LIMÓN & VINAGRE

Mohamed Bin Salman, el magnate que quiere ser Matilde

El petróleo no es eterno y no es cosa de que la fortuna familiar disminuya, si una cosa le produce pánico a un rico es ser hoy más rico que mañana

Mohamed Bin Salman

Mohamed Bin Salman / EPE

Albert Soler

Albert Soler

Me toca escribir sobre Mohamed Bin Salman, el príncipe saudí que está detrás de la compra del 9,9% de las acciones de Telefónica. Casi nada. Se diría que quienes me lo han encargado quieren deshacerse de mí ahorrándose el finiquito. El periodista Jamal Kashoggi escribió contra el príncipe saudí y su gobierno y, tras visitar la embajada saudita en Turquía, salió de allí troceado dentro de una maleta, una forma de marcharse de un lugar que habla a las claras de la poca hospitalidad de los anfitriones. Por si acaso, yo excusaré mi asistencia a cualquier recepción en dependencias oficiales de dicho país, así el príncipe en persona me asegure que habrá croquetas.

Por fortuna para el príncipe, el despiece de Kashoggi -técnica seguida por el español Daniel Sancho, según ha confesado- tuvo lugar en 2018 y cinco años en política son una eternidad, así que los gobiernos de todo el mundo que en su día se rasgaron las vestiduras hoy ya lo tienen todo olvidado, un mal día lo puede tener cualquiera. A la amnesia colectiva ha contribuido que la monarquía saudí sea, con diferencia, la más rica del mundo, con una fortuna estimada en 1,3 billones de euros, he dicho billones, sí. Si encima estamos hablando del principal productor mundial de petróleo, se entiende que lo de Kashoggi se considere de una gravedad similar a salir del baño abrochándose la bragueta, una mera falta de urbanidad ante lo que solo cabe disimular mirando hacia otro lado. Por eso sale más a cuenta invadir Irak o Afganistán que Arabia Saudí, aunque los terroristas del 11-S fueran de este país.

Sucede que el petróleo no es eterno, y no es cosa de que la fortuna familiar disminuya, si una cosa le produce pánico a un rico es ser hoy más rico que mañana, imagínese usted, lector, que se levanta de buena mañana de la cama y se entera de que en lugar de 1,3 billones de euros en el banco, tiene solamente 1,2 billones. Para evitar semejante tragedia, MBS -así es conocido Mohamed Bin Salman, hasta los árabes ricos caen en las ridículas modas- ha comprado el 9,9% de las acciones de la española Telefónica, diversificar se le llama a eso. De hecho, quien ha comprado las acciones ha sido STC, empresa que pertenece al fondo soberano saudí.  

El príncipe Bin Salman celebra un gol del Arabia Saudí junto a Gianni Infantino, presidente de la FIFA, en el Mundial de Catar.|

El príncipe Bin Salman celebra un gol del Arabia Saudí junto a Gianni Infantino, presidente de la FIFA, en el Mundial de Catar.| / EPE

O sea, a Bin Salman, que es quien manda en la familia, en el país y pronto en Telefónica. Lo han hecho, además, mediante "sofisticados mecanismos de economía financiera", lo que traducido significa sin que se enterara nadie, y mucho menos el Gobierno español, que bastante tiene con comprarle unos cuantos votos a Puigdemont para poder seguir en el poder, como para estar pendiente de lo que a su vez compra un árabe en España. Eso sí, tanto la ministra Nadia Calviño como el presidente Pedro Sánchez aseguraron, en cuanto se enteraron, que Telefónica es una empresa estratégica para España y que el Gobierno va a defender los intereses del país. Lo cual, vistos los precedentes, significa que pueden echarse a temblar los españoles en general y los directivos de Telefónica en particular. A MBS se le ha metido en la cabeza ser una Matilde, y lo que se le mete en la cabeza lo cumple pese a quien pese, y no lo digo solo por el pobre Kashoggi.

Cubierto siempre con la tradicional kufiya roja y con un leve estrabismo que no le impide echar el ojo a todo lo que puede comprar, es decir, a todo. Bin Salman se encaprichó del Chateau Louis XIV -nadie piense en un viejo casoplón, es un edificio construido en el siglo XXI a imitación de los históricos-, en Francia, y lo adquirió. Lo hizo también mediante empresas pantalla, se conoce que el príncipe es modesto y no le gusta que se sepa que goza de cierto poder adquisitivo. Pagó la fruslería de 275 millones de euros, el precio más alto que jamás ha pagado nadie por un inmueble.

Puestos a batir récords, se hizo también con la pintura Salvator Mundi, de Leonardo da Vinci, por la que pago 450 millones de dólares, lo que a su vez lo convirtió en el cuadro más caro de la historia. Tiene también un yate, cómo no va a tener yate un millonario árabe, es decir, tiene toda una flota de yates, pero su favorito es el Serene, que le costó 550 millones y mide 34 metros de eslora, no va a pasearse MBS en un patín a pedales. Cuando el príncipe tiene un capricho, lo hace realidad, y al fin y al cabo, mejor esos caprichos que el de trocear a un compatriota.

Bin Salman está casado con su prima, para qué ir a buscar esposa más lejos, si su familia, la casa Saud, está formada por 15.000 miembros, 2.000 de los cuales poseen el poder en el país. Raro sería no encontrar una prima disponible y esposable. Se dice que tiene asimismo otra esposa, esa tan secreta como una operación para hacerse con telefónica, tal vez no tan onerosa, aunque nunca se sabe.