Opinión | EL REVÉS Y EL DERECHO

Xavier Trías: la realidad y el deseo

Y es tan legítimo que Collboni busque apoyos como que los recaben los otros aspirantes, incluido el señor Maragall. Y es legítimo incluso el "que os den"

Xavier Trias.

Xavier Trias. / EFE

La frase famosa de Xavier Trías, dicha en catalán para despedirse de su deseo de ser alcalde de Barcelona, no fue exactamente una ocurrencia que le viniera a la cabeza en el momento, sino una cita de sí mismo, algo que debía haber estado rumiando al menos desde hace ocho años cuando intentó lo mismo y fue abrasado por la realidad: ganaba entonces Ada Colau.

Los amigos de Trías hicieron todo lo posible por evitarle aquella derrota. Hubo gente que llamó a periodistas para que éstos ejercieran sobre sus medios la influencia que tuvieran para que se torciera el destino. Éste sería fatal para el aspirante, pues se quedó sin una alcaldía que se presumía hecha a su medida.

En este nuevo intento, debió pensar, las cosas no iban a ir tan mal. Seguramente otros amigos suyos hicieron lo que ya se había intentado hace ocho años, pero es evidente que ahora tuvieron igualmente difícil la consecuencia de sus propósitos, pues ahora el alcalde es otro, no lo es Xavier Trías.

La frase, que en resumidas cuentas se traduce como "que os den", la había dicho Trías ya días antes, ante un auditorio distinto al que tuvo en el Ayuntamiento de Barcelona. La recogió de nuevo en, para él, infausto momento definitivo, cuando era ya evidente que el alcalde sería Jaume Collboni.

Lo que asombra no es la insistencia, pues revela el alimento de una premonición, sino lo que significa, en el ámbito político y electoral de nuestro tiempo, que las personas se expresen así, como si tuvieran tan seguro que sólo ellos pueden ocuparse de la gobernación de una ciudad o de un país, o incluso del mundo.

No están tan lejanos los ejemplos de personajes que han pasado a la historia por el tamaño de su ambición. Los nombres propios que podríamos sacar a colación pueden dañar en este caso el buen nombre del señor Trías, y de eso no se trata.

Pero sí conviene, en este tiempo de hiperdemocracia o, al menos, de búsqueda de elementos democráticos para explicar el deseo de ganar a toda costa, advertir de los inconvenientes de la ahora tan famosa frase del aspirante decaído. "Que os den".

En la política, como en la vida, por decirlo con una sentencia que usa mucho Arturo Pérez-Reverte, hasta que pasa el rabo todo es toro. Y es tan legítimo que Collboni busque apoyos como que los recaben los otros aspirantes, incluido el señor Maragall. Y es legítimo incluso el "que os den", pero lo que no es de recibo es que, una vez hallada la derrota, que es el triunfo de otro, naturalmente, se busquen culpables de lo que en definitiva ha sido un desenlace que cada uno buscó para sí.

Sí conviene, en este tiempo de hiperdemocracia o, al menos, de búsqueda de elementos democráticos para explicar el deseo de ganar a toda costa

Ganar o perder es, en política, en fútbol y en casi todo, la esencia de la trama. Ver a adultos tan hechos como los señores Trías y Maragall abrazando como propias las suposiciones, que luego puso en marcha el presidente de la Generalitat, de que Madrid, ese Madrid, había torcido la historia para que ésta favoreciera a Collboni, entra dentro del espíritu rancio del 2010, cuando Artur Mas regresó de Madrid con un cajón vacío, dispuesto a una guerra que ya saben cómo se fue acabando.

La democracia es una caja vacía, que se va rellenando con buena voluntad, con la ansiedad justa, pero sin prisa, o por lo menos sin abrigar otra esperanza que la que se explique en las urnas. En cuando a los posteriores trabajos de apaño, cada uno trabaja para sí. No se puede considerar legítimo el influjo de los que viven en Waterloo y considerar que cualquier llamada, hipotética, de Madrid, ese Madrid, es un mensaje de Satanás.

Vi entero el episodio del sábado, en la televisión catalana. Me fijé en los gestos de los que fueron derrotados, y, cómo no, me fijé también en los momentos en que todos tuvieron que socializar. Vi a Trías hablar con el edil de Vox, contemplé cómo bajaba las escaleras el señor Maragall, observé cómo hacía Collboni para guardar la compostura de alcalde sin salir ni un gramo de la pesada carga de la atmósfera que allí se vivía.

Lo que más me sorprendió, como creyente en las formas, fue cuando el president se asomó al micrófono para decir, otra vez, que la culpa era de Madrid. Ahí ya sentí que se secaban las flores del patio, que se desmoronaba el edificio de mi esperanza de que, después de "que os den", de tan oscura realidad, habría un abrazo de buen deseo. Como en los versos melancólicos de Luis Cernuda.

Ni el himno lo cantaron a gusto estas personas, de traje y corbata los nombres, a las que se les supone un íntimo deseo de que la democracia esté por encima del "que os den" o, si así puede decirse, del "que me den".