ASUME TU BARRANCO: CONVERSACIONES SOBRE EL FRACASO (I)

Remedios Zafra: "Todo lo que se resalta cuando se enfatiza el triunfo contribuye a idealizar el individualismo"

Hasta los más grandes o los más brillantes han caído en algún momento para después volver (o no) a levantarse. Con esta conversación con la investigadora y ensayista Remedios Zafra inauguramos una serie de charlas en torno a la idea del fracaso sin ninguna pretensión más allá de entenderlo y normalizarlo: es algo que nos puede pasar, nos pasa, a todos y todas

La académica y ensayista Remedios Zafra.

La académica y ensayista Remedios Zafra. / ARCHIVO

'Asume tu barranco' es una frase popular que se usa en Venezuela para explicar que “uno es el único responsable de solucionar sus problemas con la vida”. Lo cuenta en su libro Notas de suicidio (La Uña Rota) el artista y escritor Marc Caellas, coautor también de Yo sé perder, una pieza teatral que reivindica la dignidad del fracaso frente a la neurosis del éxito. Elegimos Asume tu barranco como título para esta serie de artículos veraniegos sobre el fracaso porque la frase concentra de forma brillantísima eso que el neoliberalismo lleva tanto tiempo enseñándonos: que somos los únicos responsables de lo que conseguimos o no, de si triunfamos o fracasamos, sin tener en cuenta la realidad y las condiciones en que vivimos. Asume tu barranco es un espacio de conversación que busca evidenciar las grietas de esa premisa y que interroga a distintos profesionales de la cultura sobre sus derrotas y, por tanto, sobre su propia visión del fracaso. No se trata de glorificarlo, tampoco de idealizarlo o de hacer autoayuda: presumir del fracaso como algo cool e inspirador desde una posición de privilegio o de supuesto éxito no tiene sentido. El fracaso no es un valor en sí mismo y la resiliencia nos parece una de las grandes estafas contemporáneas. No nos interesa esa dialéctica.

Por Asume tu barranco pasarán el actor y director de escena Lluís Homar, el músico Nacho Vegas, el productor de cine Enrique Lavigne y el escritor Santiago Posteguillo. Hablar del fracaso propio significa compartir fragilidad y nos interesaba que fueran hombres quienes lo hicieran, pero es una mujer quien abre fuego porque su obra ha inspirado, en parte, el nacimiento de esta serie de artículos: Remedios Zafra, profesora de universidad, investigadora del CSIC y autora de los ensayos Frágiles, El bucle invisible y El entusiasmo. En este último escribe: “El triunfo es en directo. El fracaso también. (…) Descubrir que, por muy singulares que las personas se crean, todas ellas viven situaciones parecidas, revive una solidaridad erosionada por la vida competitiva”.

P. Hace unas semanas, cuando ganó Wimbledon, Carlos Alcaraz dijo: “He hecho historia, estoy muy orgulloso de mí mismo y lo hubiera estado incluso en la derrota”. Hay quien le afeó en Twitter que hablara de su triunfo con esa rotundidad, sin esa modestia que parece exigirse a quien tiene un éxito de esas dimensiones…

R. Eso tiene que ver con la forma en que nos han educado en el trabajo, que nunca es suficiente. Para Alcaraz, como para la mayor parte de personas de este país, el trabajo dignifica y el trabajo es lo importante, ganes o pierdas. Pero hay algo importante en su manera de verbalizar el éxito que puede chirriar a algunos porque estamos acostumbrados a una falsa humildad, a esperar que quien triunfe se achique un poquito para no incomodar o dañar la banalidad de los días de quienes no han tenido ese éxito. Creo que Alcaraz apunta a una superación del síndrome del impostor, esa impostura que tanto se relaciona con el trabajo, con la sensación de que incluso cuando tienes éxito tienes que compartir la parte negativa porque sientes que no te lo mereces del todo o crees que es una racha de suerte y no algo estabilizado. Esto está cambiando porque también la sociedad está transformándose. Creo que podemos acceder no solo a hacer bien nuestro trabajo, sino a ser excelentes, a tener ese triunfo y, en este caso de Alcaraz, me da la sensación también de que él no hace sino repetir lo que otros dicen, lo hace con esa juventud que le permite asumir frases que están testadas: si los demás lo dicen, ¿por qué no lo voy a decir yo?

