INVESTIGACIÓN

Lu Ciccia, la científica contra el binarismo: "Cualquier estudio que hable de diferencias de sexo es un estudio sesgado"

La autora argentina explica cómo la ciencia puso en nuestros cerebros la idea de hombre y mujer, e invita a que cada cual se viva fuera del eterno binomio masculino o femenino

Lu Ciccia, la autora de

Lu Ciccia, la autora de / CEDIDA

María G. San Narciso

María G. San Narciso

Lu Ciccia se autodenomina "neurocientífica arrepentida". Estudió Biotecnología para después trabajar en el Laboratorio de Fisiología del Sistema Nervioso en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Fue con la propia práctica científica cuando le empezaron a chirriar cosas. Veía fallas a la ciencia objetiva neutral universal en la que decía creer, hasta ese momento, a pies juntillas. De esa investigación por resolver sus dudas surge su libro La invención de los sexos. Cómo la ciencia puso el binarismo en nuestros cerebros y cómo los feminismos pueden ayudarnos a salir de ahí (Ed. Siglo Veintiuno).

Antes de ponerse con este trabajo estudiaba la conducta entre ratones tipo y ratones transgénicos para un receptor de la serotonina. La idea era conocer el rol de ese receptor en la ciencia básica para que aplicarlo después en el ámbito de la salud mental. Explica que se partía de que la diferencia entre los distintos tipos de ratones estaba vinculada a la flexibilidad cognitiva, que viene a ser cómo se adaptan los roedores (y nosotros) a los cambios que suceden en nuestro entorno. Una capacidad que está disminuida en personas diagnosticadas con algún tipo de psicosis, como la esquizofrenia.

“En aquel momento yo trabajaba en un centro psiquíatrico con personas con psicosis. En el laboratorio veía que supuestamente había una causa genética en ese problema. ¿Por qué? Porque ese receptor es una proteína, como todos los que tenemos en el cuerpo. Y esas proteínas derivan del ADN. Si yo veo que hay un problema en la forma de trabajar en ese receptor, estoy diciendo que hay un problema genético. Que existe una predisposición ahí”, explica a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA.

Por un lado, el trabajo en el laboratorio le decía que existía una causa biológica para la esquizofrenia. Por otro, en el centro neuropsiquiátrico veía que todas las personas diagnosticadas con este problema de salud mental tenían el tejido social completamente roto. Estaban en condiciones infrahumanas, lo que le preocupó más que las propias causas genéticas. “Todo esto me hizo entrar en contradicción. Ni en los estudios neurocientíficos que están en Pubmed, la base de datos biomédicos de ciencias biológicas más grande del mundo, ni en las neurociencias se decía nada de eso. Lo social también estaba ahí, pero como un adhesivo”.

P. ¿Qué pasó después?

R. Empecé a desconfiar. Además, yo me había formado en la escuela del binarismo. Pensaba que tenía que haber dos cerebros, así que a la hora de estudiar el receptor, lo más lógico era que estudiáramos a ratones hembras y machos para extrapolarlo a nuestra especie.

Eso hizo que introdujera el término sex difference brain (diferencias sexuales en el cerebro) en la base de datos. Aparecieron un montón de papers que explicaban las diferncias que había entre los dolores de varones y de mujeres. Ahí pensé que teníamos un problema: yo solo estaba usando machos. La razón que me daban es que las hembras se usan solo para engendrar camadas experimentales porque introducen una complejidad en los resultados por su propio ciclo hormonal.

P. ¿Entonces?

R. Pensé que lo que hacíamos estaba mal. No era que solo que estuviéramos simplificando: es que estábamos omitiendo. El propio quehacer científico, y la propia producción de conocimientos, estaba haciendo que me diera cuenta de que estábamos creando un resultado a partir de un montón de presupuestos y subyacentes. No estábamos describiendo algo que es así.

Entré en crisis. Me encontraba desmotivada, depresiva. Entonces, decidí reorientar esa investigación que estaba haciendo para el doctorado en Ciencias Biomédicas y me puse con la Epistemología Feminista. Finalicé el doctorado en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires. El trabajo fue un análisis crítico del discurso neurocientífico acerca de las diferencias entre varones y mujeres. Porque también veía esas supuestas diferencias que señalaban que el cerebro del varón estaba optimizado para la capacidad de abstracción y el de las mujeres estaba optimizado para la fluidez verbal. Todo estaba mal.

