ENTREVISTA

Valentí Puig: "Los fantasmas de los años 30 regresaron a Cataluña"

Su escritura, perfecta por dentro y por fuera, quiere decirle al público que han pasado cosas que no creerías. También su último libro, el dietario 'Casa dividida'

El escritor y periodista Valentí Puig, fotografiado en Barcelona

El escritor y periodista Valentí Puig, fotografiado en Barcelona / Zowy Voeten

Juan Cruz

Juan Cruz

Hay maneras de la elegancia, y la de Valentí Puig (Palma de Mallorca, 1949) es la que compone todo un panorama de hechos que coinciden con su cuerpo y con su modo de ser. En primer lugar, es tan educado que llega antes, su ropa, además, sobria, bien puesta, es un homenaje al que le espera, pues no produce estridencia alguna, sino el deseo, verdaderamente visible, de que la cita sea un éxito para el otro, que es el que le quiere entrevistar.

Además, esa vestimenta es luego una traducción de su modo de estar en el mundo: no te apabulla, sino que te cuenta, como si estuviera diciéndote una vida que tú también conoces, pero que él expresa con el cuidado de que no te sientas abrumado con saberes que, verdaderamente, tú no tenías presente.

La gran cortesía de su vida, además, es la escritura: perfecta por dentro y por fuera, quiere decirle al público (en sus libros, en este dietario, por ejemplo, Casa dividida) que han pasado cosas, en su país más cercano, Cataluña, en España, en el mundo, que no creerías, porque ha estado a punto de derrumbarse un temps, un pays en medio de trifulcas que no han acabado y que han sido feas, difíciles, incomprensibles o pésimas. Tristes.

La conversación comienza a partir de uno de los episodios más apesadumbrados del libro: cuando él, en presencia del periodista legendario Ryszard Kapuściński, se da cuenta de que Pasqual Maragall, promesa de un futuro de Cataluña, está perdiendo pie en la realidad. Dramáticamente. Dramática mente.

Por ahí el periodista le empezó preguntando a este hombre de palabra queda, precisa, poética, difícil de calificar porque es una palabra cuyo sonido radical, comprometido, le va por dentro. 

P. Usted cuenta aquí una reunión que hubo entre Maragall y Kapuściński.

R. Sí. Decían que ya entonces Maragall estaba perdiendo facultades, pero yo no me di cuenta. Tal vez porque él era un político muy imaginativo y… ¡ese día se superó! En el sentido en el que su cabeza estaba por completo en otro sitio, no sé dónde. Y, bueno, creo que Kapuściński se dio cuenta. En esa cena estaban otros periodistas, digamos, simpatizantes del PSC. Era un contraste muy extraño, por decirlo de una forma suave. Había… digamos… cierta obsequiosidad. Era una obsequiosidad que se daba con los periodistas del Pujolismo. En Madrid hay compadreo, pero lo de Barcelona es distinto. Había una conexión casi neurológica entre Pujol y una forma de entender el periodismo y pasó lo mismo con el PSC. Es cierto que entre la tribu de periodistas de Convergència y la de los socialistas había una guerra hora por hora. Y si tú no eras ni nacionalista ni socialista… eras un tipo raro. Un jarrón roto, posiblemente. Por eso salí de esa cena con cierto estupor. Porque ahí estaban, en cierta manera, Maragall y Pujol y porque ahí se perdió el rumbo de una sociedad que era más o menos creativa, con cierta autocrítica.

P. ¿Y por qué se convirtió en una sociedad aquietada?

R. Pujol fue absorbiendo todo el voto de centro-derecha y entramos en una etapa que podemos llamar paternalista, en el sentido más suave. El intervencionismo Pujolista estaba en la cultura y en el periodismo y fue el primer paso para ir mermando la independencia del periodismo que se había ido forjando en los años del tardofranquismo. Todo el mundo fue tomando posiciones, para no estar a la intemperie, y tenías que elegir si eras un periodista pujolista o un periodista socialista. Digamos que el sistema mediático se dejó intervenir y optó por una prioridad nefasta que va a durar mucho tiempo. Pujol, por la vía de la subvención, hizo que se perdieran los papeles. Los nacionalismos asumieron el significado de concordia y se olvidaron de los fantasmas de los años 30. Pero resulta que esos fantasmas han regresado.

P. ¿En 2010 hubo periodistas que se unieron a Mas para generar un país distinto?

R. Tal cual. Así de vergonzoso fue. Hubo una presión extraordinaria también con el sistema de inmersión lingüística. El sistema educativo dejó de considerar el castellano, porque decían que los chavales ya aprenderían castellano en la calle, así lo decían. Y ahí se perdió el derecho a elegir. Hay zonas en que está bien asentado el bilingüismo y hay otras zonas en las que no y…

P. ¿Y de qué tamaño es esa herida?

R. Pues… de pronto dejarse de hablarse los unos a los otros. Antes como que se respetaban las distintas formas de pensar y la convivencia fluía. Luego, el pluralismo se rompió. Y ahora estamos pagando el precio. Estamos entre el populismo y el fanatismo.

