Opinión | LIMÓN & VINAGRE

Nicolás Maduro, a la revolución con chándal y en autobús

Desde el otro lado del charco, Pedro Sánchez observa con envidia a unos jueces y tribunales venezolanos que allanan el camino al gobierno y dictan lo que han de dictar para facilitarle las cosas al presidente

Nicolás Maduro.

Nicolás Maduro. / EPE

El chavismo cumple veinticinco años en el poder, y ahí sigue, más maduro, es decir, sin Chávez pero con Maduro. Hay ideologías que sobreviven a quienes les dieron nombre, tómense el cristianismo y el franquismo. El chavismo alcanzó el poder en Venezuela en febrero de 1999, y Nicolás Maduro es presidente del país desde 2013, tras la muerte de su predecesor en el cargo y fundador del movimiento, Hugo Chávez.

No es fácil que un partido acumule veinticinco años ininterrumpidos al frente de un gobierno, para ello debe aplicar recetas que no siempre son del agrado de todo el mundo, como inhabilitar a opositores. Eso no suele fallar nunca, es mano de santo. Es el caso de María Corina Machado, que no podrá presentarse a las elecciones presidenciales que han de celebrarse este mismo año en Venezuela, porque así lo han dictaminado recientemente los tribunales.

"Cúmplase y acátese", fue el comentario de Maduro al conocer la sentencia, sabiendo que se quitaba de encima una peligrosa competidora. Desde el otro lado del charco, Pedro Sánchez observa con envidia a unos jueces y tribunales venezolanos que allanan el camino al gobierno y dictan lo que han de dictar para facilitarle las cosas al presidente, no como los magistrados españoles, que se empeñan en defender la primacía de la ley, así no hay manera de amnistiar a nadie para seguir en el poder.

Nicolás Maduro no es poca cosa. Me refiero a que mide 1,90, que si ya entre nosotros es una estatura considerable, más lo es en Venezuela, donde los hombres miden de media 1,70. En España hemos de conformarnos con un pequeño Nicolás y en Venezuela lo tienen XXL. El peso no he podido averiguarlo, aunque, así a ojo, se diría que supera de largo los cien quilos, no parece pasar hambre el presidente venezolano, eso lo deja para bastantes de sus ciudadanos. Para atenuar un poco ese aspecto de ogro con que lo dotó la naturaleza, luce sempiterno bigote, un gigante con bigote se convierte en un bonachón que todo el mundo quisiera llevarse a casa. Ocurre lo contrario si el bigotudo es de talla mínima, entonces el adorno piloso le convierte en alguien que todo el mundo evita, piénsese en Aznar. Paradojas de bigotes.

A uno le gustaría charlar de esas cosas con Maduro, y de muchas otras, desde que él mismo hizo público un número de teléfono para que los ciudadanos puedan contactar con él.

-Aló ¿Qué hubo, compadre?

-Buenos días, don Nicolás, le llamo desde España. Me gustaría saber cuánto pesa.

-¡Chacho e’ mierda! ¿Que mamadera de gallo es esa?

En Venezuela se gobierna mucho a base de teléfono, ya Hugo Chávez popularizó un programa de televisión en el cual respondía a preguntas de los ciudadanos, "Aló presidente" se llamó. Maduro lo hace sin televisión, así puede responder en pijama y pantuflas, desde su casa, sin que nadie lo note.

En su juventud practicó el beisbol, jugando de pitcher, o sea lanzador, como Charlie Brown, el amigo de Snoopy. Se cuenta que un ojeador de las Grandes Ligas le ofreció un contrato como profesional en Estados Unidos, cosa que jamás le sucedió al bueno de Charlie Brown, a quien todo le salía mal. Maduro rechazó la oferta, de manera que pudo continuar en Enigma, una banda de rock donde tocaba el bajo, a pesar de sacarles dos cabezas a sus compañeros de grupo.

Mientras, se ganaba la vida como conductor de autobús en Caracas, un trabajo que implica, además de llevar el volante con mano de hierro, obligar a bajar del vehículo a quienes el propio chófer considere elementos indeseables, experiencia que le sería útil años más tarde, trabajando ya de presidente.

No hace mucho se ha sabido que la administración Trump mandó agentes encubiertos a Venezuela para intentar vincular al entorno de Maduro con el narcotráfico. En vano, por supuesto. Dos características inherentes a los servicios secretos de los EEUU son saltarse el Derecho Internacional y ser tan chapuzas que, además de fracasar en sus intentos, éstos acaban saliendo a la luz.

Si a una droga se puede vincular a Maduro no es a la cocaína, sino al procés catalán, que es más dura. Para alguien que se dice revolucionario, no tener una revolución que apoyar, es peor que para un yonqui carecer de heroína, por eso viste chándal a menudo.

Así que buscó en todo el mundo una revolución a la que respaldar, tal como hicieron el Che y Fidel décadas atrás, pero el mundo ha cambiado y lo único que encontró para poner fin a su síndrome de abstinencia fue un movimiento clasista, conservador, insolidario y cobarde en una esquina de la madre patria, España. No era lo que buscaba pero se apuntó a ello, qué iba a hacer, era su metadona. Fue lo más cerca que estuvo el procés de tener un solo reconocimiento internacional.