ENTREVISTA

Darío Villanueva: "Como el franquismo tenía una policía represora, ahora tenemos la cancelación"

En su último libro, el escritor y académico de la RAE se ha impuesto la tarea de mirar las palabras por dentro, también desde el punto político o mediático

El escritor y académico de la RAE Darío Villanueva

El escritor y académico de la RAE Darío Villanueva / José Luis Roca

Juan Cruz

Juan Cruz

Es impresionante, abrasadora, la actualidad de las palabras, igual que su poder. Quien las sopesa con una fidelidad implacable (también en Abril, el suplemento en el que colabora) es Darío Villanueva. Es académico de la Lengua, institución a la que contribuyó como director, catedrático de la Universidad de Santiago, su tierra, y autor prolífico siempre en torno a la literatura, a los verbos, al misterioso (gozoso, o terrible) poder de los vocablos.

Ahora, con una lucidez rabiosamente contemporánea, se ha impuesto la tarea de mirar las palabras por dentro, también desde el punto político o mediático, para tratar de explicar por qué las debemos amar, pero sobre todo por qué hemos de temerlas. Son instrumentos de dominación, así que son elementos que han de tenerse en cuenta no sólo como modos de la expresión sino, sobre todo, como posibles cómplices del mal o del dominio.

La lectura es apasionante; como los buenos poetas, o como los buenos escritores de prosa, no hay en este libro nada que sobre, y sólo falta, eso es así, que ustedes lo lean. Es, desde el título, incluso desde la portada, una explicación suficiente de su tono, Poderes de la palabra (Galaxia Gutenberg, 2023), y de su contenido, pues exhibe en bucle, sobre fondo amarillo, este diccionario que nos introduce en el contenido: Retórica, Política, Derecho, Literatura, Publicidad.

Cuando nos sentamos a conversar con él en el Hotel Santo Mauro de Madrid el líder del Partido Popular, su paisano Alberto Núñez Feijóo, había parafraseado en un acto multitudinario de su partido, el famoso Yes, we can con el que Barak Obama llegó al poder en Estados Unidos. Y como esa frase, y esa glosa, es tan imperiosa en el libro de Villanueva, le pedimos a él que nos fuera respondiendo por ahí.

P. Desde su punto de vista, lo que ha hecho el candidato del PP ante sus seguidores en Valencia, esa lista de frases al estilo Obama, ¿se nota que es copiado o siempre parece nuevo?

R. Yo creo que siempre parece nuevo. Porque no es más que utilizar los recursos de la lengua. Lo que ha hecho la retórica, desde los griegos, es codificar los recursos lingüísticos para que quienes quieran hablar y convencer recurran a ellos. Por lo tanto, siempre funciona y no hay nada nuevo bajo el sol: todas las campañas políticas con una buena retórica recurren a procedimientos que ya están fijados y estudiados, cosa que el público no tiene por qué saber. El público asiste al acto en sí, a la pragmática del momento, escucha un mitin y eso es lo importante, lo demás queda fuera.

P. Adolfo Suárez tuvo mucho éxito con una frase: “puedo prometer y prometo.”

R. Sí, se la escribió Fernando Ónega. Fernando era el que le escribía los discursos a Suárez. En este libro cuento cómo Obama tenía un muchacho, de apellido Favreau, que era un hacha escribiendo sus discursos. Este chico llegaba a confundirse con el personaje. Escribía de modo que resultaba muy convincente en el que leía lo que él hacía.

P. En sus discursos, Roosevelt sólo usaba palabras que la gente podía comprender.

R. Exactamente. Sus Conversaciones a través de la chimenea, que hacía en la radio, fueron muy importantes para llegar toda la gente que necesitaba sentirse arropada por la crisis económica mundial y que luego estuviera dispuesta a entrar en la gran guerra. Eran discursos que duraban unos 20 o 30 minutos y está perfectamente estudiado que en las palabras que más utilizaba estaban las de uso más común en la lengua inglesa.

P. Churchill también fue un maestro de esa esgrima, ¿no?

R. Sí, sí. Él también. Además, él acuñó expresiones que se han quedado para siempre, como Telón de Acero o Sangre, sudor y lágrimas o Nunca en la historia de la Humanidad tantos han debido tanto a tan pocos, que dijo después de terminar una batalla en la que Inglaterra resultó victoriosa. Yo cito mucho una frase de él que me encanta: “Los individuos y los pueblos acaban adoptando la solución más razonable después de descartar todas las demás.”