P. ¿Pero la sociedad catalana no es consciente de que ha desperdiciado una gran oportunidad para superar la polarización?

R. Hay empresarios muy capaces y muy críticos con lo que está pasando y otros que eran totalmente pujolistas. Lo que ocurrió fue que aquella burguesía que había en Cataluña la Guerra Civil la destruyó y lo que luego fue apareciendo fue otra cosa y…

P. Lo que pasó entonces parecía irreversible. El procés, de pronto, parecía que no podía ser de otra manera y que los que lo tenían que hacer eran los que luego se fueron por la noche.

R. Es que eso no habría pasado sin la complicidad a la que me he referido, sin ese búnker mediático, ese mundo de periodismo digital que ha sido subvencionado por la Generalitat. Por el hecho de ser prensa en catalán fue subvencionada. Y, claro, eso facilitó todo eso que dices. TV3 era una televisión bien hecha, y cara, que luego se fue degradando porque no admitía voces críticas contra el procés. Bueno, pues ahora es un fiasco. Con todo respeto para algunos que todavía trabajan ahí porque… hay que llevar el pan a casa. Luego está lo de Ciudadanos, un partido que, por ejemplo, empezó a ocuparse del castellano pero… fue una voz política que, como hemos visto, se fue apagando.

P. ¿Ciudadanos se fue esfumando en el fracaso, en la incomprensión o en la ineptitud?

R. Yo creo que, con los resultados que tuvo Inés Arrimadas, tuvieron que escenificar, al menos, un intento de gobernar. La marcha de Albert Rivera desorientó mucho y luego con Arrimadas todo fue una desproporción. Y ahora vemos cómo está el partido.

P. Como en la novela de Vargas Llosa: llegó el momento en que se jodió el país.

R. Te engañaría si te dijera que sí. Yo lo vi por barrios. Lo vi como un iceberg que se fue deshaciendo, pero el hundimiento total no lo vi. Mira: Maragall llegó a decir que lo que quería reproducir en Cataluña era el Partido Demócrata estadounidense. ¿No estaba mal, no? Pero…

P. ¿Qué fue lo más vulgar de todo lo que ocurrió?

R. El dominio de la mediocridad. La mediocridad empezó a ocupar grandes espacios. Y si la dejas entrar… la mediocridad es invencible. Si no… no te explicas que la clase política actual es la que es. Como que está todo el mundo ensimismado después del fracaso de su procés. Yo no veo a ningún político diciéndole a la sociedad catalana: “oigan, deberíamos hacer esto, ¿qué les parece?” No hay nadie que diga eso.

P. ¿Y esa mediocridad también ha entrado en la cultura?

R. Sí. Se empezó a subvencionar todo libro que estuviera escrito en catalán, se compraba determinado número de ejemplares para las bibliotecas públicas… Pero lo más grave fue que la sociedad perdió la conexión con la cultura. Las últimas encuestas en Barcelona respecto al uso del catalán entre los jóvenes dicen que hay barrios de la ciudad en los que sólo el 4% de los chicos lo hablan. Pero aun así se empeñan y se empeñan en que es la lengua predominante.

"Estamos en Cataluña entre el populismo y el fanatismo"

P. Cataluña tiene ahora otro gobierno al de entonces, pero la sociedad catalana admite los discursos de la señora Borrás que se parecen a los de Donald Trump.

R. Totalmente. Es que, mira: Cataluña no es más europea que el resto de España. Hay partes de la sociedad catalana que han dado un barniz de cultura a Barcelona y después hay figuras aisladas, representantes del castellano, que son muy potentes. Pero… A ver: el catalanismo es una especie de apéndice del regeneracionismo. La desconexión se dio con el Pujolismo, como he dicho antes. Muchos empezaron a decir que los catalanes no se sentían españoles y eso empezó a colar.

P. ¿Y qué consecuencias tuvo eso para toda España?

R. Pues… en los años de la Transición se notaba un respeto, y a veces una admiración, más por Barcelona que por Cataluña. Por aquí pasó todo el boom latinoamericano, aquí estaba Juan Marsé, el mundo editorial… todo eso era admirado. Bueno, en Madrid había quien se irritaba un poco, jajajaja. Pero había la idea de ser los mejores, de que aquí estuviesen los mejores. Luego llegó el nacionalismo y la cantidad desbancó la calidad y empezó a decirse mucho aquello de “España nos roba” y… eso fue ofendiendo. España no se lo tomó bien, naturalmente.

