Opinión | ANÁLISIS

‘Izquierda Española’, los nuevos jacobinos

Conviene repasar la historia para recordar que en los periodos centralistas y autoritarios las elites catalana y vasca consiguieron privilegios fabulosos

El líder del partido 'Izquierda española', Guillermo del Valle, durante la presentación del nuevo partido político.

El líder del partido 'Izquierda española', Guillermo del Valle, durante la presentación del nuevo partido político. / Silvia Martínez / Europa Press

Durante la Revolución Francesa, los jacobinos fueron los miembros de un club ubicado en París, en el convento de los dominicos, conocidos como jacobinos. Con Robespierre y Mirabeau en sus filas, en 1789 aquella asociación, motor intelectual del movimiento revolucionario, ya agrupaba a dos centenares de diputados de diversas tendencias. Aquellas elites eran republicanas y laicistas, aferradas al concepto de soberanía popular; propugnaban el sufragio universal y creían en la unidad e indivisibilidad de la nación, por lo que defendieron un estado fuerte y centralizado.

A gran distancia de aquellos hechos, el término jacobino ha sido utilizado en Europa para señalar al socialismo centralista, subsidiario del centralismo democrático del leninismo. En el PSOE, siempre ha habido una corriente jacobina dotada de cierto instinto centralizador, que ha mantenido la tesis de que las decisiones centralizadas no se contaminan por las influencias de la contigüidad. Lógicamente, ese sector se ha crecido ante los sucesos del 1-O y contra las políticas de apaciguamiento aplicadas por Sánchez, quien ahora plantea una amnistía que cierre el conflicto.

Todo esto explica que se consideren jacobinos los miembros de esa formación recién aparecida llamada Izquierda española que traman algunos heterodoxos del PSOE y ciertos compañeros de viaje que se manifiestan como antinacionalistas, quieren revisar el Estado de las autonomías (y no en la dirección federal precisamente) y critican a Sánchez porque pretenda resolver políticamente el problema catalán.

Para valorar esta iniciativa, conviene repasar la historia para recordar que en los periodos centralistas y autoritarios -las dictaduras de Primo y de Franco- las elites catalana y vasca consiguieron privilegios fabulosos. Carlos Sánchez recordaba recientemente que el propio Cambó, que intentó construir un nacionalismo catalán moderado que no molestase a su amigo Alfonso XIII, participó gustosamente en la conspiración del hotel Palace de 1916, cuando el capitalismo patrio se plantó para frenar el impuesto extraordinario que quería imponer el ministro de Hacienda, Santiago Alba, a los burgueses de la época por los beneficios estratosféricos obtenidos tras estallar la Gran Guerra. Cambó no hablaba solo en nombre de los empresarios catalanes, sino que a la rebelión contra el impuesto se unió la aristocracia económica vasca representada por Ramón de la Sota. Ya con anterioridad, Cánovas del Castillo, conservador y centralista de pro, restauró en 1876 los derechos históricos forales tras las guerras carlistas, otorgando a Euskadi una benéfica autonomía financiera de la que aún disfruta.

La gestión del pluralismo étnico, intelectual, cultural e histórico de este país no requiere un unitarismo afectado y forzoso sino un gran pacto federal"

La centralización que puso en marcha Francia a finales del XVIII fue sin duda un importante motor de progreso que facilitó la construcción material de la nación, pero la gran diversidad española no puede gestionarse con criterios meramente unitarios. La gestión del pluralismo étnico, intelectual, cultural e histórico de este país no requiere un unitarismo afectado y forzoso sino un gran pacto federal –digamos la palabra maldita: federal- que dé encarnadura a todos los intereses presentes, que compitan en buena lid y con criterios de equidad. El jacobinismo es una invocación al autoritarismo y una mirada nostálgica al pasado. Justo lo contrario de lo que necesitamos.