P. ¿Sigue ocurriendo que no se estudie de la misma manera a ratones hembras por el ciclo hormonal?

Sí. Ahora hay políticas de inclusión en ciertos institutos, como el estadounidense, el canadiense o la Unión Europea, que exigen incorporar el sexo como variable biológica con la idea de meter hembras; mujeres. Esto a primera vista parece perfecto, pero el problema es ese: que se incorpore como una variable biológica. Eso sí es problemático. En el libro recojo críticas a esto de reducir las diferencias biológicas a la idea de reproducción. Nuestras biologías son mucho más complejas que eso. Se exacerban las diferencias como si fueran esencialmente dos, sobre la base de la genitalidad, y eso no es cierto.

¿Es posible acabar con el sexo como variable biológica en este tipo de estudios?

Claro que sí. La idea fundamental en un estudio es mirar, lo primero de todo, qué variables interesan estudiar y no subsumirlas en la idea de sexo, porque se terminan no viendo. Por ejemplo, imagine que vamos a hacer un estudio para encontrar diferencias entre varones y mujeres cis (aquellas personas que se continúan identificando con el género designado al nacer). Para agruparlas, decides hacer un grupo con las vulvas y otro con los penes.

"Ser una mujer heterosexual no te hace cómplice del patriarcado y ser lesbiana o trans no te hace revolucionaria"

Entonces va al cerebro. Supón que encontramos diferencias en el volumen de una estructura celular. En el grupo de los varones es más grande que en el de las mujeres. La conclusión es que hay diferencias de sexo. Pero espera: ¿cómo sabes que son realmente diferencias de sexo? ¿A qué se deben? ¿Cuál es siempre la hipótesis explicativa? La testosterona. Las mayores concentraciones masculinizan el cerebro de los varones, lo que explica todas las diferencias que puedas encontrar.

Entonces la pregunta que yo le hago es: ¿ha medido la testosterona en este estudio? No. ¿Cómo sabe, entonces, que el tamaño se debía a la genitalidad? Esta no define la testosterona, que esta está definida genéticamente. Así que este estudio está mal hecho. En general, la categoría de sexo se subsume de manera esencialista, en toda esta serie de variables que no se miden; que simplemente se aproximan por las genitalidad externa. Cualquier persona te va a decir eso es mala ciencia. 

¿Hay investigaciones sobre las diferencias sexuales que puedan llegar a ser útiles?

Pienso que tenemos que centrarnos en las diferencias biológicas, que no sexuales. Porque las diferencias biológicas, por ejemplo entre mujeres y varones cis, pueden ser muchísimas. El problema es que se piensa que las causas son los cromosomas llamados sexuales.

Claro que hay que centrarse en las diferencias para entender en el ámbito biomédico las diferentes formas que hoy observamos en las prevalencias del desarrollo y tratamientos de enfermedades, pero entenderlas implica incorporar la dimensión de género con la multiplicidad de variables asociadas.

Por ejemplo, el género implica hábitos alimenticios, la frecuencia de actividad física, el consumo de comupestos bioactivos… Todos los factores que modifican la función de tu organismo. Y también las ocupaciones. Los cuerpos feminizados se dedican más al cuidado, a lo doméstico, mientras que las personas masculinizadas ocupan más espacio público. Hay que ver cómo todo eso afecta a sus biologías. Esas variables no son superficiales. Ya no se pueden omitir más. 

Cualquier estudio que hable de diferencias de sexo es un estudio sesgado porque no se pueden disociar las prácticas sociales de la propia biología, que está expresando las prácticas sociales que cada persona. Y esto ocurre por la plasticidad, un fenómeno fundamental que es la capacidad por la que incorporamos experiencia en nuestros organismos. Es un concepto que atraviesa el libro justo para romper con este determinismo biológico.

P. ¿Qué otras variables específicas habría que tener en cuenta?

R. Hay otras que a primera vista no están directamente asociadas con el sexo, ni tampoco con el género. Hay características fisiológicas propias, como por ejemplo el peso y la altura. Evidentemente, el sexo no lo define, por eso hay mujeres cis más altas que varones cis. Pero tanto peso como altura son variables importantes para entender la metabolización de los compuestos externos que tomamos. También hay fenómenos, como la plasticidad arterial, muy vinculada a la posibilidad de tener infartos o no, que varían con esto.

La idea de sexo omite todas estas variables. No captura la complejidad. Es muy reduccionista. Ni siquiera en esta idea de sexo se desagregan esas variables que se dicen representar en la categoría.

