Opinión | A PIE DE PÁGINA
Comer es el lujo del XXI
"El resultado se acerca más a la joyería que a la culinaria y lo que vemos y leemos presenta las cenas de los ricos como óperas fastuosas hechas con unos equipamientos de cocina que se distinguen poco de un laboratorio espacial de la NASA"
¡Qué pobres tiempos aquellos en los que la riqueza eran las pieles y las joyas y la ostentación se hacía con animales y minerales! La ecología acabó con la peletería y la bisutería devaluó la joyería, que sigue apreciada como valor refugio, pero menos como esplendor refulgente. Donde más se expresa públicamente la riqueza ahora es en la gastronomía. El "rico, rico" casero y perejil del primer Karlos Arguiñano ha ido cambiando en 30 años de sabroso a gravoso.
Cuando hace 20 años el conglomerado del lujo LVMH (que suenan al virus venéreo de la ostentación, pero son las iniciales de Louis Vuitton Moët Hennessy), anunció que invertía en agricultura lo que ganaba en guarnicionería; en alimentos, los beneficios de los complementos, en tierras a su nombre, la plusvalía de sus marcas, me puse dos moscas de Chanel detrás de las orejas y perdí el sueño.
Lo que marca la tendencia asociada a la acción de comer en el siglo XXI es la gastronomía y -desde los programas de televisión en los que se imparte fascismo laboral y liberalismo salvaje a la espalda hasta las informaciones sobre los restaurantes exclusivos- va calando como el gran lujo, confeccionado con ingredientes cada vez más caros y abundante mano de obra muy cualificada.
El resultado se acerca más a la joyería que a la culinaria y lo que vemos y leemos presenta las cenas de los ricos como óperas fastuosas hechas con unos equipamientos de cocina que se distinguen poco de un laboratorio espacial de la NASA, trabajado con la tensión de un quirófano de neurocirugía por equipos comandados con una jerarquía y disciplina que quisiera el Pentágono, en un ritual digno de un funeral concelebrado por cardenales. Toda una representación de fantasía nazi en una distopía espacial para presentar un plato que se parece a un anillo de compromiso.
Exactamente todo lo que estira hasta el extremo contrario el recuerdo de mamá atendiendo el tiempo y la temperatura de las cazuelas sobre la chapa de la cocina de carbón, el comer del siglo XX.
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