Mujeres en los márgenes

De nuevo 8 de marzo y la igualdad permanece lejísimos. El desequilibrio de poder, la discriminación y la violencia atraviesan la vida de mujeres y niñas. La desigualdad, sin duda, nos atenaza a todas, pero es cruel con la enferma, con la extranjera, con la anciana, con la mujer con discapacidad, con la precaria atrapada en los suelos pegajosos…

Mujeres en los márgenes del sistema que se dejan la piel por subsistir. Apartadas de esa carretera principal que en teoría nos lleva a la igualdad, transitan por caminos secundarios llenos de obstáculos que deben sortear para alcanzar una vida digna y libre.

2023 y el Estado les sigue fallando porque son ellas quienes deben hacer un esfuerzo triple por resistir y abrirse camino. Solas en multitud de ocasiones, incluso abandonadas.

EL PERIÓDICO DE ESPAÑA dirige su mirada este 8 de marzo de 2023 a estas mujeres anónimas golpeadas por el sistema, el machismo y la interseccionalidad. Las más alejadas del poder y las más resilientes, a pesar de la oscuridad y las injusticias que las atenazan.

Si mujeres y niñas lo tienen más difícil por su género, esa dificultad se convierte en abismo cuando se le suman la enfermedad, la precariedad, la etnia, la discapacidad, la pobreza, una situación administrativa irregular, una maternidad en soledad, una adicción,...

Las mujeres a las que el sistema expulsa o deja en sus márgenes alzan la voz. Esther, Marcela, Raquel, María, Pilar. Si por alguien es la lucha feminista, es por ellas.

VIVIENDA Y PRECARIEDAD

“Se están saltando a la torera el derecho a la vivienda digna”

RAQUEL, madre soltera, lucha contra su desahucio

Raquel tiene 47 años y es madre soltera de un chico de 14. En 2012, accedió por sorteo a una vivienda pública de alquiler con opción a compra para jóvenes en Getafe (Madrid). Un fondo buitre se hizo con el piso, que con el tiempo dejó de ser de protección oficial, aumentaron las cuotas. Comprarlo se convirtió en una quimera, igual que subsistir. En 2021 la intentaron desahuciar, pero ella lucha sin cuartel por sus derechos.

“Lucho por un alquiler justo y no abusivo, por una ley de vivienda y por un derecho humano. Llevo diez años luchando por un derecho que es mío”, sentencia en conversación con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA.

“He vivido siempre apretada, la vida no está hecha para una madre soltera. El que me concedieran ese piso en sorteo significaba poder tener algún día una casa para mi hijo y para mí”, rememora. Cuando llegó, cobraba 1.000 euros y pagaba 700 euros por la vivienda. Al cumplirse cinco años de alquiler, intentó comprarlo, pero una cláusula abusiva aumentaba el precio que debía pagar: “Después de cinco años pasando calamidades, no veo opción a compra y era mi única opción de acceder a una vivienda”.

Y ahí empieza su lucha. El precio de la compra sube, el precio del alquiler también sube porque la vivienda llega un punto en que pasa a ser libre. Y Raquel no encuentra alternativas porque el mercado del alquiler es demencial.

“A los diez años ellos llegan y te dicen que pasas de pagar 750 a 1.050 y que o pagas o te vas. (...) No puedes comprar y te quieren echar de tu casa. He estado muy quemada, yo no tengo alternativa, pero ¿por qué me tengo que ir de una vivienda que me ha tocado? Estamos vendidos, denuncia.

“Se están saltando a la torera el derecho a la vivienda digna y la no especulación por parte de los poderes públicos”, añade.

En 2021 la empresa propietaria del piso la intenta desahuciar y ella intenta parar el desahucio a través de los servicios sociales del Ayuntamiento de Getafe, a los que acude para acreditar su vulnerabilidad. La respuesta que obtiene de la administración es que ella sólo tiene una carga familiar, mientras que hay familias con varios hijos en la misma situación.

Tras años de “lucha burocrática en la sombra”, Raquel echó “un pie para alante” y se afilió al Sindicato de Inquilinas e Inquilinos de Madrid.

“He llorado muchísimo, cuando estás sola frente a esto y ves que hay casos peores que los tuyos… Lo único que temía era que la policía llamara a la puerta para echarnos de nuestra casa, que mi hijo viviera un desahucio, pero ahora he cogido fuerza, ¿cómo no voy a luchar por lo que es mío?”, señala.

