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La mañana más plácida del mundo

¿Seríamos mejores sin saber lo que pasó en esa escalera, lo que pasó en ese baño, las llamadas que han contado quienes pedían que se conociera todo? ¿Lo sucedido era un detalle omisible?

La finca calcinada de Maestro Rodrigo.

La finca calcinada de Maestro Rodrigo. / F. CALABUIG

La mañana más plácida del mundo. No hace frío. La ropa ni sobra ni falta. El sol de invierno brilla sin nubes que amenacen. Todo es azul. No hay viento que sople. No tienes que trabajar, así que los pistones del cuerpo trabajan a otro ritmo, más humano. La mesa en la terraza está soleada. El café con leche está en su punto, con la crema justa, no es uno de esos pozales de líquido oscuro con unas pocas gotas de leche que hacen que el brebaje no sea ni café ni café con leche, que es otra cosa, es esto, la combinación adecuada hasta dejar el amargor exacto. Levantas la mirada. Ahí está. La mole. El macizo carbonizado rompiendo ojos. Las cenizas transmiten frío cuando ya son solo eso.

No aguantas. Bajas los ojos. Abres el periódico y sacas las gafas. Assange. Nunca te ha gustado, como no te gustan todos los que concentran tanto protagonismo, siendo al final ellos mismos la causa, tapando incluso el objetivo inicial. No te gusta, pero te gusta menos el significado del proceso en el que lleva años envuelto, sin vida real. Si acaba mal, la verdad lo tendrá más difícil. Ya dice mucho de estas democracias de hoy haber llegado hasta aquí. Importa más cazar al delator que el valor del material que ayudó a destapar. Significa que en este tiempo importa menos si el sistema es injusto, si actúa mal, que ocultarlo y evitar las filtraciones. En un mundo donde solo exista la información oficial, no hay acercamiento posible a la verdad, no la veremos ni de lejos. El mundo real es cada vez más el de Orwell.

La calle está quieta. Hasta la circulación es plácida. No hay acelerones ni cláxones estresantes en esta encrucijada de autopistas urbanas disimuladas por veredas verdes. La ciudad nueva y opulenta. Incluso un mirlo se deja oír cerca. Hace justo una semana, aquella mañana de jueves, es posible que algunas de las víctimas estuvieran aquí, en esta mesa. No consuela saber que el destino no avisa. Quizá también alguno pensó que era la mañana más plácida del mundo.

Pasas página (del diario). Kuzmínov. Siempre te han gustado los desertores. Siempre hay motivos para salirse del carril, para pensar diferente. Lo difícil es el valor para saltar el muro. Más aún para alzar la voz luego contra el poder y ponerse del lado del presunto enemigo. Kuzmínov acabó acribillado a tiros en un garaje en la Vila Joiosa. En la Rusia de Putin no hay novedad. Navalni. El disidente no tiene derecho ni a la vida, es un mal ejemplo para los demás. Es el mundo al otro lado de la esquina. O conmigo o fusilado, blanco o negro. Se nos viene encima si miramos hacia otra parte.

La gente camina callada y mira. Algunos. Otros no. Como si quisieran hacer ver como que no ha sucedido nada. O quizá se han habituado ya, lo han añadido al paisaje cotidiano. Siguen con sus auriculares. La mayoría se detiene unos segundos, con la cabeza hacia arriba. Señalan si van en pareja. Pocas palabras. Como si vieran Marte. La escena parece ciencia ficción. Encuentros en alguna fase. Mirar y no ver.

Quizá eso tendríamos que haber hecho con esta tragedia. Ha habido críticas hacia los periodistas por contar que la familia joven, con bebés, intentó bajar, huir del fuego que aún estaba lejos; contar que los servicios de emergencias les dijeron que volvieran a su casa, que era lo más seguro. Así es casi siempre. No en este incendio excepcional.

No sé si contar es cuestionar el trabajo realizado, el esfuerzo casi sobrehumano de los que intentaron salvar sus vidas, pero sé que esa disyuntiva tiene trampa, lleva a lo incuestionable, a lo intocable. No sé si estamos alentando a que en el futuro se vulneren las normas, pero sé que no hay norma que no pueda ser mejorable. Tengo más preguntas que respuestas. ¿No es mejor acercarse a la realidad? ¿Seríamos mejores sin saber lo que pasó en esa escalera, lo que pasó en ese baño, las llamadas que han contado quienes pedían que se conociera todo? ¿Lo sucedido era un detalle omisible? Que alguien me lo diga. Periodismo es acercarse lo más posible a la realidad (sin perder nunca el respeto a las personas, sobre todo a las que sufren, claro). Periodismo no es la historia oficial. Ha habido exceso de espectáculo periodístico (televisivo) una vez más, sí, pero esa es otra historia.

El teléfono avisa de que está ahí, sigue vivo. Mensaje. Una política. Una queja. Un insulto al resultado del trabajo de ayer. Empiezas a contestar con el mismo tono y sueltas el aparato. Para qué. Sabes lo que vendrá. Y sabes que la próxima vez que la veas sonreiréis como si nada. Otro día. Hoy no. Hay otros mundos. Gaza. Otra masacre en la cuenta de los más débiles. Un genocidio que nos hemos acostumbrado a digerir. Debería poner más atención, pero levanto la vista. Y el macizo me devuelve un dolor helado. Bajo los ojos. Derrotado.

Baumgartner. Lo tienes al lado, en la mesa. Paul Auster. No has esperado. Te has lanzado con ansia al libro, como el que necesita respuestas urgentes, como el funambulista que busca su cuerda en el aire. Baumgartner. Una historia de viejos rotos y ángeles inesperados. Una historia de las personas que explican una vida y de las marcas que deja la pérdida. Es nuestro mundo. No hay más que el sinsentido del tiempo y la desaparición. Una historia de por qué una vida. Un día, antes de que sea tarde, tendré que escribir lo mucho que te debo, la nada que sería. Eres tanto que no cabes. Esa música que resuena estos días en mi cabeza. No quiero que se acabe. Levanto la mirada. No hay ira. La mañana más plácida del mundo.