Opinión | IGUALDAD

Un 8M de las mujeres, no de los partidos

El Día Internacional de la Mujer es una jornada para reivindicar derechos por conquistar que no debería usarse políticamente como un arma arrojadiza

Manifestación por el Día Internacional de la Mujer, el año pasado en Madrid.

Manifestación por el Día Internacional de la Mujer, el año pasado en Madrid. / J.J. Guillén / EFE

Un nuevo 8 de marzo. Las manifestaciones multitudinarias volverán a llenar las principales calles de las ciudades. El color morado, los cánticos reivindicativos y los lemas de protesta recordarán las cuitas del pasado y las batallas que vienen. Es imposible, además, olvidar en esta fecha a las mujeres que resisten y lloran en Ucrania o fuera de ella, esperando el final de una guerra que, además de sus derechos, amenaza con arrancarles la vida a ellas y también a los suyos.

Hay que tenerlas muy presentes en un 8M que puede ser entendido de muchas formas: acto de reivindicación, grito de ánimo para nuevas conquistas, lamento por las ausencias, ánimo redoblado al caminar acompañadas, esperanza e ilusión ante un futuro que solo debe ser mejor… Pero, por encima de todo, es un momento para hacer recuento de daños y logros, y mirar lo que queda por hacer.

Lejos de oportunismos, de exclamaciones vistosas que nacen con fecha de caducidad, de anuncios de última hora y poses más mercantilistas que reflexivas, conseguir una sociedad más justa necesita del esfuerzo, la responsabilidad y la ilusión diaria.

Las divergencias en el Gobierno de coalición sobre la ley del ‘solo sí es sí’ empañan el 8M

En la esencia del Día Internacional de la Mujer está, además, la lucha por los derechos y la igualdad en el trabajo. Sin condiciones de igualdad en el mundo laboral, no hay igualdad en la sociedad. España ocupa la sexta posición de la Unión Europea en cuanto a igualdad entre mujeres y hombres, según un informe del Instituto Europeo para la Igualdad de Género. A pesar de haber conseguido reducir brechas de género en casi todas las categorías, hay un retroceso en el ámbito laboral. Las mujeres tienen peores perspectivas de carrera personal, ocupan menos puestos directivos y su riesgo de pobreza se ha acentuado. Ellas son, además, quienes asumen el peso de las tareas domésticas y tienen un menor acceso a actividades deportivas o culturales.

En el seno del feminismo son evidentes las divergencias, pero también los puntos en común

El 8M es una jornada de múltiples reivindicaciones y puede vivirse de muchos modos. Lo que no debería ser es un arma arrojadiza política. Aún menos, un día para el sonrojo. Sin embargo, el Gobierno de coalición llega a esta cita expresando su máxima tensión. La reforma de la llamada ley del sólo sí es sí ha evidenciado la enorme divergencia entre los socios. Cuesta no ver en el desacuerdo un reflejo (y un impulso) de las divisiones en el movimiento feminista. Queda ya muy lejos la exhibición de unidad y fortaleza de la huelga feminista de 2018. La ley trans, las diferentes posturas sobre la abolición de la prostitución o la propia ley del sólo sí es sí han exacerbado el debate, extremado posiciones y agriado la discusión hasta dificultar los puntos de encuentro. Ninguno de los temas en disputa es baladí, pero no pueden ser contemplados desde la simplificación del blanco y negro. Por encima de todo, precisan reflexión. Y es difícil encontrarla en este momento.

En el seno del feminismo son evidentes las divergencias, pero también los puntos en común. Y, especialmente, los objetivos irrenunciables: combatir la desigualdad, la discriminación y la violencia contra las mujeres. Diez mujeres han sido asesinadas en España en lo que llevamos de año. 1.192 desde 2003. Por ellas, por las ausentes, el 8M interpela al conjunto de la sociedad. No lo olvidemos.