El intento de desahucio está en manos de los tribunales, pero ella se siente “empoderada” y afirma que ha reunido las suficientes pruebas para evitarlo. Estuvo en paro, pero ahora es autónoma y lleva adelante un pequeño negocio en el sur de Madrid.

Reconoce que a su hijo adolescente le avergonzaba que no se escondiera, que diera la cara: “Le pedí que no se asustara y que no le diera vergüenza porque yo tengo que visibilizar el problema, que es un problema de mucha gente y también mío. Realmente por lo que estoy luchando es porque mi hijo pueda seguir en su barrio, con sus amigos. No te queda otra que ser valiente, si te vienes abajo te comen y estás en la miseria siempre”, concluye.

EXPLOTACIÓN SEXUAL

“Nadie quiere ser puta, ¿en qué cabeza cabe que te encante acostarte con 40 hombres diariamente?

Marcela, superviviente de trata y mediadora

A Marcela (nombre ficticio) no le gusta la palabra víctima porque “da la sensación de que se refiere a una persona que no sabe valerse por sí misma” y a ella no hay quien la frene: es la personificación de la resiliencia.

“Mi trabajo consiste en rescatar a personas y salvar vidas”, cuenta en conversación con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA. Superviviente de trata con fines de explotación sexual, Marcela trabaja desde hace años como mediadora en Apramp, donde tiende la mano a mujeres prostituidas para que puedan salir de ese infierno.

Ella tenía 23 años cuando cayó presa de las mafias. Estudiaba Derecho y trabajaba en un bufete, pero perdió el trabajo por la crisis de comienzos de los 2000. Tuvo que dejar la universidad.

En ese contexto de incertidumbre económica, en 2004, apareció en su vida una mujer con una agencia de empleo que le ofrecía contratarla en Europa para cuidar a mayores o niños o realizar trabajos de limpieza a cambio de un sueldo mensual de 1.500 euros. Dudó, “porque es muy difícil abandonar una vida y atravesar el océano”, pero finalmente aceptó. La empleadora se metió en su familia, se hizo su amiga. Su abuela le aconsejó que se arriesgara porque permanecer en Brasil sólo la iba a llevar “a la frustración”.

Marcela siguió las indicaciones y llegó a Portugal junto a otras jóvenes. Fue alojada en un chalet lujoso, donde le quitaron el pasaporte y la llevaron de turismo y de fiesta. A los pocos días, todo cambió. La encargada lo dejó claro: “Aquí no habéis venido a realizar ningún trabajo doméstico, sino a ejercer la prostitución”.

Marcela se negó, pidió que le devolvieran su documentación y el billete de vuelta a Brasil. Por toda respuesta obtuvo una bofetada seguida de una amenaza. Le enseñaron la foto de sus sobrinas y le dijeron: “Precisamente tú vas a hacer exactamente lo que te decimos porque sabes que tenemos gente en Brasil, y si no, vamos a secuestrar a tus sobrinas y las vamos a violar por todas las partes de sus cuerpos”, rememora.

“En ese momento, yo me sentí culpable porque fui por un sueño y había acabado poniendo a mi familia en peligro. Pase el tiempo que pase, las amenazas se cumplen”, continúa.

Amenazada y con la exigencia de devolver una deuda ingente que no paraba de crecer (y a la que los proxenetas sumaban todo tipo de cargos), Marcela fue explotada sexualmente primero en Portugal, después en un macroprostíbulo en Sevilla (donde empezaron a obligarla también a drogarse) y, por último, en Fuenlabrada.

A cada mínimo acto de rebeldía, las fotos de sus sobrinas. “Me crearon cadenas mentales: no necesitaban decirme ‘no te escapes’, ‘no digas nada’. Yo ya no estaba preocupada por mi integridad física, sólo sentía la angustia de liberar a mi familia. Por la familia me transformé en la que más se drogaba, en la que más bebía, en la que más ingresos generaba a la mafia”, incide.

Estando en Fuenlabrada, se puso en contacto con ella una mediadora de Apramp, que detectó en ella indicios de trata y le ofreció asistencia médica. Tiempo después, tras recibir una paliza brutal, le pidió auxilio con el teléfono de una compañera del prostíbulo: “Salgo de aquí viva o muerta, pero yo me voy”, le dijo.

Huyó y Apramp le ofreció protección. “No me veía como víctima. Lo único que pensaba era cómo iba a pagar todo eso. Sin dinero, sin ropa, sin pasaporte, sin dignidad, sin autoestima. No tenía absolutamente nada. Era un despojo humano y dentro de aquel piso empezó todo un proceso de recuperación. Era como un bebé, me tuvieron que enseñar todo de nuevo, y es algo que tienen que hacer con cada una de nosotras”, asevera.

