todo el dolor que habita en sus cuerpos habla Amadora, el primer proyecto conjunto de la cantante Miren Iza, Tulsa, y la dramaturga y directora escénica María Velasco, una pieza que se estrenará el próximo mes de noviembre en el Festival de Otoño de Madrid, producida por Teatro Kamikaze y con coreografía de Josefina Gorostiza. En el reparto, Socorro Anadón, Celia Bermejo y Carmen Mayordomo y los músicos Clara Collantes, Mariana Pérez Abendaño y Javier Carrasco Cobo, porque en Amadora hay un texto escrito por Velasco y unas canciones escritas por Iza, que interpretará con su banda en un espacio escénico que será un hogar y una jaula, pero también una sala de conciertos. Una tarde de mediados de julio, en un café de Madrid, ambas creadoras charlaron con este diario sobre este proyecto aún en proceso que ambas dedican “a las madres que nos parieron” porque, como ya dijo Virginia Woolf, "si somos mujeres, pensamos a través de nuestras madres”.

P. ¿Cómo nace Amadora, de qué necesidad?

Miren Iza. Amadora nace de unas ganas horribles de salir de la estereotipia de la música, del circuito y las dinámicas de siempre de disco-sala-festival, romper un poco la barrera de ese lenguaje. Nace también de los conflictos que a mí me origina mi trabajo como psiquiatra porque no sé muy bien dónde colocar el dolor de los demás, un dolor que voy absorbiendo y que necesito colocar en algún sitio. Hace años hice una incursión en la obra Las bárbaras, de Lucía Carballal, y me quedé muy prendada de ese universo teatral. Pero al principio no sabía si esto iba a tener forma de canción, de texto, de movimiento… no tenía ni idea.

P. ¿Quiénes son los demás?

M.I. En ese dolor de los demás, que es una cosa infinita, se fue definiendo un dolor físico que me interesa mucho y que está por ahí flotando, concretamente en las mujeres. Cuando empiezas a rascar un poco te preguntas: "Joder, a las mujeres que cuidan, a mi madre o a mi hermana, ¿qué les pasa? ¿Por qué sostienen tanto que el cuerpo se doblega, se quiebra?" Eso se fue afinando poco a poco y se fusionó con que yo tengo anotaciones muy antiguas en libretas con el nombre de Amadora, la ciudad. Y entonces un día nos encontramos tú y yo, te dije que necesitaba una dramaturga un poco punki y me hablaste de María Velasco.

Tulsa y María Velasco se conocieron inicialmente a través de las redes sociales.

Tulsa y María Velasco se conocieron inicialmente a través de las redes sociales. / ALBA VIGARAY

P. ¿Cómo fue ese encuentro?

María Velasco. Al principio fue casi una correspondencia epistolar. Ella empezó posteando en Instagram mi libro Parte de lesiones (La Uña Rota), hizo un reel… y yo lo vi y pensé en cómo le habría llegado mi libro a Tulsa.

M.I. (Risas) Instagram es muy bueno para los tímidos y ahí estaba lanzando la caña, cuando todavía no te atreves a decir "Hola, te quiero meter en un proyecto".

M.V. Luego esperó un tiempo prudencial y me escribió un correo, me habló del libro y me dijo que había sentido una afinidad muy fuerte, que sentía que de alguna manera compartíamos universo. Y cuando quedamos me habló de esa fatiga que yo, como dramaturga, autora y directora también comparto hacia el teatro, yo trabajo también contra mi medio. Miren me dijo: "Estoy fatigada de la música, de los circuitos convencionales y quiero salir de ahí". Y le contesté que eso me interesaba porque yo también necesito de vez en cuando ir hacia los bordes.

M.I. Yo sentía, sin conocerte, que había cosas como muy bestias de afinidad, ¿sabes? Y, además, compartimos una historia norteña en un colegio de monjas.

M.V. Nos dimos cuenta, indagando en nuestro pasado, que habíamos compartido el mismo educador de sexología, que era un fraile. Era un hombre que se movía por los colegios, supongo que religiosos, hablando de sexualidad. Y nos contaba las mismas anécdotas con el objetivo de meternos muchísimo miedo sobre el sexo…

M.I. Quedamos varias veces y yo le hablo de mi pregunta, porque esto solo busca responder una pregunta enorme, le interesa el tema y le empiezo a pasar canciones… y ella me dice que las escucha obsesivamente.

P. ¿Cuál es esa pregunta que atraviesa toda la pieza?

M.I. De dónde viene el dolor de las mujeres, si el dolor en el cuerpo de las mujeres es cultural y por qué está en sus cuerpos y no en el de los hombres. Esa es la pregunta y, claro, no hay una respuesta.

M.V. Yo casi siempre soy muy de estómago escribiendo y le decía a Miren que para trabajar a partir de su idea original tenía que buscar también cuál era mi implicación emocional con el tema. Y a mí me interesaba ver cómo había tenido que autodefinirme casi por oposición a mi madre o a los roles maternos. Miren y yo adoptamos esa perspectiva casi de hijas sin hijos para hablar de cómo nos habíamos pensado y definido en comparación o por oposición con nuestras madres. Yo había indagado en la relación con el padre en otras obras, pero no con mi madre porque para mí era prácticamente un tabú. Y el proyecto de Miren me ha servido mucho como catalizador. Ah, y otra extraña coincidencia es que ella comparte fecha de cumpleaños con mi madre.

