Opinión

Sobre la democracia deliberativa

Para que poder y oposición deliberen es preciso que se reconozcan mutuamente

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo y detrás, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante un pleno en el Congreso de los Diputados.

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo y detrás, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante un pleno en el Congreso de los Diputados. / Eduardo Parra / Europa Press

Adela Cortina publicó recientemente un controvertible artículo titulado '¿Mayoría progresista?' en el que cuestionaba que el actual Gobierno presidido por Pedro Sánchez congregue efectivamente a una mayoría de tal carácter. La ilustre académica recordaba que en los años 90 del siglo pasado se produjo en los ambientes intelectuales lo que dio en llamarse el giro deliberativo de la democracia, que defendió un buen número de autores, a los que se consideró por ello progresistas. Estos entendían que la democracia es el gobierno del pueblo y que se expresa a través de la regla de la mayoría, pero también que el modo de llegar a esa mayoría es esencial. Y en ese punto se enfrentaban sobre todo con quienes se abonaban a la democracia agregativa, que consideraban que el individualismo es insuperable, que los individuos no construyen sus intereses socialmente sino que los acuñan por su cuenta y no puede modificarlos a través del diálogo y la deliberación para intentar forjar una voluntad común.

El artículo, en fin, criticaba una pretendida renuencia del poder político mayoritario a negociar y pactar con el resto del espectro; rechazaba que se pretendiera evitar la judicialización de los asuntos “cuando la figura del juez ha significado el paso del estado de naturaleza, de lucha de todos contra todos, al Estado de derecho, en que las contiendas no se dirimen mediante la guerra, sino mediante la ley”. Y afirmaba que “la ley de amnistía es injusta, entre otras razones porque para que no lo fuera debería extenderse a todos quienes han delinquido y no tienen la fuerza suficiente para obligar a borrar el delito”. Convendría recordar que no todos los delitos son iguales y que su gravedad depende del reproche social que recibe cada uno de ellos: en la amnistía en ciernes, se borrarán unos incruentos delitos políticos muy concretos, lo que no daña el principio general de igualdad.

Pero sigamos desgranando el referido artículo: la bondad de la democracia deliberativa es incuestionable, según dejó escrito Kelsen en memorables palabras: “La voluntad general formada sobre la base del principio mayoritario no debe ser una decisión dictatorial impuesta por la mayoría a la minoría, sino que ha de resultar de la influencia recíproca que los dos grupos se ejercen mutuamente, del contraste de sus orientaciones políticas antagónicas”. Y agregaba Kelsen: “…Esta es la verdadera significación del principio mayoritario en la democracia auténtica”.

Sin embargo, para que poder y oposición deliberen es preciso que se reconozcan mutuamente. Y desde que Pedro Sánchez se convirtió en presidente del Gobierno por la aplicación de una moción de censura constructiva tasada constitucionalmente, la principal oposición ha considerado ilegítimo ese gobierno y se abstenido de cualquier relación constructiva con él. Conviene recordar que en una situación tan excepcional como una gran pandemia, la oposición no colaboró en absoluto con el Gobierno en la adopción de medidas de salvamento de la población.

El Partido Popular lleva ya cinco años negándose a pactar con la mayoría una preceptiva renovación del Consejo General del Poder Judicial"

Es asimismo bien patente que el Partido Popular lleva ya cinco años negándose a pactar con la mayoría una preceptiva renovación del Consejo General del Poder Judicial, lo que lesiona gravemente el interés general. Otra muestra de la actitud arisca y absorta del PP es su negativa durante años a negociar con el PSOE la reforma del art. 49 CE, que denigra a las personas discapacitadas. Hoy mismo, el líder del PP ha condescendido a regañadientes a reunirse con el presidente del gobierno, tras una displicente demora. Habrá que convenir que es delicado “deliberar” con quien remolonea ante la posibilidad de acordar políticamente.

En resumidas cuentas, la democracia de buena fe surgida de la Constitución fue un proyecto magnánimo y deliberativo, y sería magnífico regresar a él mediante un repliegue de la ira y un cultivo esmerado de la tolerancia y el respeto. Pero no empezaremos bien este trabajo pedagógico si nos equivocamos de destinatarios a la hora de reclamar a unos y a otros que abandonen la furia y se sienten pacíficamente a dialogar.