Opinión | EL DERECHO Y EL REVÉS

Iñaki y el tertuliano que no estaba seguro

Ha pasado que la sociedad, la que se pone frente a los micrófonos o la que se asoma a los focos o aquella que cree que en los diarios que todo el monte es orégano, siente que da igual ocho que ochenta, que decir cualquier cosa no tiene relevancia

El periodista Iñaki Gabilondo.

El periodista Iñaki Gabilondo. / David Castro

Hace muchos años, cuando aún no había ni tanta tertulia ni tanto tertuliano, y cuando además no había redes sociales y periodistas enganchados a esas facilidades de descuido que ahora se nos ofrecen, el mejor de los radiofonistas de España (y parte del extranjero), Iñaki Gabilondo, representó en la Ser una de las mejores lecciones que han conocido estas décadas de periodismo y democracia.

En aquella ocasión, el maestro de la radio convocó al micrófono a uno de sus columnistas habituales. Todos habían dado su opinión acerca de uno de los sucesos del día de entonces, y aquel hombre, un ciudadano que estuvo en la política y en la academia, de apellido Vargas Machuca, le respondió al rey de las ondas con una salida republicana, extremadamente honesta: "La verdad es que sobre ese asunto no tengo formada ninguna opinión". 

He estado, lo estuve entonces, lo sigo estando, en tertulias, a veces literarias y a veces políticas (con Gemma Nierga y con Almudena Grandes, con Fernando G. Delgado, con Montse Domínguez, con Juan Ramón Lucas, con Vicente Vallés, y ahora con Javier Fortes y su sentidiño) y en ninguna de esas en las que he estado o estoy he escuchado semejante respuesta.

¿Qué ha pasado para que el señor Vázquez Machuca se haya quedado solo en ese ranking al que lo catapultó Gabilondo? He estado en muchas ocasiones viviendo la tensión inmensa con la que Iñaki domina el terreno que pisa, en la radio, y también en la televisión. Sé de su capacidad para organizar, como si estuviera al frente de una conversación en la cumbre, cualquiera de sus diálogos ante los micrófonos. Porque siempre ha sido, y es, un ciudadano preocupado de lo que dice o prepara y de lo que se dice a su alrededor. La radio es mucho más que una red: es una responsabilidad, y él, que ahora ha recibido en el Cervantes un homenaje por ese trabajo suyo ante el micrófono, es un maestro del que hemos tomado nota todos. Un maestro enfrentado ahora a la realidad de un oficio que en este momento ya no puede presumir de hechos como aquel.

Repito: ¿qué ha pasado? Ha pasado que la sociedad, la que se pone frente a los micrófonos o la que se asoma a los focos o aquella que cree que en los diarios que todo el monte es orégano, siente que da igual ocho que ochenta, que decir cualquier cosa no tiene relevancia, que todo será perdonado en cuanto se acabe la tertulia, se vaya a negro el programa, se desdibujen las tintas de imprenta o se cambie de sintonía en las radios. 

Estamos en un mundo muy complejo, de muy diluidas responsabilidades, y eso que está ocurriendo no le pasa solo a los que son culpables como políticos de esta pobre presencia de la ética en las intervenciones de quienes están obligados a respetarse unos a otros. Nos ocurre también a los periodistas, a los que no somos capaces, como lo fue Vázquez Machuca, de decir de eso francamente no sé nada, pregunta al siguiente que yo ya me lo estudiaré para otra vez.

No es de nuestra profesión, tan solo, este momento tan delicado. Escuché en la tarde de ayer, martes, tan desoladora, con tan buen clima en Madrid, sin embargo, las diatribas con las que el Congreso se enfrenta al futuro de España, en una de sus vertientes, ahora quizá la más difícil, cuando en una calle se insulta todas las noches y en las antenas de los distintos programas no paramos de decir que sabemos más que la vida. 

En esas conversaciones cruzadas del hemiciclo he escuchado de todo, y me he asombrado con la arrogancia que ocupa el tiempo de aquellos que a todo dicen no. No se les ve, como a Vargas Machuca, decir no sé o tal vez. Ya se lo saben todo, y sabiéndoselo todo muestran que la ignorancia tiende a ser su principal bagaje. Me da pena no aprender nada de lo que dicen, o de lo que dirían si el silencio los condujera a hacerse mejores. Qué pena, Iñaki ya no está enseñándonos a preguntar o a ser receptor de respuestas como la de aquel tertuliano que no sabía qué decir a una pregunta.