M.I. El día que te enteraste casi dejamos el proyecto, fue un shock (risas).

P. Amadora es la chacha, la fregona, la canguro de sus nietos, la secretaria, la fontanera… Amadora es una o son muchas, pero en el texto hay tres voces de tres mujeres de distintas edades…

M.V. Queríamos convertir el monólogo en una especie de polifonía, que hubiera esa terna de cuerpos y voces diferentes para que ese personaje no coincidiera con un único tipo de mujer porque realmente creemos que esa situación ha sido transversal. Es decir, entre clases sociales, entre distintas generaciones, la mujer ha sido depositaria de los cuidados y eso se ha confundido con una especie de instinto natural o algo biológico, cuando es una construcción social. Desde la domesticofobia, y a veces también desde eso que en literatura se llama matrofobia, yo necesitaba reconciliarme con esa figura para reconciliarme justamente con eso, con los cuidados, con el amor, y entenderlos desde otro lugar.

"Queríamos convertir el monólogo en una especie de polifonía, que hubiera esa terna de cuerpos y voces diferentes para que ese personaje no coincidiera con un único tipo de mujer"

María Velasco

M.I. Yo creo que lo interesante es que no están solo nuestras madres, es que esto sigue y en gente de nuestra edad operan los mismos mandatos. Seguramente tendrán en el futuro los mismos problemas, aunque ahora no sean tan acuciantes, no se note tanto o se disimule porque el sistema se encarga muchas veces de cambiar las palabras para que se cumpla el mismo objetivo, que es que esas mujeres estén cuidando porque, claro, quién va a renunciar a esa figura tan abnegada, que no pide nada y lo da todo. Bajo el mandato de la bondad, de la santidad, eso sigue operando a tope, esa mujer que puede con todo, la madre moderna que es super capaz…

M.V. Amadora es madre, pero también es hija, y a mí me interesa que esas mujeres compartieran el monólogo, pero que también pudieran desdoblarse, porque estamos hablando de un dolor compartido. He pensado mucho en todo ese aparataje de la Sección Femenina con el que se crió mi madre, esa idea del hogar encarnado en la mujer, el ángel del hogar y la maternidad como la misión más elevada… Y realmente hay una herencia muy pesada que ha pasado de generación en generación y que creo que es compartida tanto por la que ha sido madre como por la que ha sido cuestionada por no serlo.

P. En el texto de Amadora hay referencias a Virginia Woolf, Ingmar Bergman, John Cassavetes, Chantal Maillard, Sylvia Plath…

M.V. Nos interesaba ir desde el lugar común de Qué he hecho yo para merecer esto a la deconstrucción, el cine de Chantal Akerman o la película Jane por Charlotte sobre Jane Birkin… Hemos ido también de la madre biológica y la herencia recibida a nuestras madres referenciales, desde las Madres de Plaza de Mayo a las escritoras e intelectuales que nos han llevado a la emancipación. Y, para la puesta en escena, hemos pensado también a qué nos queríamos acercar y de qué nos queríamos alejar, y está esa idea de señora, porque nosotras decimos que somos mitad punkis, mitad señoras. La señora ha sido siempre un lugar común, un chiste.

M.I. Es un personaje temido. Yo siempre le digo a María que la parte que nos compete de la propia Amadora es, por lo menos en mi caso, el temor a ser una señora.

P. Además de esa pregunta acerca del dolor de las mujeres, hay una idea que atraviesa todo el texto, y es la de la domesticación.

M.I. Yo tenía animales que poblaban las canciones, unos más bestializados que otros, y eso llevó a que María se preguntara qué diferencia hay entre un lobo y un perro o qué pasa con el animal humano cuando está en su jaula, qué pasa con la mujer cuando está en esa jaula que es la casa y poco a poco se va domesticando, o si es una domesticación que viene de antes, de la charla del cura o de tu abuela que te dice que no te rías de una determinada manera. No lo sé, hay millones de señales para que te inhibas constantemente. La domesticación en el ser humano es muy sutil, muy sofisticada y muy crónica, creo que no acaba nunca.

"La domesticación en el ser humano es muy sutil, muy sofisticada y muy crónica, creo que no acaba nunca"

Miren Iza

M.V. Para mí era muy importante escribir ese contexto de encierro, de silencio, de aislamiento de la esfera pública del personaje y luego esa domesticación, eso que va contra nuestra naturaleza. Y me gustaba la metáfora de Caperucita, pero es el lobo el que se convierte en abuela. Hablábamos Miren y yo de que para muchas de estas mujeres que mantienen la queja no hay tratamiento alguno que las alivie y tienen que buscar las causas a ese dolor más allá de lo físico. Para el personaje de la obra me aparté de esa idea del catolicismo de un dolor que redime, pero es verdad que el dolor conlleva una metamorfosis, uno sale como renacido al mundo, y esto es lo que lleva a Amadora a una especie de autoconocimiento. A partir de ahí hay una entropía en lo doméstico y una fuga, una fuga que nosotras decimos que es la de una presa política…Y ese vuelo en escoba que hace Amadora al final no sabemos si es hacia una demencia o hacia la soledad porque ella dice que la libertad es un camino de pérdidas, y eso hay que contarlo con el cuerpo, con esos cuerpos que se van liberando, y con un espacio que al principio refiere a elementos del hogar que descontextualizamos y que al final es una sala de conciertos, donde ella es una mujer anónima, donde ya no tiene la presión de ser otra cosa que lo que ella sienta.