Opinión | EL REVÉS Y EL DERECHO

El valor del agua

La mezquindad humana tiene muchas varas de ser medida, muchísimas. La primera de todas es la cicatería con la que racionamos el agua

Las regiones del mundo más amenazadas por la sequía

Las regiones del mundo más amenazadas por la sequía

Hace tantos años que Triunfo puso en su portada este titular: «África se muere de sed», que casi todo lo que encerraba ese aviso ha sido sobrepasado por la infinita injusticia que se ha hecho, en el mundo, no sólo en África, con ese líquido elemento que hace vivir a las personas, a las fieras, a los países y hasta a los camellos de los Reyes Magos. El agua, bendito sabor de la vida. Mi madre, cuando creía estar mejor, en los meses anteriores a su empeoramiento, me decía después de sorber ese líquido de oro de los manantiales canarios: «Juanillo, cuando me ponga buena llévame a donde nace esta maravilla». No hubo ocasión. La desgracia se la llevó de la tierra, y aquí está, en mi memoria del agua también.

África se moría, se muere, de sed, y también se muere de sed Cataluña, por ejemplo, y la Valencia política, requerida de solidaridad, pide que se firmen papeles para otorgarle alivio a la sequía de tan cercanos vecinos, cuya lengua propia es casi la suya, por cierto, como están cerca, tan cerca, las canciones cantadas por Serrat y por Raimon, uno del Poble Sec (¡el poble sec!) y otro de la hermosa localidad de Xátiva, el carrer Blanc.

La mezquindad humana tiene muchas varas de ser medida, muchísimas. La primera de todas es la cicatería con la que racionamos el agua. Ahí vemos a los niños de África con su cazo en la mano mendigando agua y aire, ropa, vestimenta y medicamentos, comida, y agua, sobre todo agua, como en un tiempo, no tan lejano, mi padre esperaba que acabara el racionamiento del agua que iba a aliviar la sequedad de la huerta. Los pobres del mundo han sido y son mendigos de pan y de agua. El pan no se le niega a nadie, y se niega, no ha de negarse el agua y ya ven, con tristeza se verifica su racionamiento.

Este del agua es un asunto tan triste, y tan importante, como el de las lágrimas. Vemos en el universo presente guerras horribles, como la que insiste en seguir Israel contra sus vecinos pobres, o Putin contra la devastada Ucrania, y lo primero que salta a la vista es la sed africana que asola a estos lugares en los que se alterna la rabia con la resignación, mezclada con la dureza de vivir de todas esas sociedades señaladas por la mala suerte y por la persistencia de la maldad de los que se olvidan de esos territorios, o los masacran, como si fueran piojos en la historia. 

Esta evocación de la sed, y del agua, de la escasez y también de la belleza impar del agua, me viene por todo lo que llevo dicho y ahora, en concreto, porque tengo delante de mi mesa de escribir, y de leer, y de sentir el paso del tiempo por la vida desde que, por ejemplo, vi aquella impresionante portada de Triunfo («África se muere de sed») porque tengo al lado, aquí delante, un libro bellísimo de Julio Llamazares, El valor del agua, editado con primor por Nórdica e ilustrado por Antonio Santos, y hecho con la luz de quien perdió, por el agua cruel de los pantanos, la dirección postal de su niñez y de su vida: Vegamián, el hermoso lugar enterrado en agua donde nació y de donde él y sus padres y tantos debieron marchar mientras se ahogaba el sitio como se ahogaron los árboles y las ventanas. 

Es un homenaje al agua, y una nostalgia del agua en la que nació. Los dibujos, hechos para que lo oscuro de las viñetas resaltaran mejor el agua que el libro trae, atrae imágenes de viejos, de transeúntes, de coches, de lisiados y de menesterosos (de pan, de agua, de salud) apoyados por una poesía que es como la de La lluvia amarilla… Mi madre me mandaba a buscar agua en la talla que había en el patio. Desde el primer párrafo de este libro («Cierra el grifo, que se gasta el agua. Siempre que Julio se dejaba un grifo abierto, escuchaba a su abuelo repitiéndole lo mismo: “Cierra el grifo que se gasta el agua”. O bien: “No malgastes el agua, que cuesta mucho”». Desde el primer párrafo hasta que el libro te lleva, nadando, a la alegría poética de su prosa.

Quien lea este libro, sobre la sed y la esperanza del agua, tocará una época, que persiste, la de la sequía en las casas y en el suelo, y en el subsuelo. Además, aquí, en El valor del agua, esa nostalgia que es también realidad está apoyada por la emocionante riqueza de una lengua que nace precisamente de la sed de un lugar que ya solo es agua y para siempre. El país hundido en pasado de Julio Llamazares.