Opinión | ALTA FIDELIDAD

A la búsqueda de Far Leys

Como escribió Nick Drake, todos queremos hallar un lugar donde nos cuiden

El malogrado músico británico Nick Drake

El malogrado músico británico Nick Drake / EPE

Una de las más bellas formas de intimidad es la de compartir canciones, la escucha en el mismo espacio y tiempo de una canción. En Perro negro, la nueva novela de Miguel Angel Oeste, dos personajes conectan por el cordón umbilical de unos auriculares en los que suenan las siempre conmovedoras canciones de Nick Drake, el músico de culto que protagoniza esta novela sobre la incomprensión, la enfermedad mental, la belleza, el amor y la tristeza.

Afuera llueve cuando Ka y Richard comparten cama durante un descanso del rodaje y él le dice que no hay mejor sonido que el de la lluvia; entonces, ella le pone un auricular en el que suena Pink Moon, la canción que da nombre al último disco que Nick Drake publicó en 1972, dos años antes de suicidarse a los 26. Ahí Richard cambia de opinión, el hombre es capaz de hacer cosas más bellas que el sonido de la lluvia, algunos hombres como Nick Drake. En ese momento Richard se obsesiona con la enigmática vida del malogrado cantante y decide que quiere escribir, dirigir y protagonizar una película sobre él.

Esa obsesión es en cierto modo la de Miguel Angel Oeste, que, como toda una generación en los noventa, redescubrió a un músico extremadamente sensible e incomprendido en vida y buscó una manera de rendirle homenaje, de revivirlo a través de la literatura, de expandir su pasión por él. Hay una honestidad tan brutal como elegante en las canciones de Nick Drake que, como escribe Oeste en el epílogo de la novela, es capaz de arrastrarte hasta el fondo del mar, donde todo es oscuridad e iluminarlo al mismo tiempo. Hay muchísima calma a pesar de todo el dolor, eso es también lo fascinante de sus canciones.

Sensaciones

De esas sensaciones que provoca la música de Drake y del origen de ellas quiere hablar Oeste, que escribió una primera versión de esta novela hace diez años, cuando era otro, cuando el perro negro le mordía también a él, un perro negro que el mundo anglosajón usa para definir los fantasmas de la tristeza, de la depresión, ese perro negro que mordió a Drake y a Richard, el personaje de la novela inspirado en el actor Heath Ledger.

Las canciones de Nick Drake tienen algo de ese perro que te ronronea y gruñe al mismo tiempo, son peligrosas como pueden serlo el amor, la búsqueda del éxito, todo aquello que busque provocar que te quieran, que te comprendan, pero no pareces conseguirlo. Las canciones de Nick Drake son algo peligrosas porque regodearse en la belleza de la tristeza puede ser adictivo o como escribe en la novela Miguel Angel Oeste: “Las letras y la guitarra eran como cuchillas en manos de un asesino en serie”.

Leyendo Perro negro se hace evidente que hay mucho misterio en torno a Nick Drake. Era hermético en su vida y, sin embargo, ahí están las letras de sus canciones, ese intento, podemos pensar, de construir una cabaña donde la vida y su ventisca duelan menos, ese refugio que fue Far Leys, la casa familiar del músico, donde había una habitación en la que su adorada madre y él tocaban el piano.

Todos queremos encontrar o volver a Far Leys, a un lugar donde nos cuiden, nos quieran, nos protejan, y sobre eso escribe Nick Drake en Place to be: “Sólo acógeme, dame un lugar en el que estar, en el que ser”. A veces, por desgracia, ese lugar solo está en las canciones de Nick Drake