REPRESIÓN EN NICARAGUA

Sergio Ramírez, tras la confiscación de su fundación por el gobierno de Ortega: "Soy un blanco preferido de esta dictadura"

El escritor nicaragüense exiliado en Madrid habla sobre la entrada por la fuerza de la policía en el edificio anexo a su casa natal, que albergaba la Fundación Luisa Mercado creada en homenaje a su madre

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez, retratado a principios de este año en su casa de Madrid, la ciudad en la que vive exiliado.

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez, retratado a principios de este año en su casa de Madrid, la ciudad en la que vive exiliado. / ALBA VIGARAY

Juan Cruz

Juan Cruz

El que haya leído, y releído, el cuento No me vayan a haber dejado solo, de Sergio Ramírez (Flores oscuras, Alfaguara) tiene razones para estar de luto, triste o indignado. Ese relato, lleno de poesía y reverdecido de nostalgia de su vida infantil en Masatape, Nicaragua, es una visita de ficción a la que fue su casa natal, donde vivió con sus padres y hermanos y de la que parte la Fundación Luisa Mercado, en recuerdo de su madre.

Hace menos de una semana esa fundación, que completa un lugar sagrado en su literatura, y en su existencia, ha sido asaltada por los guardias de la dictadura de Nicaragua en la que manda Daniel Ortega. Éste, que fue revolucionario contra el dictador Somoza y que ahora emula a éste en maldad, envió a sus agentes a romper los fuertes de la fundación vecina a la esencia de aquel relato, No me vayan a haber dejado solo.

La casa fue abierta como fundación en 2007. Hasta ahora proveía de libros y de otros bienes culturales a la población donde él nació y a las de los lugares adyacentes. No le ha bastado a Ortega, cuyo vicepresidente fue Ramírez en los albores del gobierno que fue revolucionario, con mandar al exilio a su antiguo primer vicepresidente, con otros intelectuales nicaragüenses a los que persigue, sino que ahora ha roto las puertas de un símbolo mayor de su contribución intelectual, y sentimental, a Nicaragua.

Sobre este despojo habló esta semana con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA en su casa de Madrid, donde vive su exilio, compensado aquí, en España, y en otros países de Américas que lo hacen ahora hijo de decenas de patrias.

P. La casa de su madre ha sido allanada. ¿Cómo ha vivido esa noticia?

R. Yo estaba en Santander, al norte de España. Me levanté al baño y vi que se encendió la luz del teléfono, lo agarré y vi un mensaje que decía “siento muchísimo lo que ha ocurrido con tu casa de Masatepe”. Yo no tenía ni idea. Mis hijas no quisieron llamarme, esperaron a que a amaneciera aquí. Yo vi ese mensaje a las cinco de la mañana y de inmediato me puse a ver qué había en las noticias. Uno no se acostumbra a ese tipo de cosas, la verdad, pero siento que yo soy un blanco preferido de esta dictadura y que cada vez buscan cómo golpearme más. ¡Qué cosa tan terrible! Entrar derribando la puerta, los antimotines… A esto hay que agregarle que me quitaron también mi título de abogado. Y antes la nacionalidad. Así que ya van varias cosas que me han quitado.

P. Al ser la casa de sus raíces, ¿esta última agresión le ha dolido más?

R. Me duele mucho en lo particular, sí. Porque no sólo me están quitando un inmueble. La Fundación que lleva el nombre de mi madre la iniciamos en la casa donde nacimos yo y mis hermanos. Luego adquirimos un inmueble que está enfrente, y cuando gané el Premio Carlos Fuentes, invertí el dinero en remodelar esa casa. Mi hija, que es arquitecta, se encargó de todo. Hizo una biblioteca, una sala de lectura, una sala de computadoras, un salón de actos, el salón de música, al que le pusimos el nombre de mi abuelo, Lisandro Ramírez, que era músico. También se habilitaron las paredes con luces, para hacer exposiciones de pintura y fotografía. O sea: dejamos un centro cultural completo. Llevamos seis u ocho mil libros, parte de ellos fueron una donación de gente como Claribel Alegría. Era un vínculo cultural entre la gente del pueblo. Así que me duele mucho que un proyecto así sea objeto de una represión de este tipo. Pero hay que recordar que ya casi no sobrevive ninguna fundación en toda Nicaragua. Hasta las casas de caridad de las monjas han sido allanadas… Ah, pero es importante decirlo: no han allanado la casa de mi madre, sino la que está enfrente, donde funcionaba la Fundación que lleva su nombre.

