Opinión | ANÁLISIS

Calviño y el feminismo

La vicepresidenta se va tras dejar un reguero de eficiencia logrado por méritos propios, que ya nada tiene que ver con la discriminación positiva

La vicepresidenta primera y Ministra de Economía, Comercio y Empresa, Nadia Calviño.

La vicepresidenta primera y Ministra de Economía, Comercio y Empresa, Nadia Calviño. / EP

El presidente Rodríguez Zapatero, un personaje volcado en la defensa de los derechos humanos y en la equidad, fue quien, a poco de su llegada al gobierno en 2004, consolidó decididamente la lucha expresa contra postergación y el maltrato de la mujer impulsando la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. Veníamos de una cultura siniestra, alentada tanto por el nacionalcatolicismo cuanto por la reacción autoritaria, en la que los “delitos de honor” cometidos por el varón contra la mujer ‘casquivana’ –palizas o asesinatos- se zanjaban con condenas simbólicas o con la pura y simple absolución.

Desde entonces, hemos recorrido un largo y eficiente camino político, legal y judicial en defensa de la plena equiparación de la mujer con el hombre, y en diversos aspectos, desde su integridad física frente al machista hasta la equidad laboral, víctima de una asimetría intolerable que se traduce en una brecha salarial que todavía persiste. El número de víctimas de la violencia de género será este año superior al del pasado, lo que pone de manifiesto que hay que seguir impulsando las políticas feministas, que además han fructificado en la última legislatura en una ley decisiva, la llamada popularmente “ley del solo sí es sí”, la Ley Orgánica 10/2022, de 6 de septiembre, de garantía integral de la libertad sexual. La nueva correlación entre los delitos y las penas ha producido resultados paradójicos ya que algunos penados han visto acortadas sus condenas, con gran escándalo de la oposición, pero la ley es sólida y al fin coloca el consentimiento de la mujer en el centro de la relación con el varón.

Faltaba sin embargo la equiparación social de la mujer con el hombre, y todavía no se ha conseguido plenamente. Pero a ello han contribuido decisivamente las mujeres que han ostentado cargos de responsabilidad, y demostrado una eficacia manifiesta e incuestionable. Nadia Calviño, llegada a la Vicepresidencia Económica desde la cima del aparato político de Bruselas, ha sido pieza clave del gobierno de Pedro Sánchez, a la vez que influía desde Madrid en los rumbos de la Comisión Europea, llegando a proponer políticas contra la pandemia de 2020 que fueron asumidas por la Comisión Europea. El plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, que preservó el sistema económico de la paralización debida a la COVID y proporcionó recursos para salvar la crisis cuanto antes, tiene el sello español.

Calviño ha ejercido en el Gobierno su condición femenina con una rotunda naturalidad que ha movido montañas. Uno de sus gestos hizo más por la causa de la mujer que todos los discursos anteriores: se negó a ser retratada en una mesa presidencial en la que ella era la única mujer. La campanada fue tan sonora que el mundo empresarial entendió al fin que la implicación de las mujeres en todos los niveles de la organización y del trabajo es algo más que retórica esteticista, y en la práctica hay cada vez más mujeres en los consejos de administración y en los directorios de las compañías. Después, la eficacia de Economía en la conducción del país ha sido poco cuestionable: España ha transitado por procelas y bonanzas con un rumbo bien trazado, y hemos salido de la pospandemia con notoria brillantez, lo que está permitiendo que el sistema social se perfeccione. La subida constante del salario mínimo anuncia un descenso sensible de la pobreza, la actualización automática de las pensiones dignifica a los mayores, la modernización del sistema productivo en una Europa cada vez más dinámica nos permite alentar optimismo con relación al futuro.

Nadia Calviño parte hacia la presidencia del Banco Europeo de Inversiones, el primero de su clase en el mundo, que será gobernado por primera vez por una mujer. Es un valor joven en reserva al que quizá haya que recurrir para tareas más altas cuando se agoten los liderazgos actuales de los grandes partidos. De cualquier modo, se va tras dejar un reguero de eficiencia logrado por méritos propios, que ya nada tiene que ver con la discriminación positiva a la que hubo que recurrir en los primeros tiempos de lucha por la igualdad de género.