Además, tuvo que enfrentarse a un expediente de expulsión de España, que perdió en primera instancia: “Me sentí una delincuente en toda regla, el juez me dijo que no era digna de quedarme”, lamenta. Pero en segunda instancia lo evitó, porque rendirse no es una palabra para ella.

Como consecuencia de la explotación, Marcela tiene secuelas físicas. Le dio un infarto, tiene diabetes, arterioesclerosis y discopatía degenerativa: “No quiero vender pena, quiero que la gente vea que no es un mundo de glamour. Las mujeres no quieren estar ahí, están ahí porque son obligadas, porque fueron secuestradas de su país con falsas promesas laborales”, denuncia.

“Ni ahora, con mis 40 años, ni cuando era pequeña decía ‘mamá, quiero ser puta’. Ninguna ejerce la prostitución porque le encante. Nadie quiere ser puta, ¿en la cabeza de quién cabe que te encante acostarte con 40 hombres diariamente? Pero claro, las putas siempre son las demás. Pero yo también tengo familia, las mujeres que vemos en Montera y en el polígono de Villaverde tienen familia, pero también una situación de vulnerabilidad que aprovechan los proxenetas”, subraya. Y cada vez las víctimas son más jóvenes: 13, 14 años.

Marcela, que ahora es mediadora y trabaja para rescatar a otras víctimas, critica el cinismo de la sociedad, que no lucha contra la trata ni la explotación sexual porque cree que nunca va a afectar a su familia, que es una cosa de “pobres, analfabetas e inmigrantes”. “Soy inmigrante, pero no nací en extrema pobreza ni era analfabeta. Y caí, cualquiera puede ser víctima”, aclara.

JUVENTUD Y DISCAPACIDAD

“Antes a una mujer con discapacidad se la tenía anulada, aún hay que hacer mucho por la autonomía”

ESTHER, joven con discapacidad

Esther tiene 20 años, nació en Fraga (Huesca) y estudia tercero de Psicología en Zaragoza. También es dinamizadora de grupos de jóvenes en la ONC, está llena de determinación y tiene las cosas muy claras.

Esta joven tiene una discapacidad visual que ha condicionado su vida y es consciente de que las mujeres con discapacidad lo tienen más difícil que sus compañeros hombres.

Ella ha volcado todas sus energías en disponer de autonomía e independencia, una de las asignaturas pendientes, a su juicio, del colectivo.

“Antes, a una mujer con discapacidad se la tenía anulada, aún hay que hacer mucho por la autonomía, para hacerles ver que son capaces de conseguir lo que se propongan: estudiar, vivir solas, entablar relaciones…”, cuenta a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA.

Ella se mudó con 18 años a Zaragoza para ir a la universidad, primero a una residencia, pero ya vive sola en un piso y relata que el deseo de independencia ha estado presente en ella desde muy joven. Sin embargo, la tríada de elementos que constituyen ser mujer, joven y con discapacidad ha dificultado esa autonomía porque la sociedad ha tendido a sobreprotegerla y a sentir compasión por ella.

“Siempre he sentido esa compasión de ‘oye, ¿lo haces tú sola?’. Siguen viendo a una mujer joven que no puede. Me meten miedo porque me dicen que tenga cuidado con todo. Un ejemplo muy práctico que puedo poner: si a las mujeres nos dicen que tenemos que tener cuidado cuando volvemos de fiesta porque a las mujeres nos violan, imagínate yo, un cuidado extremo”, subraya.

“Otro ejemplo es cuando estás en discotecas. Si me tocan el culo, no puedo saber quién ha sido. Me ha pasado y siento mucha impotencia, pero ¿qué voy a hacer?, ¿voy a darme la vuelta y pegar a alguien que no es? Pues no, me aguanto”, continúa.

Sus abuelos, recuerda, llegaron a decirle que se buscara un marido para que la cuidara. Ella cree, sin embargo, que las cosas empiezan a cambiar, aunque muy lentamente. En cinco años, se imagina con un trabajo que la llene, relacionado con ayudar a las personas. “Me gustaría tener una independencia, una vida independiente en la que esté bien conmigo misma”, reflexiona.

