Opinión | MÁS ALLÁ DEL NEGRÓN

Política macarra

La degradación del lenguaje y de las formas en la vida pública

Pleno en el Congreso para la aprobación de la ley de amnistía

Pleno en el Congreso para la aprobación de la ley de amnistía / Zipi

Nuestra política siempre ha tenido algo de macarra. Pero hasta donde me llega la memoria nunca había llegado a los extremos actuales. Cualquiera diría que nuestros políticos se han desinhibido, se han soltado la lengua y les importa todo un amaranto silvestre, es decir, un bledo. No sabía bien si calificar su actitud de quinqui o de macarra. Al final, he optado por macarra, ya que quinqui es un término con cierta nobleza, asignado a gente que se busca la vida con la quincalla y hasta hay un cine quinqui, lo que le da un cierto barniz cultural.

Las dos primeras acepciones de macarra en el diccionario van como anillo al dedo para definir la actitud de ciertos políticos. La primera: "dicho de una persona agresiva, achulada; camorrista, pendenciero, peleón, matón". La segunda, "vulgar, de mal gusto; chabacano, hortera, vulgar, ordinario". La tercera, en cambio, creo que ya sería un poco traída por los pelos: "rufíán (hombre dedicado al tráfico de la prostitución), proxeneta, chulo, gancho, lenón".

Seríamos injustos si atribuimos a todos los políticos el mismo grado de macarrismo, afortunado hallazgo terminológico del estudioso Iñaki Domínguez. Las generalizaciones siempre son injustas. Lo que sí se puede afirmar es que se trata de un fenómeno que se produce a ambos lados del espectro ideológico y que no es exclusivo de ningún partido. Coinciden con mucha frecuencia los ases del macarrismo político en el objeto de sus malas artes. El mensajero, un personaje que tiene tras de sí una amplia trayectoria de ser abofeteado a diestro y siniestro.

Merece ser mencionado en primer lugar el ministro Óscar Puente, por ser nuevo en esta plaza aunque bien conocido por sus paisanos vallisoletanos. Ha resultado ser todo un experto en el manejo artero de las redes sociales, que es donde los macarras libran hoy sus batallas. En los pocos meses que lleva en el Gobierno, ya nos ha dejado unas cuantas perlas de genuino mal gusto en su uso marrullero del lenguaje.

La última, en una demostración más de su desprecio hacia la prensa, ha sido denominar al diario digital "The Objective" como "el ojete", en un alarde de mal gusto y chabacanería. Otro que tampoco tiene pelos en la lengua es Miguel Ángel Ramírez, jefe de Gabinete de la presidenta de Madrid. La pasada semana amenazó por whatsapp a "elDiario.es": "Os vamos a triturar. Vais a tener que cerrar. Idiotas. Que os den". Cuando la periodista que recibió los mensajes preguntó si se trataba de una amenaza, el político contestó: "Es un anuncio".

La conversación venía a cuento de la filtración de que el novio de su jefa estaba siendo investigado por presunto fraude a Hacienda. Por cierto, que la prensa no ha sabido muy bien cómo catalogar a Alberto González Amador, si como novio, pareja o qué de Ayuso. Ha tenido que ser el perejil de todas las salsas, Óscar Puente, el que diera con la expresión con más ofensas en menos palabras: "testaferro con derecho a roce".

Díaz Ayuso tampoco es de las que se quedan cortas. A ella se debe la presunta broma, tan celebrada por sus seguidores, del "me gusta la fruta" remedo sonoro del "hijo de p…" dirigido al presidente del Gobierno en sede parlamentaria. Lo que no puede ser es que si las ofensas vienen de unos nos parezcan graciosas y si vienen de otros, ofensivas.

En 2019, hace ahora cinco años, los periódicos se alarmaban por el nivel que habían alcanzado los insultos entre los políticos. Incluso se llegaron a publicar algunas listas de los más populares: ridículo, ególatra, okupa, traidor, ilegítimo, mentiroso, irresponsable, incapaz, desleal, incompetente… El deterioro desde entonces es evidente. Aquello parecían pellizcos de monja comprado con lo de ahora, que unos llaman "perro Sanxe" al presidente y otros, "amigo de los narcos" al líder de la oposición.