Opinión | A VUELAPLUMA

Tristes y felices, como una sonrisa de Leonardo

La política se ha entrampado en este juego que enturbia la vista, han aparecido ofertas radicales que han extremado a los que se disputaban el centro y no estaría mal empezar a pasar página

Pedro Sánchez, en un mitin del PSoe en Bilbao, este sábado.

Pedro Sánchez, en un mitin del PSoe en Bilbao, este sábado. / EP

Un día más camino del trabajo. Los apóstoles de la radio atruenan en un semáforo. "Sánchez es un psicópata narcisista". Uno empieza a dudar si no escucha psicofonías. Al otro lado del cristal, un hombre al que le empieza a encajar el calificativo de viejo lleva un perro en brazos. Mirada serena pero cansada, la del animal. Ha cumplido. Mirada triste, la de él. Quizá sólo lo saca a hacer pis porque ya es mayor. Quizá es el último viaje al veterinario, pienso hoy que el día viene gris. La escena es triste, pero me alegra la mañana. La vida tiene sus días traperos, pero no deja de ser luminosa, con tipos así en cada semáforo, con una historia triste y bella. Como una sonrisa de Leonardo.

La radio continúa con sus cosas. El tema de la semana es el 11M, sus conspiraciones y bulos, sus manipulaciones informativas y su jugo político. De lo que menos se habla es de los tipos así, como este del semáforo, la ración de míseros humanos, estudiantes y trabajadores en un tren de cercanías que se encontraron aquella mañana con la muerte.

Me cansa oír tanto del 11M para llegar a la misma conclusión: estamos donde nos instalamos entonces, en una política de bandos, de buenos y malos, de nuestros y vuestros, de hechos alternativos donde los intentos de imparcialidad están mal vistos por equidistantes y donde las noticias valen en función del rédito electoral que se les puede sacar. Polarización, lo han llamado. No hay nada que escape. Ahora es lo de Ábalos. El PP está a la caza, cada día una cabeza debe rodar. Antes no rodaron las propias, las del PP, por lo de las mascarillas, aunque uno no ve mucha diferencia. El PSOE se defiende: se están utilizando fragmentos de investigaciones policiales para dar la imagen de algo muy chungo y muy grande cuando es algo concentrado en el turbio Koldo y sus amigos de la trama. Vale. Pero uno no ve mucha diferencia con lo que la izquierda ha hecho en el pasado con sumarios de esta naturaleza. Lo único que ha cambiado es sobre quién caen las flechas. Así estamos. Entre todos estamos erosionando la credibilidad de los operativos anticorrupción y eso lleva a una democracia más pobre. Un paso más en la caída.

Tengo clara la culpa del Gobierno de José María Aznar en aquel intento de retrasar la comunicación de la verdad porque sabía que le perjudicaba electoralmente. La democracia resistió entonces, la mentira fue descubierta, y aquello tuvo unos efectos claros en la jornada electoral del 14 de marzo. Tengo claro el papel de cierta derecha mediática para sostener el bulo en el tiempo y deslegitimar el nuevo Gobierno: ha sido el abono de la discordia permanente, el avispero de tanta radicalidad perdurable, lo que más corroído el sistema. Lo tengo claro, aunque confieso que hoy, en este mundo de la información viral, hablar de engaño y lealtad cuesta. Podemos hablar de cuando empezó todo, si fue ese 11M o fue antes. Lo que quieran. La duda es si la democracia resistiría ahora, convertida cada día más en pasión de ‘hooligans’: lo que es penalti claro si beneficia a los míos, es dudoso si perjudica a los mismos.

La política se ha entrampado en este juego que enturbia la vista, han aparecido ofertas radicales que han extremado a los que se disputaban el centro y no estaría mal empezar a pasar página. No olvidar, como no se olvida lo leído en la página que dejamos atrás, pero salir del atolladero, empezar a caminar hacia un horizonte más limpio. Posiblemente cojeando, pero vivos.

La extrema derecha nos torea a todos (empezando por el PP) borrando la huella de Guillem Agulló, quitando unos bancos arcoíris, anunciando unos estanques ‘antiparias’ o cantando en vídeos masivos un triunfo parlamentario contra las mujeres. Son todo cosas que pesan poco, material simbólico, pero que demuestran que tiene el mando de la agenda.

Mientras tanto, la realidad continúa olvidada. Lo real es una sociedad donde ser joven significa no tener derecho a una vivienda digna a un precio asequible y donde tener trabajo no quiere decir que no seas pobre. Cada informe socioeconómico empeora al anterior. Y seguimos. En la trampa. Con estas sonrisas de Leonardo de Vinci: tristes y felices, como este hombre con su perro viejo en brazos. Tan tristes por cómo van las cosas como felices porque aún nos queda democracia. Yo confieso. Sigo sin saber qué es mejor: arrinconar a los radicales, con los efectos que puede suponer el martirologio entre una población cansada de falta de soluciones, o esta política, pesada y agria, en la que condicionan y se adueñan de los días.

Quiero creer que un día podremos pasar página. De momento, en el horizonte aparece EE UU, con Trump acechante. Esa batalla de noviembre no será la última, pero será de las más importantes por el futuro de la democracia tal como la conocemos. Por mantener lo que nos queda de sonrisa o cerrar el libro.