LIMÓN & VINAGRE

Marcello Dell'Utri: la fuerza del destino

Cuando Berlusconi le llamó para montar Forza Italia, se cuadró; cuando su jefe decidió dedicarse a la política, él le siguió con la misma disciplina perruna

El empresario Marcello Dell'Utri en Limón&Vinagre.

El empresario Marcello Dell'Utri en Limón&Vinagre. / EPE

El berlusconismo fue una expresión política a la vez tardía y primaveral. Fue tardía porque apareció en los años noventa en la estela del viraje neoliberal -el problema es el Estado, el individuo lo es todo- que se consolidó en Estados Unidos y el Reino Unido muy a principios de los años ochenta. Pero fue auroral porque a partir de 1994 ensayó en Italia el populismo que ha llegado después y que el politólogo Giovanni Orsina sintetiza correctamente: la importancia creciente del liderazgo, la simplificación y sentimentalización del lenguaje político, el desprecio, cuando no la destrucción, de las leyes como principios organizativos del Estado y garantes de derechos y de la división de poderes, la centralidad de los medios de comunicación y en especial de la televisión, la promesa de soluciones sencillas e indoloras para los grandes problemas económicos y sociales de las sociedades postindustriales, la transformación del adversario en enemigo, la polarización deliberada del espacio público. Todas estas patologías políticas infectan, con mayor o menor virulencia, a la inmensa mayoría de las democracias europeas.

Sólo una democracia enferma y desvencijada como la italiana hace 30 años pudo haber tolerado el desembarco -por supuesto, electoralmente democrático- de Berlusconi en el poder político. Propietario de la principal cadena de televisión privada de Italia -y dueño de otros canales y emisoras de radio-, de un equipo de fútbol como el AC Milan y de inmobiliarias y empresas de construcción y servicios públicos, Silvio Berlusconi era la principal fortuna de Italia. Entre 1992 y 1994, un conjunto de investigaciones judiciales descubrió la Tangentópoli -un muy estructurado y operativo sistema de corrupción política-, que se llevó por delante a los cinco partidos de centro y centroderecha que habían gobernado Italia desde el final de la II Guerra Mundial, incluida la Democracia Cristiana. Berlusconi actuó con una rapidez extraordinaria. Creó un partido, Forza Italia, tres o cuatro semanas antes de las elecciones, y se llevó todo el voto democristiano, liberal y republicano. De un zarpazo sumó más del 21% de los votos emitidos: ocho millones de papeletas. Fue el comienzo de su escalada y de su dominio de la política italiana durante varios lustros preñados de escándalos, denuncias, acusaciones, crímenes y, complementariamente, una asombrosa ineptitud en la gestión pública.

Y ahí, desde primera hora de la política, en la misma pila bautismal de Forza Italia estaba Marcello Dell’Utri, que por entonces contaba con poco más de cincuenta años y llevaba media vida trabajando para Berlusconi. Con carácter permanente y exclusivo desde 1980, cuando ingresó en Fininvest -el conglomerado de medios de comunicación de Il Cavaliere- para encargarse del departamento de Publicidad y Marketing. Cuando Berlusconi le llamó para montar Forza Italia a toda mecha, y, más en particular, asumir la creación de eslóganes y mensajes electorales, Dell’Utri se cuadró. Y cuando su jefe decidió dedicarse a la política él le siguió con la misma disciplina perruna. Y así fue diputado, eurodiputado, senador una y otra vez. Jamás hizo nada de valor en ninguna asamblea legislativa. Berlusconi insistía siempre en su gran valor profesional como publicista. Pero en realidad el querido Marcello había sido el encargado de velar por las relaciones entre los intereses berlusconianos y la mafia dentro y fuera de Sicilia durante los años setenta, ochenta y parte de los noventa. Toda esta basura criminal no fue publicitada hasta muy avanzado el siglo XXI. En varios procesos Dell’Utri fue acusado y finalmente condenado por fraude fiscal, contabilidad falsa y conspiración con organización criminal. En 2014 fue condenado a siete años de prisión.

El exsenador figuró entre los beneficiarios cuando se abrió el testamento de Berlusconi, fallecido el pasado junio. Le cayeron 30 millones de euros. Cuando se le ha preguntado si el difunto pretendía así que callara sobre sus relaciones con la mafia, Dell’Utri ha mirado al cielo, donde su amigo Silvio debe de andar haciendo ya promociones inmobiliarias, y ha declarado, con un pizco de tristeza en la voz:

-Ah. Son cosas que dicen los sembradores del odio.

Forza Italia no sobrevivirá a Berlusconi. Su legado político-electoral será devorado por los Hermanos de Italia de la presidenta Giorgia Meloni. Los hijos de Berlusconi, Dell’Utri y otros colaboradores menores cogerán el dinero y se olvidarán de lo demás. ¿Acaso Forza Italia fue jamás otra cosa?