Opinión | FE DE ERRORES

Higiene verbal

La Universidad de Stanford ofrece en su página web una lista de palabras nocivas para cuyo reemplazo se presentan alternativas con el propósito de que sean adoptadas por la comunidad académica

Campus de la Universidad de Stanford

Campus de la Universidad de Stanford / EPE

Está siendo objeto de numerosos comentarios por el mundo adelante el proyecto denominado Iniciativa para la eliminación del lenguaje dañino con el que se pretende erradicar en la Universidad de Stanford todas las manifestaciones verbales consideradas agresivas o perjudiciales, especialmente las racistas, violentas y sesgadas en cuanto a consideraciones étnicas y sexuales, o relacionables con cuestiones de género. A tal fin, la universidad ofrece en su página web una lista de palabras nocivas ("harmful") para cuyo reemplazo se ofrecen alternativas concretas con el propósito de que sean adoptadas por la comunidad académica.

En el apartado de las discapacidades, por ejemplo, “mudo” deberá ser desplazado por la forma compleja “no vocal” o “no verbal”, pero la “blind review” que se suele aplicar a la aprobación de un artículo científico sin que el réferi conozca la identidad de su autor pasará a ser “revisión anónima”, no “ciega”. En cuanto a la “apropiación cultural”, “gurú” dará paso a un simple “experto” por respeto a la tradición budista e hinduista, y se preferirá “red” o “familia” a “tribu”, término que favorece la identificación de las indígenas con salvajes.

Como ya habían propuesto hace tiempo los primeros diccionarios feministas, “chairman”, “mailman” o “congressman” pasarían a ser “chair/mail/congressperson”, así como “fireman” “firefighter”. Los pronombres personales “he” y “she” desaparecerán en favor del “they”, así como “seminal” ante “principal” o “destacado”. El “estúpido” sería ahora “uncool”, algo así como “nada sofisticado”, y un matón (“thug”), “sospechoso”. La “caja negra” de los aeroplanos perdería su adjetivo a favor de “opaca” o “misteriosa”, mientras que la “whitebox” se transmutaría en “caja visible” o “clara”.

Muchas de estas soluciones de Standford contra las palabras dañinas estaban ya en una de estas primeras listas benéficas que marcó todo un hito. Me refiero a la publicada por la Greater Manchester Police, cuyo jefe prologaba el documento titulado The Power of Language. A Practical Guide to the Use of Language. Lo que se pretendía ya en 2000 era respetar “las visiones y los sentimientos de los otros, y no usar un lenguaje que pueda ofenderlos”. Pero la extraordinaria minuciosidad con que reseñaban lo decible y lo indecible, aportando la solución correcta en cada caso problemático, fue acogida con desigual anuencia por los propios policías.

INDICACIONES Y EUFEMISMOS

La guía que se les propuso contiene, efectivamente, un completo repertorio de indicaciones referentes a diversos tabúes, y enumera una larga lista de correspondientes eufemismos, como por ejemplo ederly y no old para “viejo”. Exige tener sumo cuidado con todo lo que se relaciona también con la muerte, la enfermedad, las adicciones y las discapacidades. Un sordomudo será así un deaf without speech.  El cadáver debe ser mencionado como “persona no viva” o “metabólicamente diferente”. Los agentes tienen que verse frecuentemente con alcohólicos y drogadictos, pero nunca a un drunkard deberían llamarlo por este nombre, sino por la perífrasis “bebedor problemático”, y un junkie sería para ellos un substance abuser, un drugg addict o un “desafiador químico”.

Homosexual es totalmente inaceptable por ser un término procedente de la ciencia médica. Los bobbys mancunianos en la prestación de sus servicios se las ven frecuentemente con homeless, individuos “involuntariamente indomiciliados” por ser poors, es decir deprived. Y también con convicts, que en realidad deben ser considerados “clientes del sistema correccional” (en español, simplemente “internos”). Nunca dirán los agentes whore o prostitute sino “proveedora de servicios sexuales”.

En la misma dirección, destaca también la cartilha Politicamente correto & Direitos humanos publicada por la Secretaría Especial dos Dereitos Humanos de la Presidencia da República Federativa do Brasil en 2004. Se presenta el documento como un glosario que reseña primero las palabras y “expressões pejorativas” para comentarlas después con el propósito de incentivar la corrección lingüística.  La primera entrada corresponde a “a coisa ficou preta”, en español, “la cosa se puso negra”, que tiene “forte conotação racista contra os negros”. Igualmente, se rechaza la denominación de velha para la persona de edad, que deberá ser calificada de idosa, “añosa” diríamos en español, designando así al grupo eufemísticamente identificado como la “tercera edad”.

DEPURAR EL IDIOMA

A este respecto, desde los mismos comienzos del fenómeno de la corrección política surgió otra expresión para designarlo: la de higiene verbal, puesta en circulación por Deborah Cameron. Se trataría de implementar un conjunto de prácticas “higiénicas” con el objetivo de depurar el idioma, para adaptar rigurosamente la propia estructura y los usos de la lengua a los ideales de belleza, verdad, eficacia, lógica, corrección y civilidad que determinados grupos sociales dicen profesar.

En esta línea, más que de higiene verbal otros prefieren hablar de intervención abiertamente puritana para desinfectar el lenguaje. Algo que se había dado ya, a la luz de la Ilustración, con el rechazo de los revolucionarios franceses hacia el denominado abus des mots cuando Helvétius alentó el proyecto de liberar el francés de los usos abusivos, las inconveniencias y los prejuicios.

La misma autora de Verbal Hygiene objeta, sin embargo, que en estas operaciones profilácticas, de antes y de ahora, van implícitos ciertos riesgos; por ejemplo, el someter el lenguaje a violencia y destruir la libertad de los hablantes pervirtiendo el significado de las palabras, o el trivializar la política por centrarse en la supuesta culpabilidad de lo que se dice y cómo se dice, y no en la realidad subyacente.

No menores reservas hacia los excesos de una igiene verbale manifiesta Edoardo Crisafulli, que no duda en hablar de un “oscurantismo anti-iluminístico”, de un “blochevismo cultural” que amenaza la libertad de palabra y somete a las mejores inteligencias a un “siniestro conformismo intelectual“. Censura la intimidazione publica a que son sometidos los discrepantes de esta corrección, reos del ostracismo social y profesional. E identifica el movimiento, que considera acertadamente nacido en los campus norteamericanos bajo la influencia del multiculturalismo, como una expresión anacrónica del nominalismo escolástico, filosofía idealista según la cual la política de higiene verbal puede cambiar la realidad de las pulsiones sociales más ingratas e injustas.

Pero en Estados Unidos un destacado scholar, Stanley Fish, milita desde el comienzo de estos debates en el bando de los que niegan que la libertad de expresión sea absoluta, un fundamento intocable, casi sacral, de la democracia, y acepta la legitimidad de los Speach Codes impuestos por las autoridades universitarias en sus recintos, a lo que apunta la iniciativa de Stanford para la eliminación del lenguaje nocivo.