P. En el libro plantea es que ni el sexo precede al género ni viceversa es un poco. ¿Cómo se conjugan estos dos tenemos?

R. Eso viene de la historia de la ciencia. En la modernidad se dijo que la idea de sexo es esta estructura genital. Después se complejizó en cromosomas sexuales, en testosterona y en ovarios-testículos. Así que se partía de que todo esto causaba tus habilidades cognitivas y conductuales, lo que se traducía en que las mujeres eran inferiores a nivel mental y deberían dedicarse al cuidado. Su destino era biológico. El sexo estaba antes. Históricamente, hubo feminismos que defendieron eso intuitivamente.

Pero en los años 90 se produjo el giro discursivo, que plantea que se dé un poquito más de importancia al discurso, porque es lo que estamos naturalizando. Discuten sobre si el sexo está antes cuando, en realidad, lo que está haciendo visible al sexo son las normativas de género. 

Después llegaron las nuevas materialistas feministas que dijeron que todo eso estaba bien, pero se seguía reproduciendo el discurso por un lado y el cuerpo por el otro. En realidad, todo el tiempo somos cuerpo, materia atravesada por el discurso, por lo que el sexo y el género son cosas simultáneas. No hay forma de disociar sexo y género. Y eso se refleja en nuestra propia materialidad biológica por la alta plasticidad que tenemos.

P. En España hubo una gran polémica a raíz de la ley trans, incluso entre feministas dentro de un mismo partido político. ¿Por qué cree que estamos volviendo a estas posturas esencialistas?

R. Hay un recrudecimiento de las lecturas esencialistas. ¿Por qué? Una de las respuestas tiene que ver con una idea neoliberal de los derechos humanos, donde asumimos que si dan derechos a un grupo es porque te los quitan a ti, como si no pudiera haber tantos como queramos. Eso nos mete directamente en políticas de competencia. Y cuando eso ocurre, recurrimos a la autoridad epistémica, que es la ciencia. Pero ese recurso de acudir al saber científico, objetivo y neutral que hacen ciertos feminismos es polémico, porque es el mismo que puso a un nivel inferior a la mujer cis blanca heterosexual durante los siglos XVIII y XIX, la misma población que ahora tiene un buen número de personas transexcluyentes.

Ante la falta de certezas y la incertidumbre, que genera angustia, se recurre a la ciencia. En el libro propongo una lectura que en realidad nos va a incomodar,  porque va a implicar perder certezas y también cuestionarnos quiénes somos y por qué somos lo que somos. 

"Quien dice que se nace mujer está defendiendo que su cerebro está menos capacitado para pensar"

Cuando analizamos que hay un hilo conductor entre la idea de que nace mujer o varón con los presupuestos sexistas, entendemos que cuando una persona dice que nació mujer, al mismo tiempo te está diciendo que tiene un cerebro de mujer. Estaría justificando que su cerebro está menos capacitado para pensar y más inclinado a las tareas del cuidado o a jugar con las muñecas.

No es que se nieguen las diferencias: lo que hacemos las personas que criticamos este discurso es entender que se articula sobre unas disimilitudes que se crearon, a partir de la ciencia, para justificar biológicamente que las mujeres se dediquen a lo doméstico y los hombres a lo público.

P. ¿Es posible escapar el binarismo en el que nos hemos criado?

R. Hoy  por hoy no, pero sí es posible cuestionar su ontología. Ser una mujer heterosexual no te hace cómplice del patriarcado. Y ser lesbiana o trans no te hace revolucionaria.

A día de hoy no tenemos imaginación para salirnos de un marco de referencia binario. Eso no está mal per se. El objetivo no es matar todo eso porque somos reconocidas por la mirada de les otres.  Y la forma de reconocimiento que tenemos es a través del género.

Pero el problema es que esa forma no es universal y transcultural, sino que es contingente. Con la lectura de mi libro propongo, a través de la propia evidencia que muestra que la plasticidad biológica que nos caracteriza, que esta clasificación es anacrónica. Invito a que empecemos a vivirnos fuera del binomio masculino o femenino. Porque básicamente lo que hace el binarismo es aplastar tu subjetividad. Homogeneizarla. Todo nuestro potencial está completamente circunscrito a un marco de referencia que encima jerarquiza corporalidades. La manera de romperlo es justamente desnaturalizarlo. Entender que es lo que tenemos, pero que no es natural.