Opinión | SANT JORDI
La mujer no tiene nombre pero tiene un libro
Que un libro pueda trascender el momento de su escritura, la pasión y circunstancias de su autora, y no solo sacudir a su sociedad sino llegar décadas después a manos tan lejanas sigue pareciéndome un pequeño milagro.
Cuando nos acercamos a Sant Jordi, el día más feliz para los libros, nos afanamos en buscar títulos que regalar entre las novedades, los que nos recomiendan los especialistas y los amigos, compañeros de trabajo. O hacemos 'scrolls' infinitos en páginas web o buscamos entre las portadas expuestas en las librerías alguna que de repente nos haga conectar. En este gran zoco literario hay de todo, como libros joya que se han abierto paso luchando contra los elementos, no solo los esforzados trabajos del autor.
Uno de esos libros que ha llegado este año a nuestras manos para removernos mucho por dentro es un relato directo, como contado en varias charlas de café o telefónicas, sobre la vida de una mujer que no tiene nombre. Es ella la que desde que es una cría, en primera persona, nos abre su corazón ante las trabas que van limitando su existencia en la Turquía del siglo pasado solo por ser mujer. Algunas experiencias son desmesuradas, pero son las microagresiones, las discriminaciones a pequeña escala, las que van achicando las aspiraciones y el carácter de la protagonista y de las otras mujeres de su entorno, desde su madre hasta las amigas. La novela 'La mujer que no tiene nombre' fue escrita en 1987 y su autora, Duygu Asena, pasó un infierno por darla a luz, fue prohibida y causó un escándalo en aquellos tiempos. Asena ya murió, pero su ejemplo feminista ha convertido con los años esta pieza en un clásico que retrata la lucha de las mujeres turcas por ser las dueñas de sus vidas, una lucha compartida por millones de mujeres en todo el mundo en distintas etapas históricas.
Que un libro pueda trascender el momento de su escritura, la pasión y circunstancias de su autora, y no solo sacudir a su sociedad sino llegar décadas después a manos tan lejanas sigue pareciéndome un pequeño milagro. Por eso también fiestas como las de Sant Jordi, escaparate de excepción de tantas y tantas historias compartidas, son también faros de esperanza en tiempos de confusión y zozobra.
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