Opinión | APUNTE

El euro y las utopías

Colas en el banco de España por la entrada del euro en 2002.

Colas en el banco de España por la entrada del euro en 2002.

Esta semana se han cumplido 20 años desde que empezaron a circular físicamente los primeros billetes de euro. Un momento idóneo para hacer balance de dos décadas en las que a la moneda europea le ha sucedido de todo. Por ello, el hecho de sobrevivir constituye en sí mismo un gran éxito. En este sentido, un par de comentarios a lo mucho que ya se ha dicho sobre el aniversario. 

El argumento más recurrente a favor de la moneda única es que, sin ella, nos hubiéramos hundido de manera irreversible con la crisis financiera del 2008. Y ello es cierto, pero también deberíamos considerar que sin la euforia desmedida que conllevó el euro, en forma de crédito a destajo a tipos de interés bajísimos, la burbuja inmobiliaria no hubiera alcanzado límites tan extraordinarios. 

En consecuencia, la gran lección del euro es constatar con qué facilidad nos dejamos arrastrar, incluso aquellas mentes más brillantes, en tiempos de euforia. El euro fue recibido como mucho más que una moneda, como una especie de bendición que, por sí sola, venía a garantizar un crecimiento consistente y sostenido. Y la expansión que acompañó al euro en sus primeros años alimentó aún más dicho estado de ánimo, negándonos a escuchar a quienes, cargados de sensatez, advertían de los riesgos de una moneda única sin soporte institucional y sin unas mínimas políticas fiscales y económicas comunes. Algo similar sucedió con la propia globalización cuando, tras la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio hace también 20 años, nos dejamos llevar por la utopía de una economía abierta y fluida que no sabría de crisis.

En cualquier caso, la corta vida del euro debe valorarse muy positivamente pues ha representado un gran salto adelante en la integración europea. A partir de ahora, con una moneda única ya consolidada, son otras las políticas que deben hacer de la Unión Europea un verdadero espacio único. Y, de ser posible, convendría aprender a dónde conducen siempre las utopías.