P. Pero los enemigos también tenían su propia retórica. ¿Cómo era esa retórica fascista?

R. Yo tengo muy presente el libro de un filólogo judío, Victor Kemplerer, que se titula La Lengua del Tercer Reich. Ahí cuenta cómo los nazis eran unos grandes retóricos. De hecho, Goebbels era filólogo y manejaba los recursos de la propaganda a través de la palabra, la imagen, la música… la semiología del fascismo era impresionante. En la Revolución soviética, por cierto, también hubo mucha atención a este tipo de cosas. Pero, bueno, Hitler prometió un reino de mil años y duró tres legislaturas. Pero por fortuna la lengua alemana resistió toda esa contaminación ideológica. Mira: los fundadores de la retórica eran sofistas, es decir, que ofrecían técnicas para utilizar el lenguaje y conseguir sus objetivos sin que importara la verdad. Eso no quiere decir que otros usuarios de la retórica no utilizaran el lenguaje para causas justas y verídicas, eh.

P. Pero hoy se mezclan esas dos cosas. Tanto la extrema izquierda como la extrema derecha mezclan verdades y mentiras, ¿no cree?

R. Sí, es verdad. Es que esas posiciones políticas extremas, como dices, no están en la zona intermedia donde casi siempre se han resuelto los problemas. En el espectro intermedio, en mi opinión, la retórica no es tan encendida. Pero en los extremos se da el abandono de la razón y la racionalidad como argumento de convicción política, y la sustitución de esto por la emocionalidad.

"En los extremos se da el abandono de la razón y la racionalidad como argumento de convicción política"

P. Eso pasa aquí, pero también en grandes países con cultura literaria, como Inglaterra y Estados Unidos, donde han llegado al poder gente como Boris Johnson y Donald Trump.

R. Probablemente para explicar eso habría que tener en cuenta a los nuevos medios de comunicación y difusión: las redes sociales del mundo digital. Las nuevas tecnologías siempre implican cambios en la sociedad e, incluso, en la condición humana. Tampoco hay que ser catastrofista y pensar que esto es malo. El primer catastrofista fue Sócrates, que decía que la escritura acabaría con la memoria, y… ya ves tú. Pero el caso de Trump es muy representativo: Trump no es un gran orador. De hecho, su lenguaje es de una pobreza, de una brocha gorda insoportable, pero era muy activo en Twitter y a través de Twitter difundía noticias falsas. Claro, cuando un presidente de los Estados Unidos tuitea algo de inmediato tiene mucha repercusión. Así que los oradores políticos hoy han sido desplazados por los comunicadores políticos que se han adaptado muy bien a la brevedad y al impacto inmediato de las redes sociales. Se dice que se está perdiendo la capacidad de concentración y que lo que ahora se asimila son píldoras. Bueno, pues como ya lo han dado por hecho todo mundo sigue ese método. Además, hoy los partidos tienen un prontuario y todos sus miembros van por ahí repitiendo las frases de ese prontuario.

P. ¿Cree que eso también ha influido en el ejercicio del periodismo?

R. Por supuesto. Esa brevedad ha influido hoy también en la manera en que se escriben los periódicos, sobre todo en las versiones digitales. El periódico ha perdido espacio en la transmisión de las informaciones y se ha visto inmiscuido en otros sectores en donde parece que no hay deontología. A ver: siempre ha habido medios de brocha gorda, ¿no? Los tabloides británicos, por ejemplo. Pero junto a ese tipo de medios estaban otros que ofrecían periodismo reflexivo, cuyo lector necesitaba tiempo para leer y asimilar lo que ahí se le proponía.

P. ¿Cuál es su impresión sobre el periodismo que se hace en España?

R. A mí no me gusta generalizar. Hay que diferenciar entre medios y entre periodistas. Yo soy un lector de periódicos desde siempre y hoy, todos los días, me encuentro cosas de escritura deteriorada pero también textos que me reconfortan. La vida y la realidad son caóticas y muchas veces son también aleatorias, de manera que sólo comprendemos lo que pasa en el momento en que lo vemos escrito.

P. ¿Y usted, como especialista de la palabra, de qué nos prevendría a los periodistas?

R. Pues… los dos peligros que asechan a la lengua son la ruptura del pacto de lo que yo llamo veredicción, es decir, la correspondencia entre lo que decimos y lo que es. Pero hoy hay una desconexión entre esos dos aspectos. Es como si decir algo no te comprometiera necesariamente a demostrar que existe. Si eso se generaliza, como así parece, va a destruir algo fundamental en la palabra: la referencia. Porque la palabra es una imagen acústica, el signo que remite a algo exterior a ella misma. Pero también hoy se está dando un neo-puritanismo que le atribuye a las palabras la culpabilidad de los males y considera que hay que erradicar algunas palabras. Luchar contra el racismo o contra la discriminación de la mujer es algo justo. El problema es cuando se les atribuye a las palabras la culpabilidad de esos males. Las palabras existen porque alguien, cualquiera, las ha creado. Pero eso no quiere decir que todos estamos obligados a utilizarlas. Si son ofensivas, no las utilices. Pero tampoco extirpes o censures. Eso es una censura neo inquisitorial y muy conservadora.

