MISCELÁNEA

He venido a hablar de mi libro: Sergi Rodríguez López-Ros

Leer hoy a Miguel de Molinos no es solo un enriquecimiento, sino un homenaje

Sergi Rodríguez López-Ros

Sergi Rodríguez López-Ros / EPE

Sergi Rodríguez López-Ros

Las cosas más extraordinarias de la vida están en la cotidianidad y suceden sin que las busquemos. Podría ilustrar esa afirmación con citas de muchos autores, pero nada tan creíble como el propio testimonio: puedo dar fe de ello.

Así sucedió en 2016 en Roma, cuando solicité acceder a los fondos de la Biblioteca Apostólica Vaticana. Al frente se encontraba un dominico francés, el cardenal Brugès, quien había sucedido a un buen amigo, el cardenal Farina, afable y eficaz salesiano que aún ríe cuando lo llamo por el sobrenombre que le puse: el Fari.

Tras una pequeña puerta y una serpentina escalera, se abrió ante mí la colosal belleza de un edificio renacentista y, aun mejor, una de las mejores bibliotecas del mundo.

Buscando un libro de Martín de Azpilicueta, genial economista de la Escuela de Salamanca, encontré a Miguel de Molinos, el mítico e ignoto teólogo a quien Marcelino Menéndez Pelayo rescató del olvido en su Historia de los heterodoxos españoles (1882).

Lo curioso es que la biblioteca, que reordenó sus fondos tras el Concilio Vaticano II, había puesto a disposición de los investigadores antiguos libros incautados, por lo que aparecieron ante mí las Cartas escritas a un caballero español desengañado para animarlo en el ejercicio de la oración mental dándole un modo de hacerla, que se creían perdidas desde 1676. Pese al tejuelo actual, aún podía leerse el original, Stamp. S. Offizio 243, lo que revelaba que era uno de los libros incautados en su detención.

Aquel descubrimiento me animó a intentar localizar la Roma molinosiana. Los censos del Vicariato de Roma en aquella época, en el palacio de San Juan de Letrán, me indicaron la fecha de su llegada a Roma: 1663. Tenía solo 34 años e iba a defender la beatificación de su maestro, el sacerdote valenciano Francesc Jeroni Simó.

Tras vivir en la via della Vite, pasó a la piazza di San Marcello para concluir en la via Sistina, casa general de los agustinos recoletos, de fundación española. "Ah, te refieres al Molinos", me respondió su actual rector, Javier Monroy, cuando le pregunté por la cripta donde Molinos celebraba las sesiones de la Escuela de Cristo con lo más grabado de la nobleza romana. Y descendiendo por una escalera casi olvidada, llena de enseres en desuso, llegué al espacio posteriormente usado como frontón por los agustinos vasco-navarros.

La fama de Molinos provocó envidias entre el clero romano, lo que Francia aprovechó en su guerra de influencias con España para que la Inquisición le apresara en 1685 en su casa de la via Panisperna, donde vivía como confesor de las clarisas del convento de San Lorenzo. Los romanos que los fines de semana frecuentan esa zona de copas, alejada de los turistas, desconocen esta tragedia.

Tras dos años de proceso, celebrado en la casa general de los dominicos, junto a la iglesia de Santa Maria sopra Minerva, fue condenado a cadena perpetua. La cumplió durante nueve años en una celda que logré identificar en la entreplanta del palacio del Santo Oficio, en el Vaticano.

El 28 de diciembre de 1696, día de los Santos Inocentes, fue ejecutado por estrangulamiento. Mi último y triste descubrimiento fue el de sus restos, que paradójicamente se hallan bajo el archivo del propio Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Sacar a la luz esa obra, tras 347 años, permite ver su actualidad. La condena a sus obras decayó en 1966, con san Pablo VI. Leerle es hoy, no solo un enriquecimiento, sino un homenaje.

'Cartas para el ejercicio de la oración mental'

Miguel de Molinos

Epílogo de Sergi Rodríguez

Herder. 104 páginas. 9 euros