Rebelión en Rusia

La intentona de Prigozhin, un regalo para Kiev y Occidente

La intentona golpista del grupo de mercenarios Wagner parece ser sólo una cuestión de odios y de ambición desmedida

Las columnas de Wagner, en la región de Lípetsk, a 340 kilómetros de Moscú.

Las columnas de Wagner, en la región de Lípetsk, a 340 kilómetros de Moscú. / EFE

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

No, esto no es una de esas llamadas “revoluciones de colores” que tanto gustan al Departamento de Estado norteamericano y que éste tantas veces ha alentado.

La intentona golpista de Yevguéni Prigozhin, el polémico líder del grupo de mercenarios Wagner, parece ser sólo una cuestión de odios y de ambición desmedida.

Del odio que aquél profesa y que nunca ha tratado de ocultar no sólo hacia el ministro ruso de Defensa, Serguéi Shoigú, sino el que siente también por el jefe del Ejército, el general Valeri Guerásimov.

Difícilmente podrá pensarse, sin embargo, esta vez, aunque algunos hablen ya de ello en las siempre engañosas redes sociales, que Washington está detrás de lo ocurrido y que Prigozhin se ha vendido a Occidente.

Otra cosa es que en Washington lo mismo que en Bruselas y otras capitales europeas y, por supuesto en Kiev, muchos estén frotándose las manos.

Porque cualquiera que sea el desenlace de ese intento de golpe  militar contra la dirección de las Fuerzas Armadas rusas, que no directamente contra el presidente Putin, lo sucedido es un regalo para quienes hace tiempo que apuestan por un “cambio de régimen” en el Kremlin.

Un regalo además para el Gobierno ucraniano de Volodímir Zelenski porque servirá para distraer a la opinión pública mundial de una contraofensiva contra las líneas rusas en el Donbas que hasta ahora deja mucho que desear.

Lo más sorprendente en cualquier caso es que Putin no hubiese decidido actuar antes contra alguien que se había destacado últimamente por su retórica incendiaria y sus conatos de insubordinación hasta acabar llamando, como hizo este fin de semana, a una “rebelión armada”.

Y que, suscribiendo las tesis de Occidente sobre las causas de la guerra de Ucrania, llegó al extremo de acusar al ministerio ruso de Defensa de haber mentido a la nación para justificar la invasión del país vecino al decir que Ucrania pretendía atacar a Rusia de la mano de la OTAN.

Es cierto que Prigozhin había rendido al mismo tiempo un gran servicio a Rusia:  el grupo de mercenarios por él liderado actuó  como punta de lanza y con enormes pérdidas humanas en la toma de Bajmut –se habla de 35.000 caídos. Y al menos esto el Kremlin tenía que agradecérselo.

Pero Prigozhin nunca perdonó que el ministerio de Defensa le hubiera supuestamente escatimado las municiones de artillería que necesitaba su grupo y que ello hubiera resultado en muchas más muertes entre sus hombres que las necesarias.

Con independencia de los odios personales, para entender la pugna entre Prigozhin y el ministro Shoigú es importante explicar algunas cosas sobre el funcionamiento del grupo Wagner.

Según la propia Constitución rusa, un ejército privado como es el caso del fundado por Prigozhin no puede operar legalmente en territorio ruso, pero sí podía hacerlo en el país ilegalmente ocupado mientras se considerara territorio extranjero.

Sin embargo, después de que Crimea, primero, pero luego también Donetsk y Lugansk se declaran independientes de Kiev, esos territorios pasaron mediante referendos a ser oficialmente rusos.

Lo cual significa que allí los hombres de Wagner no podían seguir operando a menos que firmasen un contrato con el ministerio de Defensa y pasasen a depender del mismo, algo a lo que Prigozhin se negó tajantemente.

Cada vez más crecido y supuestamente ajeno a la realidad, Prigozhin decidió declararse entonces en rebeldía y, tras exigir la destitución del odiado Shoigú y la sustitución de toda la cúpula militar, amenazó con marchar con sus hombres hacia Moscú.

Ante la gravedad de lo sucedido, el presidente ruso se dirigió al país para condenar la intentona golpista al tiempo que calificó de “traidores” a la patria a todos aquellos que habían tomado las armas y asegurar que “serán castigados”.

A algunos, todo ello les recuerda lo ocurrido en agosto de 1991 cuando un grupo de la línea dura del Partido Comunista y miembros del KGB intentaron un golpe contra el entonces presidente de la URSS, Mijail Gorbachov, a quien acusaban de haber llegado demasiado lejos con sus reformas. Y aquello fue el comienzo del fin de la Unión Soviética.