Opinión | ANÁLISIS

Saludable equilibrio fiscal europeo

El fortalecimiento de la Unión Monetaria es un designio del primer orden que Europa debe perseguir a toda costa para mantener una moneda fuerte y una economía en crecimiento

La vicepresidenta primera Nadia Calviño.

La vicepresidenta primera Nadia Calviño. / EFE

Aunque no sea el más vistoso, el logro sin duda más importante de la presidencia española de la Unión Europea durante este semestre que concluye ha sido el acuerdo conseguido in extremis sobre las nuevas reglas fiscales que regulen los presupuestos de los estados miembros, un asunto del que depende nada menos que la sostenibilidad de la Unión Monetaria europea, es decir, de la moneda única. Los medios internacionales han dado más importancia a este asunto que los españoles, y algún periódico anglosajón puso en duda que se consiguiera el milagro; sin embargo, el pasado día 20, la todavía vicepresidenta económica del Gobierno, Nadia Calviño, que presidía el Ecofin, anunciaba un acuerdo que conseguirá equilibrar la necesidad de controlar el gasto y el déficit con la garantía de inversión en defensa y en tecnologías verdes y digitales. Las nuevas normas —añadía— "son más creíbles [que las anteriores] y también serán más fáciles de aplicar".

Como es conocido, el Tratado de Maastricht de 1993 ya estableció que los presupuestos nacionales se ajustasen a parámetros idénticos; se establecían límites a los déficits presupuestarios anuales y a la deuda pública, que no podían sobrepasar el 3 % y el 60 % del PIB respectivamente. Más delante, el Consejo Europeo de Ámsterdam de 1997 aprobó definitivamente el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) que consagraba los límites de las desviaciones de las magnitudes macroeconómicas mencionadas y establecía procedimientos para conminar a los países miembros a regresar a los topes permitidos y sancionarles en caso contrario.

Durante la gran crisis 2008-2014, los límites del PEC se mantuvieron intactos, lo que obligó a aplicar procedimientos de rescate a algunos países, que ya estaban previstos en los tratados. Los ajustes salvajes a los que se obligó a Grecia y, en menor medida, a otros países fueron inaceptables porque sometieron a las poblaciones a sacrificios extremos. La conciencia de ese error sirvió en 2020, cuando estalló la crisis sanitaria del covid, para no repetir la tropelía, y fue atinadamente suspendido el PEC para que los 27 y la propia Comisión Europea pudieran gestionar con recursos suficientes tanto la lucha contra la pandemia cuanto la preservación del aparato económico europeo a lo largo de un periodo crítico de confinamiento e inactividad.

Remontada la crisis, había que volver a disciplinar las finanzas europeas, si bien ya se tenía la convicción de que el antiguo PEC había de ser relajado para flexibilizar los límites y permitir que la estabilidad presupuestaria no impidiera inversiones productivas a medio y largo plazo ni frenase el desarrollo de la innovación. Para ello, determinados gastos merecen un tratamiento especial y no computan en las limitaciones de la deuda y del déficit. Sin embargo, ni la eurozona ni la moneda única pueden permitirse la ausencia de una disciplina fiscal adecuada. Brigite Granville, analista dela Universidad Queen Mary de Londres, escribía pocos días antes de la renovación del pacto fiscal que no llegar a un acuerdo sobre nuevas reglas sería más significativo de lo que pudiera parecer. "Sin avances para corregir el defecto fundamental de la Eurozona —la ausencia de una unión fiscal—, la UE seguirá tambaleándose y luchando, como un barco con un agujero debajo de la línea de flotación. Ese agujero fue tapado en parte por el fondo de recuperación COVID-19 de 750.000 millones de euros, rebautizado como NextGenerationEU. La creación de aquel instrumento de endeudamiento y financiación a nivel de la UE (totalmente federal) fue proclamada por muchos como el momento hamiltoniano de Europa, recordando la consolidación de Alexander Hamilton de las deudas públicas a nivel estatal de Estados Unidos, bajo el gobierno federal en 1790".

La suspensión del PEC por la pandemia, prorrogada tácitamente al desencadenarse la guerra de Ucrania, supuso un cambio de mentalidad ya que se daba preferencia a las necesidades directas de la economía real y de supervivencia de las familias sobre cualquier otra teorización. Pero aunque se flexibilicen los límites, es preciso mantener un control por la debilidad inherente a la falta de una política fiscal común. Frente a las políticas europeas, que tienden a la reducción del déficit combinado de los gobiernos de la eurozona, que en 2024 será del 2,7% del PIB según el FMI, los Estados Unidos rebasarán en los próximos tres años el 7% del PIB. La diferencia es que los Estados Unidos son una federación —Hamilton fue la clave—, al contrario que la Unión Europea, en la que todavía tiene más poder decisorio el babélico Consejo Europeo de los 27, que funciona en lo importante por unanimidad, que el Parlamento Europeo.

En definitiva, el fortalecimiento de la Unión Monetaria es un designio del primer orden que Europa debe perseguir a toda costa para mantener una moneda fuerte y una economía en crecimiento. Por fortuna, estamos experimentando una benéfica caída de la inflación que permitirá al BCE reducir los tipos de interés y el precio del dinero. Por esta vía, habrá campo expedito para mantener unas condiciones favorables, siempre a expensas de lo que ocurra en Ucrania y en el Próximo Oriente, que hoy por hoy mantienen en vilo la estabilidad política global.