Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Kamala Harris, la diosa invisible

La vicepresidenta de Estados Unidos ha pasado de ser el relevo natural de Biden a la incógnita sobre su continuidad como número dos del demócrata.

Kamala Harris, en Limón&Vinagre.

Kamala Harris, en Limón&Vinagre.

Por muchas veces que veamos la serie de Aaron Sorkin, los vericuetos de la política estadounidense, en general, y los de la Casa Blanca, en particular —da igual el punto cardinal —, continúan siendo para la mayoría de europeos de una complejidad tan notable que la opinión pública no se pone de acuerdo. En su condición de gran potencia, o se ensalza a Estados Unidos como la democracia más perfecta del planeta o se denuesta a la nación en términos de una dictadura silenciosa en poder de los lobbies y los grupos de poder controlados por blancos no hispanos (cerca del 60% de la población). 

La vicepresidencia de Kamala Harris (Oakland, California, 59 años), de madre india tamil y padre jamaicano, inclina la balanza a favor de los primeros y cuestiona el discurso polarizador de los segundos, aunque el discreto papel inherente a su cargo —inconcebible su escasa influencia para una democracia europea— y la aparente irrelevancia de su tarea a la sombra de Biden, abocan a la exfiscal general de California al peor de los escenarios para un político con ambiciones. Hace cuatro años, su designación fue un guiño a futuro: demócrata, afrocaribeña, primera mujer en ocupar el cargo y la funcionaria electa de más alto rango en la historia del país. A ocho meses de las elecciones, aún se desconoce si volverá a formar dupla con el candidato demócrata para medirse a Donald Trump. Y ello, pese a que desde 1945, seis de los 14 presidentes pasaron antes por la vicepresidencia. Kamala deberá esperar.

En sánscrito, Kamala significa loto o rojo pálido, y es uno de los nombres con el que también se conoce a las diosas hindúes Lakshmi y Durga. Lakshmi, consorte eterna de Visnú, diosa de la belleza y de la buena suerte; Durga, la inaccesible o la invencible. El origen del antropónimo apenas sirve para aderezar con un toque exótico las biografías, porque lo cierto es que la vicepresidencia de Harris, tan prometedora para los analistas, ha navegado entre la intrascendencia de sus inicios, sus desdichadas comparecencias públicas a mitad de mandato y un despegue en los últimos meses que no acaba de tomar altura de vuelo

La vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris. EFE/EPA/Cornell Watson/Pool

La vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris. / EFE/EPA/Cornell Watson

Su primer año en el puesto se saldó con un 28% de popularidad. En la actualidad, se mueve en índices de aprobación (37,5% ) similares a los del presidente (38,4%). Según un sondeo de The New York Times, si hoy se celebraran elecciones, el 48% de los encuestados elegirían a Trump frente al 43% a favor de Biden. La escasa popularidad de Kamala no ha sumado apoyos a la contestación doméstica contra el principal mandatario.

Lejos de la actividad del propio Joe Biden como segundo de Obama o de Al Gore con Bill Clinton —incluso del beligerante Dick Cheney con Bush Jr. —, la etapa de Harris se ha movido entre incesantes dientes de sierra. Su popularidad ha pasado, incluso, por niveles inferiores a los de Cheney, arquitecto intelectual de la guerra de Irak. En el caso de Harris, todavía perdura la sensación de inestabilidad en su entorno (cambió 13 personas de su gabinete en los primeros 13 meses de mandato). Los dos principales encargos de Biden a su vicepresidenta eran más una entelequia que dos encomiendas con posibilidades de éxito: la reforma de la ley electoral tras las acusaciones de fraude presentadas por Trump y el control migratorio.

En su primera salida oficial de Estados Unidos y ante el presidente guatemalteco, Harris se despachó con un desafortunado mensaje a todos los latinos con aspiraciones a cruzar sin papeles al país de las oportunidades: "No vengan, no vengan". "[Biden] Le está dando tareas que son casi imposibles", coinciden los expertos.

En los últimos meses, su visibilidad se ha acentuado tratando de conectar con nichos de voto esenciales para los demócratas, básicamente las mujeres, los jóvenes y las minorías, campos en que el presidente comienza a flaquear desde el recrudecimiento de la guerra de Gaza y la estrategia de Israel de destruir a la población civil.

En ese sendero de dientes de sierra, su última imagen pública, acaso normalizada en una sociedad como la estadounidense, resulta aún sorprendente para la idea estandarizada de la política en la vieja Europa. Mientras el continente anda sumido en tambores de guerra, con parte del planeta acogiendo o rechazando a miles de desplazados y la tragedia de Oriente Medio sacudiendo la economía, la vicepresidenta de Estados Unidos recibió días atrás a Kim Kardashian para discutir la reforma de la justicia penal. Eso no lo vieron venir en El ala oeste de la Casa Blanca.