Opinión | CRÓNICA DE UN MODO DE SER

Pablo Iglesias: la soledad era esto

"En su tarea más sobresaliente, la de gobernar, Iglesias se cansó pronto porque no podía (no se puede) mandar al tiempo sobre todos, sobre los tuyos, sobre los ajenos y, por ejemplo, sobre el presidente del Gobierno que te ha puesto"

Ex líder de Podemos, Pablo Iglesias.

Ex líder de Podemos, Pablo Iglesias. / Alessandro Bianchi

De tertuliano a político y a periodista. Una tarea de héroe, pues ninguna le ha satisfecho, ya que su porvenir tiene más que ver con la ambición de mandar (en todo lo que ha hecho, hasta en lo más mínimo) que con la de esperar a que otro le diga por dónde podría ir, quizá, si quiere mandar bien.

De hecho, en su tarea más sobresaliente, la de gobernar, Iglesias se cansó pronto porque no podía (no se puede) mandar al tiempo sobre todos, sobre los tuyos, sobre los ajenos y, por ejemplo, sobre el presidente del Gobierno que te ha puesto. Pactar ha sido, para él, ganar; ganar a toda costa, en todas las circunstancias, y hacerlo para que se sepa.

Por la mañana rocío, a mediodía calor…, que cantaba Serrat. Porque desde el amanecer en Cataluña hasta la noche en Madrid, por ejemplo los lunes, va dictando lo que a las horas precisas, mejor después de haberlo dicho él en los distintos dispositivos que domina, han de decir los suyos. Él se encarga de certificarlo en largos párrafos que envía y que luego citan los medios que él, a la vez, ha elogiado como verdaderamente finos, en pos de una fidelidad que se parece a la que él busca de quienes dejó de confiar hace años. Aunque los presuma cercanos.

Es un modo de ser este de Pablo Iglesias, de los que muchos habrán tenido experiencias directas. Muchos fueron amigos suyos, acólitos, si se me permite esta vía tan directa del señalamiento, que se fueron yendo de su lado porque o él los dominaba o no había entendimiento. Él presumía de ser mejor, sin decirlo, simplemente preguntando si así se le veía.

“¿Qué se piensa de mí en El País?” me preguntó cuando lo conocí, en el Café Gijón. En aquel entonces él pensaba pestes de El País. De hecho, lo dijo en un programa de La Tuerca, al que llevó a (casi) todos los acólitos de entonces para darle tralla al diario que, entonces, en torno a 2015, iniciaba una andadura interesante (la sigue manteniendo) en América Latina.

En ese programa que alguien me envió por sorpresa mientras yo fregaba la loza, por el tiempo en que moría el presidente Chaves (por él que él dijo llorar, ya que perdíamos quien podía haber arreglado Europa), él llevaba a la audiencia la idea de que ese periódico no era fiel a lo que pasaba por allí, ni por aquí. Así que cuando me hizo aquella pregunta, porque sí, habíamos quedado sólo para conocernos, yo le respondí lo que sentía: que en El País, mi periódico entonces, al que jamás perderé fidelidad o cariño, por cierto, se le tenía, por lo que yo mismo sentía, más consideración que la que él mismo había mostrado en ese programa por quienes lo fundaron y lo hacían.

La satisfacción que debe tener Yolanda Díaz es lícita, porque en el lenguaje corporal que él le ha dedicado no hay afecto sino apropiación indebida

Él preguntó luego, a la amiga que nos juntó, y que estaba con él y con otros seguidores que ya no son suyos por lo que ha ido relatando la historia, quién me había preparado, o cómo me había preparado, para salirle respondón. Esa idea suya de que el otro caía y él tenía que saberlo para cargarse de más razones ha sido también parte de su relación con la prensa, incluso con la que algún día le pareció divina de la muerte.

Luego pasó lo que pasó, que él se fue haciendo más poderoso y más él, y siendo él mismo ya hizo muchas cosas de las que luego ha venido presentándose como el que las hizo. Pues no es colectivo en su apreciación del trabajo que hacen otros. De hecho, este despropósito diario en que ha convertido su relación antigua (y ahora sin modernizar) con Yolanda Díaz se parece a lo que ha hecho con otros, e incluso con periodistas a los que quería tener cerca para hablarles al oído, modo suyo también de hablar por la radio. Y si no lo responden bien, pues al sitio de pensar contra Yolanda Díaz.

En ese rifirrafe, “yo te puse, tú nos pones, tú convocas, yo te digo cómo”, se muestra un Pablo Iglesias que no es otro que el que fue. Yolanda Díaz no ha seguido sus directrices, y desde hace rato ha sido así, que ha de purgar por ello hasta juntando un cónclave de soviet supremo para que Ioane Belarra sonría sin abrir su propia boca.

La satisfacción que debe tener Yolanda Díaz es lícita, porque en el lenguaje corporal que él le ha dedicado no hay afecto sino apropiación indebida; en los años que quedan antes de que mi memoria se desvanezca en la primera vez que vi a Iglesias está la idea de que él tiene más tendencia a preguntar qué hay de lo mío que qué hay, que es una pequeña, pero humilde, manera de decirle al otro que estás con él, que lo respetas, que quizá tengas algo que decirle de lo que él cabalmente no sabe tanto. Y no por ser sabio, sino por carecer (eso no se compra ni se vende) de empatía.

Pablo Iglesias tiene una tendencia ilimitada a creer en sí mismo, y ese es un abismo que da gusto hasta que te advierten, si te llegan a advertir, de que más dura está siendo la caída. Por eso no es Dios, porque se cree sin tropiezos. Ahora tendría que pensar, como en el título inolvidable de Juan José Millás, que la soledad era esto, no lo que le deseabas a los otros.