P. ¿Es que Ortega no tiene límites?

R. Yo no le veo ningún límite. Él y su gente sienten que pueden hacer lo que les dé la gana. Mira, mi caso está en los medios pero hay muchos otros que no. En total van tres mil organismos de la sociedad civil cerrados y de la mayoría no se habla. Cerraron la Cruz Roja, cerraron la Academia de la Lengua, las casas de caridad de las monjitas. Ya no queda nada fuera del control estatal. También tomaron las instalaciones del diario La Prensa. Ahora resulta que han puesto ahí un centro de formación técnica. No sé qué habrán hecho con la rotativa, una rotativa de tres millones de dólares.

P. ¿Usted renuncia a ser nicaragüense?

R. No. Nunca. Esa condición no me la quita nadie y menos una dictadura. Yo sigo siendo nicaragüense. Sigo siendo el nicaragüense de siempre.

Muchos jóvenes tienen la idea que los viejos exageramos cuando contamos las cosas y los libros de historia no son suficientes"

P. Es posible que digamos exilio y la gente no sepa qué es hoy una dictadura y que tampoco le suene la palabra exilio.

R. Así es. La memoria de una dictadura se pierde en las nuevas generaciones. Muchos jóvenes tienen la idea que los viejos exageramos cuando contamos las cosas y los libros de historia no son suficientes. Y a eso hay que agregarle que siempre es más cómodo olvidarse del pasado. Tal vez porque uno piensa que así vivirá un presente más tranquilo. Hoy en Alemania un partido ultra ha ganado una alcaldía. ¿Qué clase de memoria tiene Alemania para haber permitido algo así? Después de todo el horror que vivieron con el nazismo… En Suecia y en Finlandia la ultraderecha también avanza. Ya está en Hungría, en Polonia, en Italia… ¡Qué desánimo! Son tiempos jodidos. Y si esto ocurre en Europa, pues… en América Latina puede llegar a ser peor. Ojalá que ya se frene el extremismo. Ya hay suficientes indicios de que eso no es bueno.

P. Ahora vive en un país que se deshizo de una dictadura pero cuya sombra parece que anda por ahí.

R. Yo pienso que hay una distancia entre dictadura y tiranía. Franco tenía una dictadura institucional, con reglamentos y leyes. En cambio, en una tiranía como la de Nicaragua no sabes a qué atenerte. Es caprichosa.

P. ¿Cuáles libros suyos vislumbraron lo que hoy vive Nicaragua?

R. En 1971 escribí un librito que se llama De tropeles y tropelías, una serie de retratos y uno se llama Su excelencia y ahí están todos los excesos de un dictador y quizá esa puede ser una premonición incluida en mi literatura. Yo escribí eso pensando en Somoza, pero hoy se puede aplicar a Ortega.

P. ¿Qué ocurre dentro de usted cuando rememora estos recuerdos y luego estos hechos?

R. Me acuerdo de todo esto en fotos fijas. Recuerdo que al principio dormía con mis padres, luego se construyó otra habitación y ya dormí con mis hermanos. Toda la vida familiar giraba en torno a la tienda, eso sí. Ahí llegaban mis tíos, con sus instrumentos musicales, también. Era una casa que nunca estaba vacía. Yo siempre estaré regresando a esa casa, exista o no exista. La Fundación era parte de la vida del pueblo, entre otras cosas porque ahí hay pocos sitios así. Recuerdo que, en la primera exposición que hicimos, fuimos casa por casa a pedirle a la gente que nos prestara sus fotografías para exponer lo que ha sido la vida en el pueblo. Luego fue una romería impresionante de gente que iba a buscarse en la fotos, a reconocerse. Luego, para otra exposición, le pedimos a la gente las artesanías que tenían en su casa, y lo mismo: todos participaron y se entusiasmaron.

P. ¿Cómo le contaron el allanamiento de la casa?

R. Vi el mensaje en el teléfono y luego entré a la web del diario La Prensa y vi la fotografía de la puerta destrozada.

P. Pasa el tiempo y cada vez le quitan más cosas. ¿Qué es lo que no le pueden quitar?

R. La escritura. Mis recuerdos. Ahora en México me han pedido un texto sobre Centroamérica y yo les dije: mejor les voy a dar un texto sobre mi infancia. Es sobre la relación con mi tío, que era el dueño del cine del pueblo y gracias a él yo fui proyeccionista de ese cine durante un tiempo. Yo lo hacía gratis porque mi padre le dijo a mi tío que no me diera ningún sueldo, pero ir me hacía muy feliz. Eso, por ejemplo, no me lo puede quitar ninguna dictadura.

P. ¿Cómo mantiene la sonrisa, a pesar de todo?

R. Con las ganas de no caer en la tristeza. Yo le tengo horror a la depresión. A la depresión en general, pero concretamente a la depresión de los viejos. Para ello, me impongo asumir lo bueno de la vida.