REPORTAJE

James Salter, la vida es un puro cuento

La viuda del escritor, Kay Eldredge, y su editora en España, Anik Lapointe, hablan con ‘Abril’ con motivo de la aparición, por primera vez en nuestro país, de todo los relatos del autor estadounidense, de cuya muerte se cumplirán ocho años el próximo 10 de junio

El escritor estadounidense James Salter, fotografiado en París

El escritor estadounidense James Salter, fotografiado en París / EPC

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

James Salter celebró su noventa cumpleaños con una cena en casa de la viuda del también escritor Peter Matthiessen, Maria, en Sag Harbor (Long Island, Nueva York) el sábado 13 de junio de 2015. Había cumplido tan redonda cifra tres días antes, pero esperó al fin de semana, con sus atardeceres ya casi estivales, cálidos e infinitos, para festejarla rodeado de unos cuantos amigos, los más cercanos. Llevaba el traje de lino blanco que reservaba para las noches de verano así de especiales.

Estuvo tan agudo como siempre e igual de divertido. Recibió con pudor y modestia los halagos de los allí presentes y se entusiasmó, sobre todo, con uno de los regalos: una edición de 1946 de Billy Budd, marinero, la última novela de Herman Melville. Se le veía contento, optimista, esperanzado, puede que incluso feliz. Seis días después, murió. Sufrió un ataque al corazón mientras estaba en el gimnasio.

Una secuencia final que resume, por su intensidad, por sus contrastes, la vida del autor estadounidense, y que bien podría formar parte de alguno de los veintidós relatos reunidos en sus Cuentos completos, un volumen que la editorial Salamandra acaba de publicar en España con un excepcional prólogo de John Banville.

Reconocimiento

Dos años antes de fallecer, Salter pudo gozar del reconocimiento crítico que le fue hurtado durante toda su larga trayectoria. En 2013, treinta y cuatro años después de haber publicado su última novela, apareció Todo lo que hay, y la prensa, la de su país y la del resto del mundo, pareció descubrir en aquel momento a este "escritor de escritores", definición tan injusta como falsaria, simplista, que le colgaron hasta el hastío, el suyo propio y el de sus muchos lectores. "El héroe olvidado de la literatura estadounidense", tituló The Observer. "El mejor escritor que nunca has leído", pudo leerse en Esquire.

Entonces, Salter concedió unas pocas entrevistas a periodistas internacionales, y yo tuve la suerte de estar entre los elegidos. Unos días antes de la Navidad de 2013, me abrió las puertas de la casa que tenía con su segunda mujer, la también autora Kay Eldredge, en Bridgehampton (Suffolk, Nueva York).

Pasamos buena parte del día juntos hablando de vida y de literatura, sus dos grandes pasiones. El brillo en su mirada, tan característico, chispeante, inspirador, no desapareció ni cuando tuvimos que salir corriendo para que yo no perdiera el autobús que debía llevarme de vuelta a Manhattan (Nueva York).

"Aquel encuentro me cambió la vida, y no sólo en lo profesional, también en lo personal", le confieso a su viuda, con la que he podido volver a conversar con motivo de la llegada a las librerías españolas de estos Cuentos completos. "¿Por qué?", me pregunta. "Unos meses después de conocerle, me puse a escribir mi primera novela", le respondo.

El destino literario, tan caprichoso, juguetón, hace que nuestra charla tenga lugar mientras las dos estamos viajando por Estados Unidos, pero en muy diferentes puntos geográficos: ella, recién llegada a Las Vegas (Nuevo México) y a punto de volver a partir, y yo, en Washington D.C., poco antes de salir hacia Iowa City.

Vida y escritura

Salter y Eldredge se conocieron en Aspen (Colorado) y en 1985 tuvieron un hijo, Theo, el primero para ella y el quinto para él (tenía cuatro de su primer matrimonio con Ann Artemus). Se casaron en 1998, y la suya fue una de esas relaciones amorosas, llena de empatía y comprensión, de intimidad, que todo escritor aspira a tener algún día para poder trasladarla a la dedicatoria de un libro ("Para Kay", reza la de Todo lo que hay), que no a la ficción.

"Jim siempre supo distinguir entre vida y escritura. Tendía a compartimentar, lo que no significaba que no tuviera tiempo para sus hijos. A los primeros les leyó la biografía de Tolstoi de Henri Troyat y, más tarde, al nuestro, Los tres mosqueteros. Les llevaba a esquiar, salían a caminar juntos. A Theo le enseñó a jugar a hockey sobre hielo. Pero también quiso compartir con ellos su amor por la escritura, y les habló de Graham Greene, de Saul Bellow, de Peter Matthiessen y de Vladmir Nabokov, a todos los cuales había conocido. Probablemente debido a Jim, Nina, su segunda hija, se convirtió en una exitosa editora en París".

"Consideraba que el tiempo que dedicaba a la escritura era lo más importante, pero también quería vivir, viajar, y lo hizo. O lo hicimos"

Salter, cuyo verdadero nombre era James Arnold Horowitz, estudió en West Point, la Academia Militar de Estados Unidos, y sirvió como piloto de combate en la Guerra de Corea (1950-1953). De noche, en los ratos robados a la contienda, alumbró parte de su primera novela, Los cazadores (Salamandra, 2020), que publicó en 1956. Le siguieron cinco más (les recomiendo Juego y distracción, sublime narración del amor fou, y Años luz, la historia del ocaso que siempre conlleva el amor) que intercaló, a lo largo de su carrera, con la poesía, el cuento, una autobiografía, un libro de recetas de cocina, ensayos, correspondencia... Hasta escribió guiones para Hollywood e incluso llegó a dirigir una película, Three (1969), con Charlotte Rampling como protagonista.

