Opinión | ANÁLISIS

2024, elecciones decisivas en la UE

En una Europa madura, hay que suponer que la ciudadanía de esta potencia en ciernes atinará a la hora de seguir depositando su confianza en las dos potencias ideológicas que la han sostenido, el centroderecha y el centroizquierda

Sesión de la Eurocámara en Estrasburgo.

Sesión de la Eurocámara en Estrasburgo. / EFE

La lenta construcción de la Unión Europea conforme a las tesis originarias del funcionalista Jean Monnet, que ha consistido en la forja de la unidad política sobre los cimientos de una progresiva vinculación económica, otorgó un peso específico discreto al Parlamento Europeo, símbolo de un poder legislativo creciente pero muy alejado todavía de ser la verdadera residencia de la soberanía popular europea. En la práctica, su papel ha sido claramente deliberativo, no resolutivo, y en este sentido ha resultado muy útil para la confección de un ente con discretas pretensiones federales.

Pero la complejidad de la Europa actual y sobre todo las perspectivas de ampliación a todos los países orientales que se hallan en la cola del ingreso obligará a perfeccionar esa desdibujada estructura federal que ya se entrevé, y que en los últimos tiempos ha ido adquiriendo una cada vez mayor consistencia ideológica. Además, su función crece: durante la actual legislatura, el Parlamento Europeo ha aprobado 236 leyes y otro centenar y medio está en proceso de elaboración, con normas pendientes como la directiva sobre violencia de género, que la presidencia española de la UE, que acaba de terminar, ha dejado pendiente para la presidencia belga. Sí se acaban de aprobar, en cambio, la ley de Inteligencia Artificial y el nuevo Pacto Migratorio…

Las próximas elecciones europeas tendrán lugar en los 27 países miembros entre el 6 y el 9 de junio —el día 9, domingo, en España—, en un año en que una treintena de democracias de grandes países irán a las urnas —entre ellos los Estados Unidos, el Reino Unido, México, Taiwan e india—, y marcarán un hito en la UE. 400 millones de europeos se repartirán los 720 escaños de la Eurocámara, en unas condiciones políticas novedosas porque, si hasta ahora el control de esta institución estaba en manos del centroderecha y de la socialdemocracia, ahora ha surgido con fuerza una extrema derecha potente que aspira a conseguir un notable protagonismo.

El artífice de la conspiración en marcha es el presidente del Partido Popular Europeo (PPE), Manfred Weber, quien protagonizó hace pocas semanas un rifirrafe con el presidente saliente de la presidencia del Consejo de la UE, Pedro Sánchez, en la eurocámara. Weber es enemigo declarado de Sánchez porque fue vetado por él para presidir la Comisión en beneficio de Ursula von der Leyen, quien también acabó consiguiendo el apoyo decisivo de Merkel.

Weber es amigo de los partidos ultraderechistas del llamado grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, Eslovaquia y la República Checa), protector por tanto de Orban y enemigo del victorioso Tusk en Polonia, partidario de la alianza del PPE con un grupo de formaciones ultra, especialmente los más afines a la OTAN, que en este momento estaría capitaneado por la italiana Meloni, quien es como se sabe primera ministra de un tripartito formado por los Hermanos de Italia, la Liga y Forza Italia, este último creado por Berlusconi y miembro del PPE. En un primer momento, ni Rassemblement National de Le Pen (RN, antiguo Frente Nacional, FN) ni Alternativa para Alemania (AfD) estarían incluidos en el conglomerado fraguado por Weber, pero sí las formaciones ultra que ya gobiernan en Europa (además de en Italia, hay partidos ultra en los gobiernos de Hungría y Eslovenia; además, en Suecia, los ultras apoyan al gobierno desde fuera, y la ultraderecha islamófoba de Wilders ha ganado las elecciones en los Países Bajos).

En los planes de Weber estaba una victoria clara del Partido Popular español, que hubiera debido formar gobierno con Vox. De hecho, Meloni dio un inefable mitin el 12 de junio de 2022 en Marbella, durante la campaña electoral andaluza, en el que derramó todas las infamias ideológicas que están en la partitura de su ideología, aunque en sus labores de gobierno en Italia trate de parecer moderada. También en la campaña de las generales intervino telemáticamente en mítines de Vox. El fracaso de Núñez, debido en gran medida a la toxicidad de su socio Vox que ahuyentó a la parte más razonable del electorado conservador, y la formación de un gobierno progresista comandado por Sánchez, explican la bilis y el mal humor de Weber, quien ve que tampoco esta vez podrá ponerse al frente de la Comisión Europea.

Aunque existe una tendencia irreparable a extrapolar hitos electorales que no tienen nada que ver entre sí, es evidente que estas elecciones europeas tienen sobre todo relevancia en la definición del marco global de la UE pero aquí (y en todos los países) serán utilizadas para respaldar intereses diversos en el sistema político español. Es probable que el PP se beneficie del voto conservador moderado que no quiso acompañarle en su aventura con Vox. También que el PSOE pague la impopularidad de algunas decisiones valientes como la amnistía, que todavía no habrán rendido los frutos a medio plazo que cabe esperar de ellas. En estos comicios será relevante también la correlación de fuerzas entre Podemos y Sumar, etc.

Pero en una Europa madura, que ha sabido sobrellevar dos graves crisis en década y media, que padece una inquietante guerra en un país, Ucrania, que ya ha sido admitido como candidato a pertenecer a la comunidad, hay que suponer que la ciudadanía de esta potencia en ciernes atinará a la hora de seguir depositando su confianza en las dos potencias ideológicas, el centroderecha y el centroizquierda, que la han sostenido sobre los hombros en la ardua travesía desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy mismo. Nada aportaría la extrema derecha a esta aventura, como no sea un deterioro inaceptable de los grandes valores humanistas que han formado parte del acervo político y cultural del territorio europeo, que hoy sigue siendo el mayor espacio de libertad y democracia de la globalización.