P. Usted relaciona a Rajoy con el aburrimiento. ¿Qué consecuencias tuvo lo que hizo o dejó de hacer respecto al procés?

R. En la Moncloa de Rajoy no se procesó bien la información que recibían de aquí. Recuerdo que, cuando se votó aquí la independencia, de manera ilegal, el ministro del Interior estaba en Jerez y dijo: “Eso es un paripé y nada más.” Eso ya te indicaba que no se habían enterado de nada. Hubo una dejadez y… pasó lo que pasó. Si el gobierno de Rajoy hubiera previsto lo que ocurriría y hubiera hecho algún despliegue o simplemente hubiera hecho algo, las cosas hubieran sido de otra manera. También es verdad que yo, por ejemplo, no pensé que se atreverían a hacer una declaración de independencia.

P. ¿Cómo procesó usted esa noticia?

R. Todo aquello era irracional y lo único que podías hacer era tratar de estar en la zona de lo razonable. Era terrible ver que eso representaba un descrédito tremendo para la sociedad catalana. Era… una sensación de estar haciendo el ridículo.

P. ¿Cómo ha visto usted que el PP ha relacionado su porvenir con ese episodio del que Rajoy fue responsable?

R. Les pasó lo que con el atentado de Atocha. Decían que fue ETA y que fue ETA y… tardaron en reaccionar. Pues con el procés también tardaron en reaccionar. Ahora no tienen una idea de futuro, pero a lo mejor simplemente están esperando a que Pedro Sánchez se hunda para llegar ellos al poder, sin tener que hacer nada. Rajoy tampoco es que hiciera una gran campaña y tuvo mayoría absoluta. Bueno, ocurre a veces. Pablo Casado fue un accidente, no estaba destinado a liderar y, si llegó a ser presidente de su partido, fue porque Feijoo no dio un paso adelante, como luego se vio obligado a hacer.

P. ¿Considera que la clase política española encargada del cambio, desde sus respectivos partidos, se ha derrumbado?

R. Sí, sí. Como que ya no hay las ganas de hacer las cosas. Se ha perdido desenvoltura y se ha entrado en cierta chulería. Hace falta un nuevo estilo de hacer política, pero eso es algo que no se inventa en dos días. Va a tardar, entre otras cosas, porque se ha perdido la ilusión política. Pero ya vendrá otra generación.

P. ¿Se ha fijado ya en alguien?

R. No.

P. ¿Qué seres humanos lo han marcado a usted, no para copiarlos sino para continuarlos?

R. Mi padre, sobre todo. No hay día que no piense en él. Luego… pues he tratado a varios escritores y… se convierten en fantasmas. Pero los dos que más me han marcado son Guillermo Cabrera Infante y Juan Marsé. Porque eran escritores y, sobre todo, seres humanos.

P. Ahora, en el periodismo, hay lo que usted llama “el vacío de opinar”.

R. Bueno, es que el periodismo es escribir para ganarte la vida. Pero… para ser un gran analista hay que ser un Walter Lipman, por ejemplo. Hoy hay mucho relativismo, hoy se le da mucha importancia a un tuit, un tuit más que a un artículo periodístico con argumentos. Antes, en los periódicos escribían columnas y artículos sólo las eminencias. Hoy… a cualquier personaje se le da espacio.

P. Hábleme ahora de su propia escritura. La que hay aquí, en este libro, la que usted siente por dentro.

R. Pues… mientras escribía este libro llegué a la conclusión de que, a diferencia de la novela y del ensayo, el dietario es la taquigrafía de la vida. Haberme ido de Barcelona y vivir en un pueblo, también me ha ayudado a tener una mejor perspectiva de las cosas. Pero… para mí la literatura es una forma de vida y para ello la memoria es fundamental. Bueno, la literatura se hace con memoria y con imaginación.

P. ¿Y también con melancolía?

R. Supongo que con los años te sientes culpable de cosas que a lo mejor no has hecho. Tal vez es cosa del catolicismo, que te da la culpa y el pecado. Pero, para no ponernos serios, digo que algo que explica al hombre es la noción de pecado original: algo falló al principio. Le das vueltas a eso y te sientes culpable, a veces innecesariamente.

P. ¿Qué nos queda?

R. Las ideas. Hay que depurarnos en el sentido intelectual e ir a por las ideas que expliquen lo que está pasando en el mundo. Desde la revolución digital hasta la eutanasia. O la polarización, que ahora hay en muchos países, no sólo aquí. 

'Casa dividida'

Valentí Puig

Destino

304 páginas

18,90 euros