Asegura Esther que las chicas con discapacidad aún reciben un trato diferente al de sus pares varones, la discriminación por cuestión de género pervive. Se ve en detalles tan sutiles como el tipo de trabajos a los que acceden unas y otros: ellas, en ámbitos que requieran sensibilidad y empatía; ellos, en tareas más ejecutivas y comerciales.

Pero pone el foco en cuestiones relevantes que siguen siendo tabú, como la sexualidad de las mujeres con discapacidad, "un tema del que nadie habla" y que, a su juicio, no se puede seguir tapando ni negando. En su trabajo en la ONCE se ha encontrado con chicas de más de 30 años que ni siquiera saben ni entienden lo que es el sexo: "Es un déficit muy claro", asevera.

Esther denuncia que sensibilizar, visibilizar la realidad de las mujeres con discapacidad es una asignatura pendiente desde hace ya demasiado tiempo. Ha llegado el momento de que deje de serlo. El mundo, todo él, para ellas.


ENFERMEDAD Y PRECARIEDAD


“Te ves con cáncer, en paro y sin posibilidades de colocarte. Saca así a tu familia adelante”

MARÍA, superviviente de cáncer

 María es experta en marketing y trabajaba en una empresa de software. Gracias a su trabajo aportaba la mayoría de ingresos que necesitaba su familia, integrada por su marido, un hijo y una hija. En 2019 la despidieron, pasó a estar en paro y empezó a pagar una cuota mínima como autónoma para intentar montar un negocio por su cuenta. Es en ese contexto en el que le diagnostican cáncer de mama. Y su mundo, tal y como era, se vino abajo.

“De repente, te ves sin ingresos y con una enfermedad que no te viene nada bien, pero no eres capaz de verlo en ese momento, lo único que ves es que no tienes dinero y que no lo puedes ganar. Te ves con cáncer, en paro y sin posibilidades de colocarte. Saca así a tu familia adelante”, relata a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA.

Durante unos meses, María consiguió llevar dos pequeños clientes mientras recibía el tratamiento contra el tumor. Pero no por mucho tiempo.

“El cáncer es horroroso, no te imaginas que va a ser tanto como es. Te imaginas que tienes un bulto que te van a quitar y ya está, pero no es así. La quimioterapia es horrible, perder el pelo es horroroso, como si te quitaran parte de ti”, recuerda.

Llegó un punto en que la quimioterapia le provocó “deterioros cognitivos”: “Perdí las capacidades ejecutivas cotidianas, no era capaz de hacer unas lentejas, de estudiar con los niños. De repente te conviertes en alguien a quien hay que cuidar y no se sabe organizar, que tarda mucho en hacer las cosas”, sostiene.

A María le hicieron una mastectomía. Enfermó gravemente de covid, una amiga murió de cáncer. En la parte económica, las ayudas no alcanzaban. Sus hijos tuvieron que dejar las actividades extraescolares, tuvo dificultades para afrontar los pagos del colegio y no podía pagar terapias alternativas que aliviaran sus dolores y su estado emocional, como la acupuntura, un programa de ejercicio físico oncológico, de nutrición o de mindfulness.

“Los hospitales te dan medicina, pero no te dan apoyo. Los oncólogos quieren curar el cáncer, pero no te dan soluciones para tu cabeza. La salud mental es un pilar que no está cubierto para nada”, lamenta.

En el camino, sin embargo, encontró la ayuda de la Asociación Española contra el Cáncer, que le dio la mano para que pudiera acceder a estas y otras terapias, que han sido claves para su recuperación.

Pide, para quienes tengan que vivir lo mismo que ella, una mayor colaboración entre hospitales y asociaciones como la AECC, que todo sea más fácil para las pacientes.

Más de tres años después y tras mucha adversidad, María empieza a ver la luz. Le quedan secuelas, pero las cosas marchan. Ha estudiado, se ha formado, ha dado nuevos pasos profesionales. Tiene un pequeño equipo y va de frente con sus clientes. “Gracias a la enfermedad soy capaz de darme cuenta de que vivimos en un mundo que va demasiado rápido. Ahora soy yo la que marca los tiempos de mi vida. El cáncer está muy relacionado con el estrés”, remarca.

A pesar de las experiencias tan difíciles por las que ha pasado, María insiste en que está agradecida. Por la unión con su marido, que se ha visto fortalecida en este tránsito, por haber descubierto quiénes son sus verdaderos amigos y por haberse dado cuenta de que “para vivir no se necesita tanto”.

