LA VIDA CONTIGO

La pesadilla que supone compartir piso con alguna gente: "Tenía un plato sucio encima del cajón de la ropa interior"

Muchas personas se ven abocados a pagar el alquiler a medias con compañeros, pero no siempre sale bien

El último Observatorio de Emancipación resalta que alguien joven debe dedicar 85% de su salario neto al arrendamiento para emanciparse en solitario

Algunas imágenes de un piso compartido.

Algunas imágenes de un piso compartido. / Fotografías cedidas

María G. San Narciso

María G. San Narciso

Laura, de 24 años, decidió independizarse este 2022. Buscando por Idealista, encontró una habitación por Ciudad Lineal (Madrid) cerca de su trabajo. Se mudó en julio junta a una pareja, un chico y una chica. No conocía a ninguno. Lo que no se imaginaba era la pesadilla que venía después.

"No había ninguna norma de limpieza. Sobre todo ensuciaba el chico. Llegaba y ponía todo patas arriba", explica a este periódico. La comunicación con ellos no funcionaba. Por más que les decía que quería mantener las zonas comunes en un estado más o menos habitable, la respuesta siempre era el vacile. Lo de la fotografía del fregadero que acompaña a este reportaje, estuvo días. Cuando parecía imposible que la convivencia fuera a peor, llegó un perro.

"Me dijeron que iba a estar unos días y me pareció genial, porque me encantan los animales. Pensé que se lo estaban cuidando a alguien que estaba de viaje y ya está, pero resulta que lo habían comprado y lo tenían encerrado en la terraza. Ni lo paseaban. El perro se cagaba y se meaba por ahí y tardaban un día entero en recoger las cacas. Esa condición de insalubridad llevaba a que hubiera cucarachas", relata.

Un día llegó a casa y había desaparecido la mesa del centro porque el perro la mordía, como al resto de muebles. La solución que le proponían era cogerla cada vez que quisiera usarla, pero estaba guardada en el cuarto de la pareja y pesaba más de la cuenta. También le quitaron sus plantas de la terraza y le utilizaban, sin ningún pudor, algunos de sus productos. Al fin consiguió mudarse a "una casita súper linda recién reformada y con compañeros normales" en el mismo barrio.

Guitarras y fiestas 'chill' a las 8 de la mañana

El caso de Laura puede parecer extremo, pero no es tan anecdótico. Ana, de 26 años, se fue a vivir con su mejor amiga de la residencia a un piso, donde conoció un lado distinto de su compañera. "Era una persona absolutamente guarra y egoísta", asegura ahora. Cuenta que una vez dejó pudrir durante días unas patatas. También un pollo que estaba dentro del frigorífico. Le pidió a Ana que lo limpiara porque le daba "muchísimo asco". "Lo poco que limpiaba lo hacía fatal. Estaba todo asqueroso y desordenado", prosigue.

Con otra compañera que tuvo ocurrió lo mismo: la limpieza no era su fuerte. Llegó a "dejar el plato de comida sucio encima del cajón de las bragas abierto", explica. Cuando se iba de casa, su otro compañero y ella aprovechaban para ventilarle la habitación porque "olía a pies". Al dejar el piso, su casero le escribió para decirle que había encontrado un preservativo usado detrás de la mesilla. Ahora vive con una amiga que también sufrió problemas de convivencia. En su caso, una compañera de habitación —que no de piso— le llegó a meter a gente para tocar la guitarra a las ocho y media de la mañana. Ella, a esa hora, estaba durmiendo.

"Una compañera se llevó a un amigo a casa que aprovechó cuando no había nadie para montar una fiesta chill con una pareja, un bebé y un perro. Los adultos estaban fumando porros", asegura Elisa

También a Elisa, de 29 años, le ocurrió algo parecido en Barcelona. Una de sus compañeras subarrendó su habitación en verano a una chica italiana. Esta, a su vez, se llevó a un amigo a casa que aprovechó cuando no había nadie para "montar una fiesta chill con una pareja, un bebé y un perro". A los adultos los pillaron fumando porros en el salón. La marihuana, para su desgracia, era constante en ese piso. También el encontrarse a chavales que venían a seguir la fiesta de after a la vivienda cuando ella se levantaba para ir a trabajar.

Y no hace mucho que Marina (26 años) estaba en la cama, en su piso compartido en Madrid, cuando escuchó cómo sus compañeras hablaban de que su lavadora estaba soltando agua. "Nuestra cocina es muy chiquitita y el líquido llegaba hasta casi la mitad. Media hora después me levanto, voy y piso un gran charco. Ninguna de las dos lo había limpiado. Una se había ido a clase y otra estaba desayunando tranquilamente en el salón. Les pregunté que por qué no lo habían limpiado", relata. Lo fregó cabreada y llegó tarde al trabajo. Asegura que tiene otras tantas anécdotas como esa.

Independizarse solo, objetivo imposible en España

Pese a que se puedan dar este tipo de situaciones, a la mayoría de jóvenes no les queda otro remedio que compartir piso si se quieren independizar de sus familiares. Aunque sea con desconocidos. El último Observatorio de Emancipación, elaborado por el Consejo de la Juventud de España, resalta que una persona de entre 18 y 35 años debería dedicar 85,10 % de su salario neto anual al alquiler para poder emanciparse en solitario. Si quisieran acceder a una hipoteca, tendrían que entregar cuatro veces ese salario para aportar la entrada.

Y aunque en el primer semestre del 2022 la tasa de emancipación juvenil en España ha subido ligeramente, hasta el 15,9%, sigue estando muy por debajo de los niveles europeos, que tienen una tasa media del 32,10 %, el doble que en nuestro país. Si nos vamos a los menores de 25 años, este porcentaje se reduce hasta el 4%.

Solo hay que echarle un vistazo a algunas de las mayores ciudades de España para entender que la independencia total no es una opción viable para todo el mundo. De media, el alquiler cuesta unos 1.067 euros al mes. En Madrid, el arrendamiento de una vivienda se ha encarecido en el municipio un 13% desde septiembre de 2021 hasta el mismo mes de este año. En otras ciudades, como en Barcelona, San Sebastián o Palma de Mallorca, la situación es muy parecida.

Las habitaciones tampoco es que sean un chollo precisamente. Algunos arrendatarios y antiguos inquilinos las arrendan o subarrendan en pisos compartidos por precios que pueden llegar hasta los 700 euros o más. Todo esto, sumado a la inflación, hace que la pérdida de poder adquisitivo de la juventud española haya sido del 22,65% desde 2008. Un panorama desolador por el que muchos de ellos pasan por situaciones como las de Laura, Ana, Elisa o Marina. Al menos hasta que ganen lo suficiente como para vivir solos.