Opinión | TRANSPORTE
Cómo viajar sin coche
El aniversario del primer tren peninsular de Barcelona a Mataró es un estímulo para quitar el coche de la ecuación, o el coche de los padres o de los hijos, la dependencia personal, en definitiva
Días sin coches. Vida urbana planificada para que te puedas mover por tu ciudad en transporte público. Para que puedas desplazarte por el territorio, hacer turismo, visitar lugares alejados de una forma más sostenible y ordenada: que el coche no sea un objeto de primera necesidad. ¿Quieres subir al Parc del Montseny? Tienes una conexión de tren con autobuses para ti. ¿Quieres trabajar fuera de tu municipio, visitar a familiares que viven en otra comarca? Autobuses, trenes, tranvías, metro…¿quién quiere un coche?.
De aparcarlo, ya hablamos otro día, y de las motos, también.
Pero seguimos usando coches y motos porque el plan B que hace tiempo que tendría que ser plan A no existe. Organizar una vida a partir del transporte colectivo requiere fe y mucha tolerancia a la frustración, porque el modelo está infra financiado y no se apuesta lo suficiente por líneas de transporte regulares, donde la regularidad tenga su sentido amplio y no solo sea una etiqueta. Que el futuro de la gestión de Rodalies sea una cuestión troncal en la negociación del Govern con Pedro Sánchez es una buena noticia, mejor será que el traspaso venga con dinero y se invierta en las necesidades reales del viajero: puntualidad, frecuencia de paso, capilaridad en el territorio.
La crisis climática va a poner a prueba el futuro de la línea de la costa: la carretera ya se desplazó hacia el interior, pero un trazado alternativo ferroviario, más protegido del avance de un mar que devora la playa, parece una quimera. Celebramos 175 años de la inauguración de la línea que unió Barcelona y Mataró, el primer viaje en tren de la península, y se abren más incógnitas que nunca por el futuro de la movilidad de la línea. En comunidades mucho más remotas, y me voy a las Antípodas (dónde mejor para cambiar de perspectiva), fue también un tren el que unió el foco de actividad y población de Kalgoorlie, el corazón minero del país, con la costa del sur, Port Augusta, mucho mejor comunicada, hace cien años.
La conexión ferroviaria de un estado federado como Australia, con un inmenso desierto en la zona central y la población repartida por los bordes de la isla continente, debería ser lo más parecido a un infierno, y disputas, errores y fracasos estrepitosos se sucedieron en el proceso. Las carreteras, el robusto sistema de transporte en autobús y, naturalmente, el coche, salvaron la comunicación. Pero ese primer tren abrió un universo de posibilidades que se han hecho realidad y en la distante Australia occidental su capital, Perth, se ha convertido en una de las urbes más largas del mundo gracias a sus interconexiones de transporte.
Hablemos de los autobuses
Volviendo los ojos a nuestra realidad, la red de autobuses parece el modelo más óptimo para unir comunidades alejadas y urbanizaciones, o para suplir las incidencias ferroviarias. Hablamos estos días del problema ya endémico de falta de conductores para cubrir las plazas necesarias para garantizar los servicios. Pongamos que se cubren esas plazas de chófer. ¿Tenemos de verdad todo el territorio bien cubierto?. El punto de partida de ese mapa esencial debería incluir las necesidades de gente mayor que frecuenta los médicos, de los usuarios de centros comerciales en todas las franjas de apertura, de los niños que van a escuela. De los trabajadores. Asegurar la movilidad no ya en la tesis de la ciudad de 15 minutos a pie, sino en el territorio de media hora en transporte público, un modelo que quite el coche de la ecuación, o el coche de los padres o de los hijos, la dependencia personal, en definitiva, debería ser el horizonte.
De momento, subir al Parc del Montseny en transporte público desde Barcelona ya es posible aunque parece una aventura. La casilla de salida de este viaje ya está disponible.
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