P. ¿Usted se sentiría cómodo llamando a sus nietos niñes?

R. No. En absoluto. Creo que es algo incensario y que no significa ningún avance en la condición de las mujeres frente al heteropatriarcado. Pero es mucho más cómodo decir niñes que luchar contra la ablación del clítoris, ¿verdad? Lo segundo es la realidad que hay que evitar. Lo otro… no tiene sentido común lingüístico.

P. ¿En qué trampas hemos caídos por ser políticamente correctos?

R. En la trampa de la autocensura, por ejemplo. Yo nací en 1950, es decir, en un régimen con censura. Luego llegó la democracia y pensamos que ya había plena libertad de expresión. Sin embargo, nos encontramos con otros poderes que emanan de la Sociedad Civil, no de la política o de la religión, que empiezan a censurarnos. Así como el franquismo tenía una policía represora, ahora tenemos la cancelación. Y si no la aceptas… puedes tener una muerte civil. Entonces la cancelación acaba produciendo algo espantoso como es la autocensura. La gente ya se muerde la lengua, pero no por pudor sino por miedo.

P. De hecho, ahora hay tres artistas importantes que, a pesar de estar muertos, tienen problemas debido a la cancelación: Neruda, Picasso y Roald Dahl. ¿De dónde nace ese conservadurismo retrospectivo?

R. Es un neo-puritanismo que, asombrosamente, se hace pasar como progresista. Marcuse escribió un libro que se titula La tolerancia represiva en donde se justifica la represión de aquello que va en contra del progreso y de la revolución social. Pero para mí esto tiene que ver más con pulsiones de la condición humana: querer mandar y querer prohibir. Ahora, en la política, también vemos a unos y a otros diciendo que hay que pedir perdón. Eso es algo que tiene un fundamento religioso y es algo que me parece totalmente improcedente. Lo que han hecho con Roald Dahl implica creer que los niños son débiles mentales. A mí me encantan los niños y tú los ves y te das cuenta de que son muy inteligentes desde pequeños. Ese revisionismo del pasado que, por ejemplo, ha provocado la destrucción de estatuas, se ha pasado de la raya y ya hay gente que se está dando cuenta. Cada vez más está habiendo una reacción y eso es importante. 

P. ¿Para usted qué calidad tiene la política actual?

R. Tal y como yo percibo las cosas, ahora se está cumpliendo una máxima de McLuhan: el medio es el mensaje. Por tanto, cuando a un político le pones un micrófono ya no le importa tanto lo que dice sino el medio en el que aparecerá. En consecuencia, los políticos son adiestrados en ello y sustituyen ideas y propuestas por frases hechas que serán convertidas en titulares de periódico.

P. Y acerca de todo eso, ¿qué es lo que más le irrita como filólogo y como ciudadano?

R. Lo que más me irrita es que parece que ya no es necesario decir algo con suficiente coherencia para que sea creído por quien escucha. Eso es un desprecio al ciudadano, ¿no? Es creer que tienen como oyentes a unos borregos. Es ofensivo.

P. León Felipe tiene un verso que dice: “Nos duermen con cuentos”.

R. Claro que sí. Eso siempre ha existido. El nuevo libro que estoy escribiendo se llama Atropello a la razón y ahí hablaré sobre eso, pero déjame terminarlo y te cuento.

P. Entonces dígame cómo encuentra hoy la salud de la conversación

R. Muy mala, sinceramente. Una salud muy mala. Porque hay unos discursos casi onanistas. Cada uno está metido en lo suyo y no hay comunicación, que es lo fundamental para la democracia. Yo sigo pensando que la Transición fue ejemplarizante, no sólo para nosotros, sino para muchos otros países. En ese momento había una polarización tremenda y, sin embargo, se logró hacer una Constitución que sigue vigente y que sirvió de cimiento para la construcción de un tiempo nuevo.

P. Sin embargo, hoy hay quien quiere hacer una cancelación de la Transición.

R. Sí. A ver: hay un cambio generacional y eso influye. Esta generación no vivió ni la dictadura ni la Transición y ve como obsoleto ese proceso. Pero eso es adanismo. Es negar la base de nuestra historia contemporánea y de los logros que hemos tenido como país.

'Poderes de la palabra'

Darío Villanueva

Galaxia Gutenberg

336 páginas

22 euros