Opinión | POLÍTICA Y MODA

Mirar con las gafas de Allende

Pese a la opulencia que se le atribuye, y aunque su coquetería nunca le permitiera confesarlo, su sastre le hacía tres ternos al precio de uno

El presidente chileno Salvador Allende, en una imagen datada en 1970.

El presidente chileno Salvador Allende, en una imagen datada en 1970. / AFP

Con motivo del 50 aniversario del golpe de Estado en Chile, en el Palacio de la Moneda se inauguró una instalación artística con unos viejos zapatos como protagonistas. El calzado exhibido en la exposición titulada 'El caminar de un demócrata' es con el que Salvador Allende dio sus últimos pasos aquel 11 de septiembre de 1973. El objeto de veneración en su homenaje, en el que participó el actual presidente Gabriel Boric y otros mandatarios e intelectuales internacionales, puede antojarse superfluo si se desconoce la figura del líder socialista. Pero a fin de cuentas, a Salvador Allende no le apodaron "El Pije" por casualidad...

Seguramente, la última imagen de Allende es también la más popular. Pero más allá de lo llamativo e impresionante que supone contemplar a un mandatario demócrata con casco militar en su cabeza alta y un fusil en mano intentando defender por unos minutos la utopía, hay que fijarse en el jersey de cachemira a rombos, el pantalón de paño, la chaqueta de tweed gris y el pañuelo de seda rojo que asoma del bolsillo de su pecho. Es cierto que, en general, antes se vestía mucho mejor, pero en su época su estilo ya destacaba. Tanto es así que fue "por la ropa que tenía" por la que su médico personal supo que aquel que yacía ya muerto sobre el sillón de felpa carmesí era el presidente. Años más tarde, en 1990, cuando se llevó a cabo la primera exhumación de los que se creían eran sus restos mortales, su ministro de salud no tuvo tampoco ninguna duda al reconocer sus prendas de vestir.

Usaba ropas de marcas costosas y se pirraba por los chaquetones de cuero. Si le gustaba alguna pieza de ropa de su interlocutor no dudaba en intentar comprarla o conseguirla a través de algún trueque. "¿Es el corte de mi traje o el color de mi corbata lo que se me imputa?", preguntaba a la oposición siempre que estos lo atacaban por el esmero con el que mimaba su apariencia. También recibía los mismos (o peores) reproches de miembros de su propio partido que no entendían como alguien de izquierdas procuraba vestir bien. “El camino a la revolución precisa de hombres conscientes, no mal vestidos”, respondía inalterable Allende. Sin embargo, su equipo de asesores insistía para que ofreciera una imagen de mayor dejadez o descuido. "¿Cómo va a ir con eso, presidente? ¿Qué dirá la gente?" Sin embargo, no había por qué inquietarse. Dominaba exquisitamente el lenguaje indumentario. Un tosco y oscuro chaquetón o una sencilla camisa arremangada con los primeros botones desabrochados le concedían inmediatamente el aire de médico de familia proletario requerido para mezclarse con el pueblo.

Pero pese a la opulencia que se le atribuye, y aunque su coquetería nunca le permitiera confesarlo, su sastre le hacía tres ternos al precio de uno. Además, consciente de las conjeturas asignadas a cada prenda, jamás aceptó enfundarse un frac al considerarse un símbolo oligárquico. Así como Boric se convirtió en el primer presidente en ser investido sin corbata, Allende y su gobierno fueron pioneros al hacerlo con un sencillo traje (la polémica por no cumplir con el protocolo indumentario clasista establecido pueden imaginársela…). Unos años antes ya había molestado al duque de Edimburgo por presentarse a una cena de gala en honor a Isabel II con un terno azul. La misma convicción y seguridad indumentaria la mantuvo al recibir a Fidel Castro quien le recomendó que se armara ante la amenaza real de un golpe apoyado por los estadounidenses. Pero frente al uniforme revolucionario en verde olivo del cubano, el chileno defendió la diplomacia con una chaqueta cruzada de anchas solapas, camisa blanca y simpática corbata con dibujos psicodélicos a juego con su pañuelo...

Sin embargo, son las icónicas lentes de Allende (unas Magnum de grueso marco negro) las que han conseguido preservar su visión del mundo para siempre. Pocas horas después del golpe militar, una trabajadora halló la parte izquierda de la gafa rota en mitad de la escalera del palacio de la Moneda y la guardó en secreto durante años. Ciega durante la larga dictadura de mirada oscura de Pinochet, la lente izquierda de Allende recobró la vista al restablecerse, por fin, la democracia.