P. Somos frágiles y lo verbalizamos, y esa conversación cada vez más pública tiene que ver con la importancia que le estamos dando a los cuidados, pero no sé si somos capaces también de asumir y compartir las derrotas, los errores y los fracasos.

R. Hay una relación muy interesante entre esas nuevas formas de ser, de mostrarnos, que no se mueven bajo el modelo de triunfador capitalista que lo consigue todo, que si se esfuerza lo logrará todo a costa de una fuerza de voluntad constante. Yo teorizo sobre la fragilidad o la vulnerabilidad como algo que ha estado feminizado y, por tanto, denostado y vinculado a determinadas formas de ser que no se proponían como modélicas, privándonos de la libertad de reconocer esos puntos débiles que reivindica la sociabilidad. Es decir, todo lo que se resalta cuando se enfatiza mucho el triunfo contribuye a idealizar el individualismo más propio de un contexto capitalista competitivo donde parece que los demás te sobran. Sin embargo, cuando uno reconoce su fragilidad está haciendo una llamada de atención sobre el hecho de que solo no puede nada y que necesita de los otros para avanzar y construir. Pienso que la puesta en escena de lecturas positivas de cosas negativas como el fracaso o la fragilidad habla de ese cambio y habla también de una feminización de la cultura a través de esta idea que tú comentabas, los cuidados. Cuando hablamos de poner en el centro los cuidados o de reivindicar la potencia política que tienen los cuidados hablamos de que necesariamente tenemos que reconocer las partes débiles del sujeto. Es muy interesante cuando en el feminismo se habla, por ejemplo, de masculinidad y hay autoras que reivindican la necesidad de matar al ángel de la casa no solo en relación a ese mito de quien se entrega a los demás, sino a que esos modelos de masculinidad también reconozcan su vulnerabilidad y, por tanto, sus fracasos.

El contexto de desigualdad, efectivamente, hace que no todo el mundo se pueda permitir fracasar"

P. Hablemos de los suyos.

R. Cada cosa que he logrado, y me refiero a una plaza estable o a un reconocimiento literario o ensayístico, ha venido precedida de multitud de fracasos. Cuando me han dado un premio, he perdido antes cinco o seis. Cuando he obtenido una plaza como profesora, antes me he presentado a otras en las que me han dicho que no. Hay muchas personas, y yo me encuentro entre ellas, que hemos tenido la suerte de que nuestras familias, nuestros contextos, han confiado en nosotros. Mis padres no han estudiado y siempre se bloqueaban y se les amontonaban las palabras cuando querían aconsejarme. Me decían: no sabemos, tú misma, haz lo que decidas. Y ese ‘tú misma’ significaba: aventúrate y equivócate. Yo comencé a estudiar por una suma de errores y pasé por Telecomunicaciones, Bellas Artes, Antropología… Si hubiera estado asesorada por personas estudiosas me habrían orientado de manera más clara, sí, pero me habría perdido todo ese grandísimo aprendizaje que se extrae de equivocarte tú misma y aprender de esos errores. Ese aprendizaje fue absolutamente crucial para mí.

P. Creo que hay quien puede permitirse el error y el fracaso y quien no puede permitírselo, y eso tiene que ver con nuestras condiciones materiales y con el sostén, no solo económico, capaz de protegernos o no cuando nos caemos.

R. Sí, el contexto de desigualdad, efectivamente, hace que no todo el mundo se pueda permitir fracasar. Esto es terrorífico porque fracasar es la base para todo lo demás, o sea, intentarlo implica la posibilidad de considerar que el fracaso es una opción. En mi caso, que mis padres no me asesoraran o confiaran en mí fue algo positivo para que no penalizaran mis errores, pero yo partía de una matrícula de honor. En cambio, a mi hermana, que tenía unas notas buenas pero más bajas, no le permitían fracasar. Con ella sí que actuaron de una manera mucho más exigente, sin permitirle ese derecho a probar. Si miramos más allá, quienes nacimos en los años 70 teníamos muy asentada la idea de que un suelo de garantía social, de educación pública, nos permitía una base para poder crecer y también para poder fracasar. Esto ya no es así y creo que lleva un tiempo sin serlo. Hay una penalización por parte del contexto, que proyecta sobre ti una expectativa de que no lo vas a lograr, esa expectativa reiterativa que termina por achicarte. Esa posibilidad de poder experimentar el derecho al fracaso nace en contextos donde las expectativas no te estén boicoteando constantemente y en contextos de desigualdad, quien tiene pocos recursos no tiene esa libertad.