LANZAROTE 2023

Lanzarote, la isla de moda para 2023

A tres kilómetros del monumento, yendo hacia Masdache por la carretera LZ-30, se halla El Grifo, que es la bodega más antigua de Canarias

Playa Famara en Lanzarote.

Playa Famara en Lanzarote. / SHUTTERSTOCK

D.M

Un buen lugar para empezar a recorrer La Geria y Lanzarote es el Monumento a la Fecundidad, de César Manrique, que se erige entre Mozaga y San Bartolomé, en el centro geográfico de la isla, y rinde homenaje al agricultor local, el cual logró darle la vuelta al legado abrasador de las erupciones del siglo XVIII aprovechando la porosidad de las piedrecitas volcánicas para exprimir al máximo la humedad ambiental. Al lado está la Casa-Museo del Campesino, un minipueblo de arquitectura tradicional, obra del mismo artista, que alberga talleres de artesanía, utensilios y aperos diversos, y un restaurante para saborear el caldo de millo, el sancocho y otros condumios isleños.

A tres kilómetros del monumento, yendo hacia Masdache por la carretera LZ-30, se halla El Grifo, que es la bodega más antigua de Canarias (1775) y una de las 10 más veteranas de España, y también de las más laureadas, con Museo del Vino y biblioteca donde se conservan escritos del siglo XVI. Continuando por la misma carretera, hay otras dos bodegas que vale la pena visitar: La Geria y Rubicón. Esta última, además de excelentes vinos (sobre todo, el malvasía seco y el semidulce), tiene una terraza donde no se puede estar mejor a mediodía, zampándose un guiso de carne de cabra a la sombra de centenarios eucaliptos, con la mirada perdida en los viñedos circulares.

Blanco sobre negro en Yaiza

Después de atravesar La Geria, se llega a Yaiza, la población más guapa de Lanzarote, que se quedó en 1736 al borde mismo de la lava, viva de milagro y blanquísima del susto. Tendida está como una novia deslumbrada y deslumbrante a los negros pies de Timanfaya, con sus casas blancas crecidas a la antigua usanza, alrededor del patio y del aljibe, por la mera adición de pequeños cubos a medida que aumenta la prole. De Yaiza sale una carretera que lleva directa al parque nacional de Timanfaya, la zona cero del cataclismo del siglo XVIII. Es la LZ-67, una vía sin arcenes que se abre paso por un desierto de lava rugosa y encrespada, como rota a mazazos por un gigante.

Lo único que altera la soledad del malpaís, así llamado porque es imposible cultivar nada, ni siquiera caminar por su superficie, es la algarabía de zoco moruno del Echadero de Camellos, donde los turistas van a darse un paseo en dromedario, el mismo animal que hasta hace medio siglo se usaba en todas las labores del campo, incluida la vendimia. Una vez rebasado el control de acceso al parque nacional, los visitantes se dirigen al Islote de Hilario, donde descubren lo caliente que continúa la tierra después de tres siglos. El magma residual a 5.000 metros de profundidad irradia suficiente calor para asar carnes en un restaurante diseñado por Manrique. En el Islote de Hilario comienza la Ruta de los Volcanes, un circuito en autobús de 14 kilómetros que permite contemplar un panorama infernal desde el doble cráter del Timanfaya, a 447 metros de altura. La erupción de 2021 en la isla de La Palma formó un único cono relevante. Aquí, en cambio, el observador descubre anonadado un paisaje salpicado por 30 volcanes.

Aunque la inmensa mayoría de los visitantes se contenta con hacer este recorrido en guagua, también se puede practicar senderismo en el interior del parque. La ruta a pie más interesante es la de Tremesana, que, de forma gratuita y guiada por un guarda, discurre por el extremo sur de Timanfaya. Este sendero excepcional (que se ha de reservar con bastante antelación en Reservasparquesnacionales.es) arranca entre las montañas de Tremesana y Rajada (un volcán con otro cráter más reciente en su interior) y baja suavemente hacia las montañas Encantada y de Juan Perdomo, ya cerca de el pueblo de El Golfo, atravesando mares de lava y tubos volcánicos. El único signo de civilización son unas higueras abandonadas y la palmera bajo la que hacían un alto los recolectores. En todos los trabajos se descansa un rato. También en el infierno.

De vuelta en Yaiza, nos dirigimos por la carretera LZ-704, atravesando de nuevo el malpaís, a la costa de poniente, donde nos aguardan tres lugares excepcionales: El Golfo, los Hervideros y las salinas de Janubio. Situado de cara al mar y de espaldas al parque nacional, el pueblo de El Golfo cuenta con algunos de los mejores restaurantes de pescado de la isla ­—solo tenemos que decidirnos entre el bocinegro, la vieja, el cherne o los pezqueñines gueldes—. Cerca de El Golfo hay un medio cráter rojo —el otro medio se lo comió el mar— que enmarca el Charco de los Clicos, una laguna verde como una manzana. Tan llamativo color se debe a la concentración de una planta acuática, la Ruppia maritima, en su superficie, además de al azufre que contienen sus aguas.

Los Hervideros y las salinas de Janubio

Cinco minutos en coche, con rumbo sur, y llegamos a los Hervideros, que reciben este nombre por otro fenómeno de origen volcánico: se trata de las cuevas que se formaron al solidificarse la lava por encima del mar. El oleaje penetra en ellas, choca contra las paredes y sale a presión por donde puede, levantando columnas de agua pulverizada y borbotones como de ebullición. Todo ello recuerda “los espantosos estruendos” que, según las crónicas, se oían en 1731 al desembocar los ríos de lava en el océano, para susto y muerte de los peces. Las sendas y las plataformas de acceso a los Hervideros se deben, como tantas otras intervenciones en la isla, a la mano de César Manrique, que también diseñó el mirador que domina las cercanas salinas de Janubio.

Antes de las erupciones del Timanfaya, la caleta de Janubio se tenía por el mejor puerto natural de la isla, pero la lava hizo de las suyas creando una barra que lo inutilizó para el fondeo de barcos. Se perdió un puerto, pero se ganaron unas salinas —las mayores de Canarias, aun en activo— que hoy, junto a la laguna de Janubio, las casas de La Hoya y con el océano al fondo, forman una vistosa carta de colores. El rojo de las salinas es debido a un pequeño crustáceo de ese color, la artemia, aunque también existe un alga responsable, la Dunaliella salina. Las bacterias H. salinarum y H. halobium también aportan esta tonalidad, especialmente cuando la salinidad es muy alta.

Las huellas de César Manrique

Recorriendo la mitad sur de Lanzarote, nos hemos tropezado repetidamente con las huellas de César Manrique, el genio conejero que transformó algunos de los espacios más relevantes de la isla en auténticas obras de arte. De arte-naturaleza. Una buena idea es recorrer la otra mitad, el norte, visitando más creaciones suyas. 

En Guatiza, en el municipio de Teguise, se encuentra la última gran obra de César Manrique en Lanzarote, el Jardín de Cactus, que acoge alrededor de 4.500 ejemplares de estas pinchudas plantas procedentes de los cinco continentes. El artista escogió una antigua cantera usada como vertedero en una zona agrícola de extensas plantaciones de tuneras dedicadas al cultivo de la cochinilla y la convirtió en uno de los jardines de cactus más importantes del mundo y en una demostración de lo que él mismo denominaba arte total: una combinación de arquitectura, intervención espacial, escultura, interiorismo y jardinería.

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