Opinión | VENGA, CIRCULE

Una duda que es un comentario que es una reflexión

Decía el elfo doméstico Dobby en Harry Potter y la Cámara Secreta: “Dobby no mata, Dobby solo mutila o hiere de gravedad”

Asistentes a la Feria del Libro de Madrid

Asistentes a la Feria del Libro de Madrid / Europa Press

Me felicitó de pasada hace poco alguien por mi «novelita de humor» mientras yo andaba algo atareada intentando no hiperventilar en la Feria del Libro de Madrid ante una cola que no parecía terminar jamás. Padezco muy a menudo el síndrome de la escalera de caracol, me suelo torturar demasiado con todo lo que habría podido haber dicho en situaciones o conversaciones a las que no puedo volver. Fantaseo con nuevos escenarios donde poder largar la buenísima respuesta que se me ocurrió mientras me duchaba a ese comentario que me hicieron en el año mil novecientos noventa y nueve, practico, ensayo. Perfecciono mi entonación. Nunca se vuelve a dar esa oportunidad, claro está.

La vida funciona de aquella manera a veces, y a mí -como a otras tantas personas- mis progenitores me educaron insistiendo mucho en lo ennoblecedor de la paciencia y la calma. Hay que dejarse tragar por las arenas movedizas y pasar el mal trago con entereza y buena disposición. Si nos rebatimos, si luchamos, solo conseguiremos hundirnos más y más. Ponemos buena cara, fingimos que no está pasando nada. Decía el elfo doméstico Dobby en Harry Potter y la Cámara Secreta: «Dobby no mata, Dobby solo mutila o hiere de gravedad». Hay gente que solo sabe interactuar con los demás de esta forma. Como la piel se endurece a base de exponerse ya no me produce desasosiego ni incomodidad lo de «novelita», he aceptado que algunos hombres siempre se dirigirán así a mí y lidio con ello de la mejor forma posible: escribiendo lo que quiero como quiero y porque quiero.

Habrá a quien le parezca mal (un tipo con una boina azul me etiquetó hace unos meses en un vídeo de Instagram en el que dedicó ocho minutos de su vida a criticarme a mí y a Andrea Abreu por el crimen de hacer lo que nos da la gana en lo que escribimos, estaba afectadísimo… lo sentí mucho por él). Yo lo respeto, por supuesto. Solo me pregunto por qué nunca parecen atreverse a cebarse de esta forma con mis compañeros escritores. ¿Disminuye o aumenta la valentía en función del género de la persona a la que uno se dirige? Quizá sí. A mí no suele pasarme, confesaré.

Estos días he tenido la oportunidad de participar en dos mesas redondas sobre la literatura «escrita por mujeres» y en ambas se plantearon cuestiones muy interesantes. Dos me llamaron la atención. Varias personas argumentaron que denominar «literatura femenina» a las obras escritas por mujeres no implicaba sesgos ni problemática alguna pues resultaba evidente que la autoría de esas obras pertenecía a personas que se identificaban como mujeres. Algunos fueron más allá y sostuvieron que siempre existe una marca de género que delata a la autora de la prosa. Como a mí me gusta mucho hacer preguntas -soy ese tipo de persona insoportable, lo sé- les pregunté por Carmen Mola. ¡Si hubiesen visto sus caras! Carmen Mola fue el seudónimo que usaron Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Marcero para publicar la trilogía La novia gitana en la editorial Alfaguara. Preguntados por esta cuestión, sostuvieron sin que se les cayera la cara de vergüenza que ahora solo se publica a mujeres y que ellos jugaban en desventaja por ser hombres. Nadie cuestionó el género de Carmen Mola hasta que los tres escritores desvelaron el pastel.

¿Qué sucedió allí, dónde estaba esa marca de género que siempre desvela que la autora es una mujer? Esperé y esperé una respuesta pero no terminó de llegar. Hubo balbuceos, muchos «Pues…» y algún que otro «Mmm», pero nada, me volví a casa con mis dudas. Como estoy aprendiendo a prepararme para lo peor esperando lo mejor decidí dejar de indagar no fuesen a combustionar. No me gustaría que nadie se sintiese mal, esa marca de género imposible de eludir cuando la persona que escribe no es un hombre le pasó desapercibida a cientos y miles de lectores en esa época en la que las mujeres solo podían publicar bajo seudónimo o como Anónimo. Me disculparé con ustedes porque al principio de este texto mentí. Ya no dejo que la arena me trague sin luchar para no incomodar al otro con mis preguntas una vez deciden perturbar mi paz. Ahora escojo devolver lo que se me da, creo que es lo justo. Ya lo dijo Isabel Pantoja una vez. Dientes, dientes, que es lo que les jode.