Opinión | LUCHA CONTRA LA ASBESTOSIS

El amianto y todos los lugares que borrar del mapa

La lucha por la retirada de la sustancia tóxica de nuestro entorno sigue viva, y también los pleitos para hacer justicia con las víctimas de su exposición laboral

Trabajadores retirando amianto

Trabajadores retirando amianto / Istock

Borrada del mapa en el sentido literal del término. Ese fue el destino de una ciudad ahora invisible, que oficialmente perdió el rango municipal. Sus vecinos fueron obligados a abandonarla, sus edificios a vaciarse, su nombre a enterrarse en el olvido. Pero yo no quiero que se olvide. 

Su nombre era Wittenoom, y pasó hace 15 años. En la primera mitad del siglo pasado era una localidad todo lo bulliciosa que se puede esperar de una que se encuentra en el área geográfica de Perth, en Australia occidental, gran explotadora de minerales. La enfermedad de la asbestosis desencadenada entre sus habitantes y en especial los trabajadores de sus minas de amianto causó tal impacto que se empezó a reconocer el daño de estos minerales para la salud ya en los años cincuenta; en los sesenta su peligro era incuestionable, y se cerraron las minas. Para entonces ya habían muerto 2.000 personas en una localidad que llegaron a habitar 20.000 almas a consecuencia de la exposición directa a la sustancia tóxica que ataca los pulmones. 

Lo que siguió fue la extinción sorda del pueblo, como si una bomba nuclear hubiera caído en el lugar, como si se la hubiera tragado la tierra, como si nunca hubiera existido. Es difícil no imaginar ese pueblo fantasma a lo decorado de 'far west' y recordar las imágenes de los entornos de Chernóbyl, con otra arquitectura y clima, paisaje, pero el mismo vacío terrorífico.

Wittenoom existió como lo hizo Chernóbyl, y aún siguen ahí tres millones de toneladas de asbestos, la fibra tóxica del amianto, por retirar, lo que ha convertido sus 350 kilómetros cuadrados en la zona abierta contaminante más peligrosa del sur del planeta. Los museos de historia de Australia guardan un espacio en sus salas de exposiciones para denunciar lo sucedido, la tardanza en actuar, y para no olvidar.

En todo el mundo la lucha contra el amianto sigue viva, y países como España ha desplegado numerosos planes para retirar el amianto de las ciudades y fábricas, de los subterráneos que llevan los vagones de tren donde más se empleó la fibra de amianto hasta saberse de su peligrosidad...y después. 

Pero en muchos de nuestros patios interiores y zonas de recreo infantiles la ropa aún se seca al aire que respiran los tejados de amianto de cubiertas pendientes de retirar y los niños corretean por pistas marcadas con líneas de colores de fútbol sala demasiado próximos al veneno para el organismo. 

El compromiso económico está sobre la mesa, en desarrollo el plan, y de vez en cuando se ejecuta una acción prevista para desmontar el techo de un mercado o de una nave industrial, para desenterrar restos en una montaña cercana a urbanizaciones, como en los búnkers del Turó de la Rovira de Barcelona. Pero en el aire flota, junto al tóxico, la sensación de que no vamos lo bastante rápido, como si no nos lo creyéramos. Es lo que tienen los enemigos invisibles.

La última sentencia

No ayuda que sigamos teniendo que recurrir a la justicia para ganar procesos clamorosos que han de declarar y compensar los daños laborales de la asbestosis en antiguos empleados del metro o de fábricas contaminantes. 

Hace solo unos días, los abogados del Col.lectiu Ronda arrancaban al Tribunal Superior de Justícia de Catalunya la enésima sentencia favorable a la viuda de un trabajador de la antigua fábrica de Macosa, en el barrio de Poblenou de Barcelona: el cáncer de esófago que arrebató la vida al empleado en 2020 ¡2020!fue provocado por la exposición al amianto en el puesto de trabajo que ocupó en la metalúrgica. 

Ni el cuadro de enfermedades profesionales es sensible al daño extensivo de la sustancia tóxica, ni los ayuntamientos disponen de los listados exhaustivos que requiere tener identificadas todas las superficies afectadas. Sí sabemos que en Catalunya hay al menos cuatro millones de toneladas de amianto por retirar y que se quiere ampliar el vertedero actual, que se ha quedado pequeño. El amianto tiene que borrarse del mapa de una vez por todas.