“Se necesita salud, amigos, una caña y, en mi caso, poder ir a dar un paseo al monte con un bocata de jamón. Se acabaron muchas cosas, porque es como si hubiésemos bajado nuestro nivel de vida, pero yo feliz. De repente, dejas de compararte con los demás y vives tu propia vida. Es como si te dieras cuenta de que sí eres única e irrepetible, con una teta menos”, señala.

“La pregunta es: ¿tenemos que pasar por ahí para aprender esa lección o la podemos evitar?”.


TERCERA EDAD Y SOLEDAD


“La soledad es muy dura y yo estoy completamente sola”

PILAR, anciana con discapacidad visual

Pilar nació en Madrid en 1945. Recalca con orgullo que es chamberilera, nacida en la misma plaza del barrio de Chamberí donde aún vive, con su radio, su “pensioncita” y sus achaques.

“Voy tirandillo, tengo un poco de todo. Me han operado de un tumor en la cabeza. Encima soy ciega y he pegado un bajón muy grande con la artrosis. Me duelen las piernas, la espalda, los pies y las caderas. Pero hay que seguir adelante”, cuenta a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA.

Mujer, con discapacidad, mayor y afectada por la epidemia de la soledad. Concurren en ella factores que minan el camino de obstáculos. A pesar de la adversidad, no falta la alegría. “Si se te va, apaga y vámonos”, dice. Kafka aseguraba que “la alegría es nuestro deber diario” y Pilar lo lleva a rajatabla.

Lo peor, confiesa, es la soledad. “Murieron mis padres, ha muerto mi hermana de covid hace dos años. Me he quedado muy solita”, cuenta. “La soledad es muy dura y yo estoy completamente sola. Mis primos son muy mayores o han fallecido y los hijos de los primos… ya no es lo mismo”.

Dos días a la semana recibe ayuda doméstica a la dependencia y acaban de hacerle una nueva valoración por el empeoramiento de su estado de salud, pero aún no tiene el resultado. Un voluntario de la organización Solidarios para el Desarrollo la visita una vez a la semana para charlar, tomar un café, pasear y ayudarla a hacer la compra.

“Ya sola no salgo. Me cuesta porque estar sin vista y tener que hacer las cosas cuando los años se te van echando encima… Antes tenía ganas de ir a la peluquería, pero ya no voy porque me cuesta. Escucho mucho la radio, la escucho siempre”, señala.

Además, la plaza de Olavide, donde está su hogar, se ha vuelto muy ruidosa y se ha llenado de terrazas. Ella tiene miedo de caerse.

A Pilar le encanta hablar. “Yo soy muy charlatana, entonces no me explico cómo puedo estar a veces días enteros sin hablar. Pero cuando tienes que estar callada, tienes que estar callada: pienso y ya está”.

Desde muy pequeña, ha arrastrado problemas de visión. “He tenido miopía progresiva maligna, ya con 4 años tenía gafas gordas de culo de vaso”. Eso le generó dificultades en la escuela, donde no veía la pizarra y se tenía que “pasar por tonta” para que le explicaran lo que se había escrito en el encerado, y también con los chavalitos. “Me iba bandeando, saqué el bachiller. Trataba de superarlo, pero te entra un complejo…”. Cree que la sociedad es hoy más tolerante, aunque también nota que las personas van más a lo suyo, son menos atentas, “están más metidas en sí mismas”.

“Ahora, entre lo del paro y el covid, la gente tiene menos dinero y más problemas, cada cual mira más a lo suyo”, concede.

Ella trabajó en General Eléctrica y también como telefonista durante más de tres décadas. Siempre cuidó a sus padres, hasta el final. Presume de que no le debe nada a nadie y de que nunca le ha faltado ni para comer ni para vestirse, aunque nota la subida del precio de la vida y ha tenido que dejar de darse “caprichitos”, en alusión a los dulces.

Preguntada acerca de si las personas mayores son las grandes olvidadas, duda, pero deja claro que cada vez son más y habrá menos dinero: “A ver si podemos ir tirando con las pensiones”.

Por este 8M, Pilar nos desea a todas un feliz día de la mujer y envía un mensaje a las más jóvenes: “Que piensen en prepararse bien para salir adelante en la vida y que no tengan complejo de nada, que cada cual es como es y una será más guapa o más fea, más lista o más tonta, pero todas tenemos que vivir. Que traten de superarse, los complejos fuera”. Y siempre con alegría.

El Periódico de España

Texto: Violeta Molina Gallardo.
Fotografía: Alba Vigaray, José Luis Roca, Jaime Galli.
Formato: Nacho García del Álamo.