LIMÓN & VINAGRE

Jorge Javier Vázquez, la telebasura de autor

Cuando las críticas a tu programa congregan a mayor audiencia que el espacio en cuestión, la decadencia es irreversible

Jorge Javier Vázquez.

Jorge Javier Vázquez. / EPE

Matías Vallés

Matías Vallés

Nadie en su sano juicio ve un programa de televisión, pero sigue funcionando la regla de la ralentización del zapping, ese canal en que el espectador se detiene más de lo esperado aunque sea en contra de su voluntad. El frenazo en el carrusel coincide con la presencia en pantalla de Jorge Javier Vázquez. Su parque zoológico de Sálvame era deplorable, pero siempre engendraba la posibilidad de un chispazo, de un destello que acreditara al divo de la televisión basura de autor.

Desacreditar a Jorge Javier ha sido el deporte nacional mientras congregaba a miles de millones de telespectadores, entre quienes se hallaban forzosamente sus denigradores. Se libraba porque era más inteligente que la mayoría de presentadores de telediarios, más agudo que los tertulianos políticos. Se habla aquí en pasado, porque aquella seguridad pasmosa ha desaparecido en su actual y cabe esperar que efímero Cuentos chinos.

Si un conductor ha de llevar a su madre al programa para acallar críticas en la primera semana de emisión, las campanas tocan a muerto. La progenitora de Jorge Javier accede al plató del brazo del presentador, y le exige que quiere ver a "Kiko Matamoros". El conductor le reprocha que es otro tipo de programa y la coloca junto a la insulsa Jing Jing, una gata leona que debe funcionar como contrapunto de las insoportables hormigas de Pablo Motos.

Cuando las críticas a tu programa congregan a mayor audiencia que el espacio en cuestión, la decadencia es irreversible. Por si alguien no lo ha advertido todavía, Cuentos chinos es una burla tan sangrienta del gigante asiático que no cabe descartar una represalia de Xi Jinping contra Madrid, con el uso de armamento nuclear. La carrera meteórica de Jorge Javier merecía un estallido final de supernova a lo Gloria Swanson, aunque nadie hubiera previsto unos funerales televisivos con ataúd abierto y ofrendas desparramadas por un decorado de pato lacado.

Celia Villalobos no es Mila Santana. Al intelectual Jorge Javier se le exige que repita los millones de Sálvame sin manos, sin garras y sin dientes. La confusa dirección de Telecinco ha concebido Cuentos chinos como una penitencia, y la buena televisión no pide perdón ni permiso. Cuando los herederos del disipado Berlusconi reivindicaron la etiqueta de canal familiar, se referían por lo visto a una familia del franquismo. En el caso de que dispongan de la sagacidad suficiente, quieren ofrecer en una bandeja la cabeza de su San Jorge Javier, ya solo tres días a la semana y bajando. No es un menú apetecible, arroz cero delicias.

El genio de la telebasura de autor parecía pletórico, por lo que sus ocasionales espectadores no entendimos que en Sálvame emitía un grito desesperado. Estaba rodeado en su propia cadena, amenazado por el mínimo traspié. Una televisión con doscientos millones de beneficios al año concentrada en la destrucción de su efigie más reconocible, cómo no entender que Jorge Javier se considere incluso imprescindible en la boda de Kiko Hernández, a la que no ha asistido.

Pedro Sánchez utilizó en su día a Jorge Javier como hoy manipula a Puigdemont, por un puñado de votos en ambos casos. También La Moncloa debe llorar a un presentador absolutamente desorientado y sin aguijón, que entra en Cuentos chinos disfrazado de triada. Y si Jorge Javier relajaba el zapping, Ana Rosa lo aceleraba pero se quedará como dueña en declive de las televisiones españolas, lo cual garantiza la pronta extinción de dicho medio de comunicación sin demasiadas lágrimas a su alrededor.

Cabe situar a Jorge Javier en la estirpe de Piers Morgan, el entrevistador a quienes todos destripan sin perderse sus intervenciones. Salvo en España, donde fue alanceado tras el crimen de entrevistar a Rubiales, por parte de quienes no sabían ni deletrear su nombre. El éxito de Sálvame no radicaba en las cuestiones externas que abordaba, sino en la adjudicación del status de estrellas a todos los participantes, hasta el punto de crear una irresistible sitcom endogámica. Los Bridgerton en Fuencarral.

Belén Esteban, la princesa del pueblo bajo, se encuentra a años luz de Susi Caramelo, donde el mejor chiste consiste en no haberla llamado Sushi. Porque Cuentos chinos no solo podría titularse Cuentos japoneses, sino Cuentos guatemaltecos. El campeón de la telebasura ha pasado de desatar el rojo de la ira al sonrojo de la vergüenza. El Jorge Javier henchido de ironías podría enderezar el sampán con rumbo de naufragio, pero lo han embarcado en este junco para hundirlo. Su éxito se basó en que manipulaba sin dejarse manipular. Con las alas cortadas, Jorge Javier es un juguete roto. Chino, si quieren.