SENSACIÓN NORUEGA

Drogas, violencia y 'hard trance': así es 'Kids in crime', la serie más salvaje de Filmin

Ganadora de cuatro Gullruten televisivos, esta serie tiene una actitud crítica con la actuación del gobierno noruego respecto a los jóvenes delincuentes de principios de los 2000

Lea Myren (Monica) y Martin Øvrevik (Pål) en una imagen promocional de ’Kids in crime’.

Lea Myren (Monica) y Martin Øvrevik (Pål) en una imagen promocional de ’Kids in crime’. / TV 2

Juan Manuel Freire

Juan Manuel Freire

Kenneth Karlstad hizo Kids in crime (Filmin), su serie sobre jóvenes descarriados, pensando en otros jóvenes descarriados, pero al final conquistó con ella incluso al club de ganchillo de su madre y a la Asociación Noruega de Productores de Cine y Televisión, que decidió distinguirla con cuatro Gullruten televisivos (o los Emmy noruegos), incluyendo el de mejor serie dramática. La fórmula de esta historia iniciática es ganadora: delirio psicotrópico, violencia impactante, banda sonora trance, buenas dosis de humor y más bien poca moralina.

En su paso de los vídeos musicales y cortos a las series, Karlstad adoptó el viejo lema del "escribe sobre lo que conoces". La serie es, nos dice por videollamada, autobiográfica en al menos un 50%. Y sobre todo en el 50% de la serie, los cuatro primeros de sus generalmente breves (20 minutos) ocho capítulos. "Como mi protagonista, Tommy [Kristian Repshus], también hacía deporte de adolescente y tuve que dejarlo por una lesión. Para pasar el rato, me dediqué a estar por ahí con gente de mi edad. Pero quienes me interesaban eran algunos chicos más mayores que siempre la estaban liando, que se metían en peleas y cosas así".

En una pequeña ciudad, Sarpsborg, donde el nuevo siglo no ha traído grandes novedades, Tommy acaba dejándose engatusar por las drogas y la vida criminal tras reconectar con un viejo amigo, Pål Pot (Martin Øvrevik), aquejado de TDA (Trastorno de Déficit de Atención sin Hiperactividad) y amante de la velocidad. Es su enlace con el mayor camello de Rohypnol de la localidad: el carismático Freddy Infierno (ese astro noruego llamado Jakob Oftebro), cuya novia Monica (Lea Myren) llama la atención de los dos amigos. ¿Qué puede salir mal en todo esto? 

"Lo del Rohypnol fue casi como una epidemia en Noruega", recuerda Karlstad. "Era muy fácil conseguirlo y era muy barato. La gente empezó a tomarlo sin medida; era como la droga de iniciación". Él logró dejar su búsqueda de sensaciones antes de recorrer pasillos peores. "Nunca llegué a engancharme a nada. Solo era diversión para mí. Cuando tenía 22, 23 años, muchos de mis colegas empezaron a consumir drogas más duras y aquello dejó de tener cualquier gracia. Me había hecho carpintero y en eso me concentré, en llevar a cabo mis proyectos". 

Un gobierno castigador

Aunque nuestro entrevistado quería hacer una serie escapista sobre el escapismo, no quiso dejar de lado el componente crítico. "La serie es, en parte, sobre lo mal que se las arregló el gobierno noruego con los jóvenes delincuentes en el 2001. Como vemos en la introducción, hubieron muchos debates sobre qué debía hacerse con ellos, y las conclusiones parecían ser siempre las mismas: castigos, castigos y más castigos, en lugar de tratar de escucharles o averiguar qué se podía hacer con sus problemas". 

En más de un sentido, Kids in crime invita a las comparaciones con Trainspotting, pero Karlstad señala también influencias escandinavas como la saga Pusher, de Nicolas Winding Refn, de la que es casi su revisión juvenil y semiparódica, o Lilya forever, imborrable drama sobre explotación sexual de Lukas Moodysson. En busca de la energía formal de todas estas referencias, Karlstad se divierte incrustando partes grabadas en VHS en el metraje panorámico en 4K. "Es como si la cruda realidad irrumpiera en el mundo cool que los personajes tienen en su cabeza", dice el director.

Ya desde el magistral plano secuencia de la primera pelea (de unas cuantas) se advierte la importancia de la música para este prometedor cineasta: ese tema hard trance (Supa-Dupa-Fly, de 666) no está ahí como floritura, sino que es la esencia de todo. "La música es la razón por la que hago cine. Cuando era joven ponía imágenes en mi cabeza a las canciones. Mis escenas favoritas parten de temas cuyo título aparecía escrito en el guion. En realidad no íbamos a usar a 666, sino La passion de Gigi D'Agostino, pero el hombre no nos dejó usarla. Menos mal que al final 666 quedó tan bien".

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