Opinión | EL PULSO DE ESPAÑA

Los primeros renglones forzados del postsanchismo

La cúpula del PSOE ha hecho de su apoyo organizado al líder un plan b con el que exhibir que hay cierto banquillo, estrategia y la decisión de movilizar a las bases por lo que pueda pasar

María Jesús Montero, saluda a un grupo de simpatizantes  a las puertas de la sede de Ferraz

María Jesús Montero, saluda a un grupo de simpatizantes a las puertas de la sede de Ferraz / EFE/ Rodrigo Jiménez

Se ha escrito otro momento histórico en la página del PSOE. En el libro político de España. Si el 1 de octubre de 2016 se agolparon centenares de militantes en los alrededores del cuartel general del partido para exigir sin mucho éxito a la gestora que no echase a Pedro Sánchez, este sábado, 27 de abril de 2024, se han reunido miles en la madrileña calle Ferraz para rogarle al mismo protagonista, a un Pedro Sánchez presidente del Gobierno, que no abandone. Que no tire la toalla. Que no dimita. Para saber si esta vez tienen más éxito en su reclamo que hace ocho años habrá que esperar unas horas clave. Mientras tanto se puede admitir que no ha habido un dirigente en las últimas décadas que, como el ahora secretario general, haya sabido remover con tanta fuerza y rapidez las emociones de su militancia. Esa capacidad es ya incuestionable. Pase lo que pase.

Al grito de “¡Pedro, quédate!” esos militantes y simpatizantes llenaron la madrileña calle Ferraz y varias aledañas para intentar, como por otro lado les había sugerido la cúpula del PSOE con invitaciones a manifestarse y autobuses fletados, frenar un paso al lado de su líder que creen injusto. Que decodifican como una operación de acoso de una parte de la judicatura y ciertos medios. Y que claramente puede ser letal para un partido diseñado en los últimos años a la imagen y semejanza de Sánchez, con el desasosiego de enfrentarse ahora, antes de lo previsto y sin preparación, al espejo de la ‘era postsanchista’. Si es que llega esa pantalla de forma inminente. Solo Sánchez lo sabe.

A ese grito de “¡quédate!” se sumó asimismo el comité federal socialista, esta vez sin excepciones. Primero, desde los micrófonos y con intervenciones en abierto para que no hubiera dudas del mensaje unánime que pretendían enviar a un jefe que se ha encerrado en La Moncloa con su familia. Segundo, en la calle, junto a los manifestantes, con una María Jesús Montero que capitaneó un momento de comunión tan emocional como estratégico –sí, estratégico- con sus bases: al tiempo que los cargos del PSOE se unían, en algún caso con lágrimas en los ojos, para cerrar filas con su capitán y tratar de hacer suya la bandera de la política “limpia”, se exhibía que hay un grupo de dirigentes al pie del cañón, sin vacíos.

Ese grupo ha interpretado que urge movilizar a la organización y evitar que se paralice envuelta en desánimo y que, por primera vez sin Sánchez a los mandos, toca exhibir que hay iniciativa y que se están tomando decisiones… por lo que pueda pasar. Por los pasos que haya que dar en cuestión de días. ¿Incluida la sucesión? Si hay un debate que estaba anestesiado en el PSOE era ese. Hasta el pasado miércoles. En ese miércoles en que Sánchez envió su ya también histórica carta a la ciudadanía, para decir que se estaba pensando si seguir por el “acoso” que considera que sufre su mujer por el hecho de ser eso, su mujer. Los socios se inquietaron y la oposición quiso ver un burdo movimiento táctico para ganar fuerza y respaldo público y social. Pero los populares, con el paso de las horas y observando el pesimismo de buena parte de la cúpula socialista, va remodelando su discurso y comenzando a hablar de que pueda haber “dimisión”, empezando a movilizar a sus seguidores, de momento, en redes.

Todo eso sucede con el gran protagonista, con el que va a decidir sobre su futuro, el suyo y el mío (al fin y al cabo su decisión afectará al rumbo y ritmo de este país porque haga lo que haga nada será igual) en silencio. Su comunicación con el partido y colaboradores es mínima, de intendencia, urgencias o de cortesía para los que le manifiestan solidaridad. Sin más. Eso es interpretado por unos como un signo del “nivel del sufrimiento” que está padeciendo y, por otros cargos, como una señal de que está tratando de marcar un muro con el PSOE para no hacerlo corresponsable de lo que esté por llegar. Sea lo que sea. Que se va, que se queda o cualquier sorpresa que pueda llegar por una carretera secundaria.