Opinión | FE DE ERRORES

Autodeterminaciones líquidas

Vivimos una era de identidades líquidas que no se sienten atadas al sexo biológico, la raza o el color de la piel. Escasean códigos y protocolos reguladores de las ideas y las conductas con carácter estable

El filósofo Zygmunt Bauman

El filósofo Zygmunt Bauman / EPE

Es muy de apreciar el esfuerzo que algunas voces presentes en la red y en los medios están realizando para substituir la denominación inglesa de esas nuevas profesiones que vienen a ser la de youtuber y la de influencer por la forma compleja española creador de contenidos. Ojalá prevalezca. Y precisamente uno de ellos acaba de irrumpir en aquellos territorios emitiendo un solemne (pero poco emotivo) anuncio relacionado con la autodeterminación de su género.

Efectivamente, al menos para mí la confesión de este hombre barbado de aspecto viril que sin embargo se refería a sí mismo siempre en femenino, en ningún momento me provocó empatía emocional, pese a que su propuesta era trascendente y delicada.

Después de confesar que desde hacía cierto tiempo cada vez se estaba sintiendo con mayor intensidad una mujer, solicitaba, más que la comprensión, sobre todo el respeto a su crisis por parte de sus seguidores, sus amigos y sus familiares. Anunciaba, pues, el inicio de un proceso de transición que comenzaría con la visita a un notario, de todo lo que prometía mantenerlos debidamente informados.

Pero lo más relevante, quizá, de su empeño era, según sus propias palabras, el reconocimiento de su decisión por parte del Estado del que es ciudadano, algo que de antemano tiene garantizado por la nueva ley que institucionaliza la autodeterminación de género.

Desde primeras formulaciones de tal posibilidad como las que hace ya veinticinco años Judith Butler expuso en su libro El género en disputa, ha ido ganando terreno la noción de que la identidad sexual de hombres y mujeres depende en última instancia de la vivencia interna e individual del género tal y como cada persona lo siente y autodefine, pudiendo o no corresponderse con el sexo que se le ha asignado al nacer.

Ignoro, a este respecto, el éxito que haya podido tener finalmente una pretensión en cierto modo similar planteada hace un lustro en los Países Bajos por el “gurú motivacional” Emile Ratelband.

También, como nuestro “creador de contenidos”, anunció a bombo y platillo en la red que un día, mirándose al espejo, se había autodeterminado como un hombre de cuarenta y nueve años y no de sesenta y nueve, como señalaba su DNI de ciudadano holandés nacido el 11 de marzo de 1949.

Lo animaba asimismo en su autodeterminación de la edad que su médico de cabecera acabase de llamarlo “joven dios” tras un exhaustivo chequeo. Y aducía que la atribución oficial que se le aplicaba como sexagenario era motivo de grave perjuicio para su vida personal y sexual.

Por ejemplo, a la hora de solicitar una hipoteca, de encontrar un empleo o de salir exitoso en sus aspiraciones galantes: “Cuando estoy en Tinder y digo que tengo 69, no recibo una respuesta. Cuando tenga 49 y con mi cara, estaré en una posición de lujo”, argumentó no sin razón.

Los funcionarios judiciales de Arnhem que recibieron la solicitud de Emile percibieron enseguida la complejidad del caso y las implicaciones legales y fácticas de todo tipo que suscitaría. ¿Qué sería de las huellas personales y familiares de esos veinte años liquidados de un plumazo? Por no hablar de otros aspectos, como los laborales, que Ratelband quiso obviar anunciando que renunciaría a su pensión hasta que volviera a sobrevenirle la edad maldita.

Veamos este caso como un síntoma más de nuestra era de identidades líquidas, que no se sienten atadas a la fecha de nacimiento, al sexo biológico, a la raza o el color de la piel. Otra muestra la encontramos en la historia de una belga católica, Monique de Wael, que se hizo pasar por judía, con el nombre de Misha Defonseca, y propaló que huyendo del gueto de Varsovia había acabado en Ucrania prohijada por una manada de lobos.

No fue arduo, dado lo inverosímil de su historia, demostrar la falsedad de esta biografía apócrifa, difundida además en forma de libro, pero su autora no se retractó de lo escrito argumentando que su verdad no era del tipo de la que se corresponde con la realidad de las cosas. No era “una historia”, adujo, sino “mi historia”.

FENÓMENOS INSÓLITOS

No nos pongamos estupendos por excesivamente trascendentes, pero algo de lo insólito de estos fenómenos nos lo ayuda a comprender Zygmunt Bauman cuando distingue entre una modernidad sólida y la presente, propia de una sociedad “licuificada”, descentrada, relativista, de pensamiento débil, y carente de verdades absolutas, normas de conducta predeterminadas, límites preestablecidos entre lo correcto y lo incorrecto.

La contraposición entre los dos estados físicos apunta hacia la solidez aportada por un claro posicionamiento espacial frente a la fluencia dinámica a través del tiempo. Y la extraordinaria movilidad de los fluidos se asocia a la idea de levedad que tan bien se compadece con el pensiero debole de Gianni Vattimo.

Para Bauman, fluidez o liquidez son metáforas adecuadas para aprehender la fase actual de la historia de la Humanidad. Cierto que la Modernidad trajo consigo cierta labilidad frente al anquilosamiento del antiguo régimen de pensamiento, del que perviven sin embargo categorías e instituciones “zombis”, en expresión suya. Pero escasean ya códigos y protocolos reguladores de las ideas y las conductas con carácter estable y universalmente admitido, como ocurría al amparo de la Razón ilustrada.

Las “pautas” y “configuraciones” que subsisten son residuales, y ya no están en modo alguno determinadas, ni son autoevidentes, amén de estar despojadas de todo poder coercitivo o estimulante. Nace así una “versión privatizada de la modernidad” en la que las “ideas reguladoras” caen primordialmente “sobre los hombros del individuo”. Esto equivale a la consagración de la subjetividad, del individualismo y de la emocionalidad. Porque, siguiendo con el tropo inicial, los sólidos se moldean de una vez por todas, mientras que mantener la forma de los fluidos requiere una atención, un esfuerzo y una vigilancia puntual y constante.

Ante este panorama solo pueden sobrevivir realidades o individuos fluidos, ambiguos, en un perpetuo estado de devenir y de autorreinvención transformadora. Y la sociedad a la que pertenezcan se basará en el principio de que no hay significados seguros, sólidos, que se vive en la superficie del caos, de un caos que es la misma sociedad en busca de forma como los líquidos que no la tienen de suyo. Con el convencimiento, eso sí, de que la forma en algún momento lograda nunca será definitiva ni perdurable (y mucho menos eterna).