Opinión | ANÁLISIS

2024: ¿el retorno de Trump?

El régimen constitucional norteamericano está por encima de quienes lo encarnan en cada momento. Hay que confiar en que ni siquiera Trump sería capaz de cambiar esta situación de garantías

El expresidente de EEUU Donald Trump

El expresidente de EEUU Donald Trump / Europa Press/Contacto/Joe Burbank

El día de Reyes se han cumplido tres años del asalto al Congreso de los Estados Unidos, en protesta por la derrota electoral de Trump, y este 15 de enero comienzan las elecciones primarias que inauguran el complejo procedimiento electoral norteamericano, que desembocará en la gran elección presidencial de noviembre. Ese día tendrán lugar las asambleas electorales el Partido Republicano en el caucus de Iowa, seguidas por las primarias de New Hampshire el 23 de enero y una larga lista de consultas que concluirá el 4 de junio con las primarias de Nueva Jersey y Nuevo México. Los demócratas, por su parte, se estrenarán el 23 de enero en New Hampshire y proseguirán hasta el 8 de junio con los caucus de Guam e Islas Vírgenes.

Este proceso electoral americano asoma sobre una realidad política absolutamente crispada e intensa, que ofrece ciertas características inquietantes. Una de ellas es el tono rupturista y desafiante del expresidente Trump, que no solo no ha dejado atrás su tesis de que las elecciones de 2020 le fueron robadas, sino que ha acabado convenciendo de ello a la mayor parte de su partido. A pesar de numerosas evidencias judiciales, de que cientos de los ciudadanos que participaron en el asalto al Congreso están en prisión y de que el propio Trump tiene un oscuro horizonte judicial frente a él. En efecto, aún deberá responder de diversas infracciones fiscales y del intento de golpe de estado del 6 de enero de 2021, que ya le ha acarreado la inhabilitación en dos estados, Colorado y Maine, que han esgrimido la enmienda 14 de la Constitución que impide a los insurrectos ser candidatos presidenciales, aunque el Tribunal Supremo debe decidir aún sobre esta proscripción.

La conducta desaforada de Trump ha sido argüida con dramatismo por Biden para justificar su propia candidatura. El presidente ha arremetrido contra su probable antagonista: “No creo que nadie dude de que la democracia corre más peligro en 2024 que en 2020. Y lo digo en serio. Porque esta vez nos enfrentamos a un negacionista electoral en jefe” […] “Seamos claros sobre lo que está en juego en 2024: Donald Trump y sus republicanos están decididos a destruir la democracia estadounidense. Y eso, de nuevo, no es una hipérbole. Es un hecho. El expresidente no tiene pelos en la lengua. No hace falta fiarse de mi palabra. Solo escuchen lo que dice”, ha continuado. “A sus partidarios, les dice: ‘2024 es la batalla final’. Y continúa diciendo: ‘Yo soy la venganza’. Y habla de que somos parte de ‘una nación en decadencia’. ‘O ganan ellos o ganamos nosotros. Si ellos ganan, ya no tendremos un país’. ¿Cuándo se ha oído a un presidente de Estados Unidos decir alguna de esas cosas?”.

Una segunda característica problemática es la edad de los principales contendientes y el fiasco que ha supuesto la vicepresidencia de Kamala Harris. Trump tendrá 78 años a finales de 2024 y Biden, 82. Por su provecta edad, Biden seleccionó tácitamente hace cuatro años a su compañera de ticket para que se convirtiera casi automáticamente en la candidata en 2024. Pero Harris, que llegaba al cargo con un impresionante currículum, ha fracasado en su intento de prepararse para la gran tarea que había sido predeterminada. Ha sido incapaz de controlar su agenda, se ha metido en jardines impertinentes y ha extendido a su alrededor una peligrosa idea de inanidad. De ahí que Biden haya reconocido que su principal motivación para aspirar de nuevo a la Casa Blanca ha sido impedir que Trump regrese a ella. A su entender, es una situación de emergencia nacional. Aunque más adelante ha aclarado que, aunque Trump retirara su candidatura, él la mantendría.

En este marco, será difícil reducir la efervescencia política previa a unas elecciones que son indiscutiblemente importantes, entre otras razones porque en el mundo están abiertas dos peligrosas guerras que, por causa de la globalización, nos amenazan a todos. Sin embargo, no faltan algunas voces sensatas que recomiendan bajar el tono del dramatismo porque el régimen político norteamericano, que ha cumplido con creces los dos siglos de existencia, dispone previsoramente de todos los frenos y contrapesos constitucionales que han de impedir que la democracia decaiga. Eric Posner, de la Universidad de Chicago, escribió recientemente un artículo en la prensa internacional titulado “No ocurrirá una dictadura de Trump”, que comienza así: “A los estadounidenses les ha preocupado que sus presidentes se conviertan en dictadores desde que se fundó Estados Unidos. Los redactores de la Constitución entendieron que, en las democracias y repúblicas clásicas, los líderes a menudo intentaban arrebatar el poder a las legislaturas y otras asambleas. Por eso crearon un sistema de controles y equilibrios sobre el poder gubernamental”. Una legión de analistas piensa, sin embargo, que si gana en 2024, Trump se convertirá en un líder fascista. Algunos, como el analista Robert Kagan, están repitiendo ahora lo que ya aseguraron en 2020.

Posner señala, en defensa de su tesis, que en su anterior mandato Trump tuvo que adaptarse, de grado o a la fuerza, a las normas vigentes y a las estructuras políticas y administrativas norteamericanas, que frustraron la mayor parte de sus excentricidades. El Congreso desactivó las promesas de Trump de derogar la Ley de Atención Médica Asequible (el ‘Obamacare’) y de construir un muro en la frontera con México. Los intentos más notables de Trump de actuar unilateralmente (poniendo fin al programa de inmigración de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, agregando una pregunta sobre el estatus de ciudadanía al censo, recortando las restricciones ambientales) fueron bloqueados por los tribunales. Y los propios subordinados de Trump desobedecieron sus órdenes de paralizar investigaciones o de presentar demandas frívolas contra sus oponentes… El sistema prevaleció sobre Trump.

En definitiva, el régimen constitucional norteamericano está por encima de quienes lo encarnan en cada momento. Hay que confiar en que ni siquiera Trump sería capaz de cambiar esta situación de garantías. Su regreso resultaría un grave y penoso contratiempo para todos los demócratas del planeta pero en modo alguno nos abocaría a un apocalipsis.