James Salter y su viuda, la también escritora Kay Eldredge

James Salter y su segunda mujer, la también escritora Kay Eldredge / EPE

"Cuando estaba en el Ejército, decidió que quería ser escritor, pero deseaba poder haber sido muchas cosas: arquitecto, marchante de arte, genio de los negocios. Empezó a escribir cuando tenía poco más de treinta años. Consideraba que el tiempo que dedicaba a la escritura era lo más importante, pero también quería vivir, viajar, y lo hizo. O lo hicimos. Éramos adecuados, ya que a mí realmente no me importaba tener dinero, y aunque a él le hubiera gustado ser rico, sabía cómo gastar el dinero que tenía para enriquecer la vida".

Realidad y ficción. Ficción y realidad. Un equilibrio difícil, para muchos imposible, que Salter nunca descuidó. "Pensaba que la escritura era primordial. No trabajaba todos los días, pero deseaba haber podido hacerlo", recuerda Eldredge.

La verdadera ficción

Era muy meticuloso. Escribía a mano. Cuando su hijo mayor le enviaba cartas desde el internado, él las editaba e incluía en sus respuestas sugerencias de mejora. Siempre llevaba una libreta en un bolsillo en la que iba tomando notas, apuntando cosas que le llamaban la atención, trozos de conversaciones. Desconfiaba de los escritores que presumían de inventarlo todo. La verdadera ficción, para él, venía de la vida.

El escritor James Salter, en la época en la que fue piloto de combate

El escritor James Salter, en la época en la que fue piloto de combate / EPE

Tenía una relación fascinante con la lectura. "Leía mucho de niño y también durante todo el colegio, pero pasados los 40 rara vez leía un libro entero. Cuando entraba en una librería a hojear, miraba la portada y el título, leía el comienzo del libro y algo de la mitad. Y, a partir de eso, decidía si podía confiar en el escritor, si ese autor era lo suficientemente bueno como para leerlo".

Sentía devoción por la obra de Isaak Babel y leyó, hasta el final, La liebre con ojos de ámbar (Acantilado, 2010), de Edmund de Waal. "Como escritor, no quería ser influido por lo que otros habían hecho y no solía leer mientras escribía, excepto quizás a alguien como John Donne, que era de una época completamente diferente a la suya". ¿Y ansiaba que sus libros le sobrevivieran, que perduraran en el tiempo? «Sí, lo esperaba. Es algo a lo que aspiran casi todos los escritores».

"Como escritor, no quería ser influido por lo que otros habían hecho y no solía leer mientras escribía"

Un par de días después de nuestra conversación, Eldredge abrió una caja con seis ejemplares de la edición española de los Cuentos completos de su marido. "¡Así que ya estás lista!", me dijo en el último e-mail que intercambiamos.

La responsable de que lo esté, de que de nuevo lo estemos todos los lectores de Salter en nuestro país, es la editora Anik Lapointe. Su historia con el escritor estadounidense es larga, y empezó en la Feria del Libro de Fráncfort de 1998. Allí, "en una minúscula y aséptica habitación de un hotel alemán", leyó por primera vez a Salter. El libro era Años luz.

Descubrimiento

"Mi sorpresa y mi emoción fueron mayúsculas ante el descubrimiento de un clásico de las letras estadounidenses que aún vivía. Durante el día cumplía con mis obligaciones profesionales y por la noche me enfrascaba en la lectura de la prosa elíptica, evocadora y bellísima de Años luz, que se había publicado ¡en 1975! Y ése fue mi libro de la Feria de Fráncfort de 1998, que pude publicar un año después en El Aleph".

"Su prosa posee el secreto encanto de las palabras para transmitir emociones a las nuevas generaciones", sostiene su editora

Desde entonces, la editora nunca he dejado de defender y recomendar a Salter en España, y Años luz sigue siendo uno de sus libros de cabecera. "Era un artesano de la palabra. Sus obras presentan básicamente dos similitudes. Por un lado, el trabajo de orfebrería de la frase y la cadencia de la prosa, ascética y sensual a un tiempo. Por otro, un narrador que juega con el destino de sus personajes de forma muy sutil".

Lapointe bromea diciendo que, "al contrario de lo que ocurre con muchos de los personajes de Salter, sus editores españoles le hemos profesado una gran fidelidad a lo largo de los años". En El Aleph aparecieron, además de Años luz, Anochecer, Juego y distracción, Pilotos de caza y En solitario. Años más tarde, ya en Salamandra, se publicó casi toda su obra restante y nuevas traducciones.

Y, de cara al centenario, en 2025, está prevista la traducción de algunos textos inéditos en español. "Anhelaba lograr el éxito y recibir el apoyo de la crítica, y lo consiguió con su último libro, como si estuviese por primera vez en sincronía con su tiempo. Releída diez años después de su muerte y 66 de su primera novela, su obra no ha perdido ni una pizca de modernidad y su prosa posee el secreto encanto de las palabras para transmitir emociones a las nuevas generaciones". Porque a la gran literatura nunca se llega tarde.

'Cuentos completos'

James Salter

Salamandra

336 páginas

20 euros