Opinión | ANÁLISIS

La IA y el problema de los gorilas

En la práctica, ya es un hecho que la Inteligencia Artificial está automatizando todas las cadenas de montaje que todavía mantenían operarios en sus procesos productivos

Cómo ve la IA la cognición como función de onda.

Cómo ve la IA la cognición como función de onda. / Generador de imágenes de COPILOT para T21/Prensa Ibérica.

Varios acreditados estudiosos —y entre ellos, Edoardo Campanella, investigador de la Escuela Kennedy de Harvard— han recurrido al llamado problema de los gorilas para describir la hipotética amenaza de la Inteligencia Artificial a la primacía del género humano. Hace unos 10 millones de años —explica Campanella— los antepasados de los gorilas modernos dieron origen, por puro azar, al linaje genético de los humanos. Si bien estos todavía comparten el 98% de los genes originarios, las dos especies han tomado caminos evolutivos radicalmente diferentes. Los humanos desarrollaron cerebros mucho más grandes, lo que condujo a la dominación mundial efectiva. Los gorilas se mantuvieron en el mismo nivel biológico y tecnológico que los ancestros compartidos. Y estos, sin darse cuenta, engendraron una especie más débil físicamente pero intelectualmente superior, que finalmente destacó de los ascendientes originarios… La analogía de este proceso con la generación de la IA por los humanos es obvia: podríamos estar corriendo el riesgo de engendrar una máquina que nos supere, no por efecto del azar sino por diseño.

Hay muchos argumentos en contra de esta posibilidad, que de momento no pasa de ser un buen tema para la ciencia ficción. Hay montañas de bibliografía que deberían tranquilizarnos a este respecto… si no fuera porque también avanzan los predicadores de una especie de gran hecatombe. De momento, la mayor parte de la comunidad científica está con los primeros, entre otras razones porque no es tan simple replicar la inteligencia humana. Nuestro cerebro no funciona únicamente mediante la deducción —a través de la lógica— y la inducción —a través de patrones de causalidad en los datos—: también actúa a impulsos de un razonamiento intuitivo, la abducción o simple sentido común. “La abducción —escribe Campanella— nos permite mirar más allá de la regularidad y comprender la ambigüedad. No se puede codificar en un conjunto formal de instrucciones o en un modelo estadístico. Por lo tanto, ChatGPT carece de sentido común”, como muchos hemos tenido ocasión de experimentar.

Esta idea ha sido desarrollada por Eric J. Larson enThe Myth of Artificial Intelligence, un apasionante relato en el que pone de manifiesto la escasa probabilidad de que la investigación en IA conduzca a una superinteligencia, entre otras razones poque el conocimiento de nuestros propios procesos mentales es demasiado limitado para que podamos reproducirlos artificialmente. Y la omnipotencia de la IA se basaría en la falsa hipótesis de que la inteligencia humana puede reducirse al cálculo y a la resolución de problemas.

Es evidente que lo que a algunos nos parece una argumentación convincente, a otros no les disuadirá de seguir temiendo la emergencia de una sobrecogedora IA que nos postergue, como ocurrió con los gorilas. Pero sea cual sea el curso de este debate, lo que si no ofrece dudas es el cambio inminente del trabajo humano, en su actual desarrollo evolutivo, tras varias revoluciones industriales y los últimos procesos basados en nuevas tecnologías y en la transformación digital.

En la práctica, ya es un hecho que la Inteligencia Artificial está automatizando todas las cadenas de montaje que todavía mantenían operarios en sus procesos productivos. Cuanto sea susceptible de automatización, será pasto de la robotización, con una pérdida inevitable de mano de obra. Asimismo, muchos trabajos intelectuales podrán ser realizados por máquinas, aunque se mantenga el control humano en la mayoría de los casos para garantizar que en ningún caso falte la dosis necesaria de sentido común de que hablábamos más arriba. La medicina, pongamos por caso, logrará avances espectaculares en los diagnósticos, aunque en este caso, como en otros muchos de la misma índole, la intervención humana se mantenga, y aun se intensifique en los estadios más altos de la disciplina.

En resumen, estamos al borde de una radical transformación del escenario laboral, ya que sectores enteros —el del transporte, por ejemplo— serán automatizados, lo que puede causar un desfase estructural entre la oferta y la demanda laborales. Habrá, en suma, un desempleo sistémico, que no podrá resolverse mediante medidas circunstanciales sino que habla de ser acometido institucionalmente por la sociedad, de forma que no se establezca una fractura dramática entre quienes trabajan y quienes no encajen en el ‘mundo nuevo’ que se nos avecina.

Hace ya tiempo que se realizó la propuesta de la llamada renta básica universal, que incluso llegó a ser propuesta por el Foro de Davos en plena pandemia como método para eliminar el riesgo de exclusión de una parte de la humanidad. Dicha herramienta, u otra de parecido pelaje, será esencial en cuanto se adviertan los mencionados efectos de la Inteligencia Artificial sobre el mercado laboral. Probablemente, quienes avisamos de este cercano futuro seremos calificados de alarmistas durante algún tiempo. Pero al menos los intelectuales y los prospectivistas tienen la obligación de empezar a prevenir esa coyuntura ingrata, antes de que los desequilibrios previsibles se nos vayan de las manos.