Opinión | CORONAVIRUS

ANÁLISIS | ¿Hasta cuándo va a durar esta pandemia?

Salvo que desarrollemos vacunas esterilizantes que impidan la transmisión y se vacune con ellas a toda la población mundial, seguirán siendo fundamentales las clásicas medidas no farmacológicas de prevención

Imagen de una sanitaria atendiendo a un enfermo de covid

Imagen de una sanitaria atendiendo a un enfermo de covid

En estos dos años que llevamos ya de pandemia, todos nos hemos preguntado alguna vez ¿hasta cuándo va a durar esto? ¿vamos a tener que ponernos más dosis de vacuna? ¿podremos alguna vez prescindir de las mascarillas?

Tan solo 12 días después de anunciar la existencia de algunos casos, China hizo pública la secuencia genética del coronavirus SARS-CoV2 causante de la COVID-19. Su genoma tenía 29 903 letras, que son las responsables de cómo es y cómo se comporta el virus. Para multiplicarse y expandirse, tiene que copiarse a sí mismo, y de esa forma poder infectar a otras células dentro de un mismo individuo, y a otros individuos dentro de la especie en la que se está extendiendo, los seres humanos.

Si esa información fuese inmutable como los Diez Mandamientos, el virus sería predecible, y con el tiempo, dominable. Pero este virus, como todos los que su genoma es ARN, al copiarse para extenderse, cometen errores (mutaciones). No son tantos como los que caracterizan a otros virus ARN, como el del SIDA o la gripe, porque tiene un sistema de corrección de errores que los otros no tienen, pero los comete: 0,5 mutaciones por infección.

No son muchas teniendo en cuenta que, al infectar una célula, cada virus produce 100 000 copias de su genoma y un individuo infectado puede acumular un billón de las mismas en sus tejidos; pero son suficientes. Si en un día se producen, por ejemplo, 617 000 infecciones en el mundo, el número de mutaciones que se originará diariamente a nivel global superará las 308 000.

La consecuencia de las mutaciones

De esos errores, unos serán beneficiosos, otros perjudiciales y la mayoría indiferentes para el virus, y simplificando, lo contrario será para el ser humano. Está en su naturaleza. Esos errores pueden modificar en un sentido o en el contrario, la capacidad del virus para infectar, o su virulencia o gravedad, o su capacidad para evadir la respuesta inmune producida por las vacunas o por la exposición previa al virus seguida o no de enfermedad.

Hasta ahora, los principales errores que han “triunfado” para el virus, por darle alguna ventaja adaptativa, son las que han aumentado su capacidad de transmisión, dando lugar a las conocidas variantes de interés o de preocupación, como la D614G, alfa, delta, u ómicron, que sucesivamente van desplazando al resto según van “mejorando” esa capacidad.

Y se seguirán produciendo mientras el virus siga circulando. Las mutaciones también han afectado de forma variable a su capacidad para evadir la respuesta inmune, aunque en general puede decirse que, con las dosis de refuerzo, todas las variantes responden a las vacunas reduciendo la gravedad y el riesgo de producir enfermedad.

Sin éxito en las vacunas esterilizantes

Pero las vacunas actuales, que hemos sido capaces de desarrollar en tiempo récord, han sido pensadas solo para eso, reducir la gravedad de la COVID, no para evitar la posibilidad de infección y la subsiguiente transmisión. Se están ensayando vacunas que aspiran también a evitar esa transmisión (esterilizantes), pero de momento son eso, una aspiración, más que algo real, porque no se ha logrado nunca.

Por tanto, seguimos sin conseguir reducir drásticamente la transmisión con las vacunas, a pesar de que tienen un efecto sobre la misma, aunque limitado, que puede mejorarse a través de los programas de refuerzo, y de la vacunación de los menores de 5 a 11 años.

De todo ello se desprenden algunas respuestas: Salvo que desarrollemos vacunas esterilizantes que impidan la transmisión y se vacune con ellas a toda la población mundial, seguirán siendo fundamentales las clásicas medidas no farmacológicas de prevención, especialmente el uso de las mascarillas donde no pueda mantenerse la distancia social y una buena ventilación de espacios interiores.

Solo la mascarilla obligatoria reduce la incidencia de la COVID en más de un 50%. Asimismo, la exigencia de certificados digitales para acceder a espacios cerrados no garantiza evitar la transmisión en esos espacios, pero puede ayudar a reducirla y a convencer de la utilidad de vacunarse a quienes no acaban de ver el beneficio de las vacunas por sí mismas.

Control pero no eliminación del virus

El SARS-CoV2, como sus primos hermanos, el SARS-CoV o el MERS, podrá controlarse, pero difícilmente eliminarse en alguna región geográfica, y desde luego no erradicarse y mucho menos extinguirse.

Lo impide su alta transmisibilidad, la similitud de sus síntomas con las de otras infecciones respiratorias comunes, su capacidad para transmitirse durante períodos asintomáticos o presintomáticos, y la existencia de reservorios.

En consecuencia, lo más probable es que se transforme en una enfermedad respiratoria estacional, que requiera una vacunación anual y medidas de higiene en invierno, pero que no evitará que existan casos de infección grave en personas vulnerables, como ya ocurre con la gripe, para los que utilizaremos los nuevos antivirales y antiinflamatorios; mientras los casos moderados se trataran ambulatoriamente con los antivirales orales recién autorizados; y los leves se abordaran como otros resfriados comunes, como hacemos con tantas otras enfermedades transmisibles que no se pueden erradicar.

La clave está en la vacunación masiva, que es lo que convertirá a la COVID en un inconveniente, pero no en un obstáculo global, pero sin olvidar que mientras exista, persistirá su capacidad de mutar y evadir el sistema inmunológico, y por tanto su potencial de desencadenar nuevas pandemias.