LA VIDA CONTIGO

Cómo algunas mujeres se empequeñecen para no intimidar a los hombres: "No quiero parecer una flipada"

Algunas rebajan, conscientemente o no, sus conocimientos y éxitos "para no poner en peligro la posición dominante del hombre, porque si no se sentiría amenazado y ya no querría ligar conmigo"

Tener una posición social elevada para una mujer es excluyente, en muchas ocasiones, de tener la posición sexual o afectiva deseada. En parte, por eso, son educadas "en la baja autoestima"

De izquierda a derecha, Nicolas Sarkozy y Carla Bruni; Charlene y Alberto de Mónaco; Lady Di y el entonces príncipe Carlos de Inglaterra.

De izquierda a derecha, Nicolas Sarkozy y Carla Bruni; Charlene y Alberto de Mónaco; Lady Di y el entonces príncipe Carlos de Inglaterra. / NACHO GARCÍA

Ana Ayuso

Ana Ayuso

"Me lie una noche con la amiga de una amiga que había conocido de cañas y era megainteligente y superdivertida. Por eso me lie con ella, fundamentalmente. Me dijo de tomar algo otro día, quedamos y me doy cuenta de que la chica empieza a hacerse la tonta conmigo. Nos pusimos a hablar de cine porque ella curraba en ese mundo y yo sabía que ella controlaba mil y veo que empieza a hacer como si no tuviera ni idea. Me desconcertó muchísimo y le pregunté directamente que si le pasaba algo, que por mi amiga yo sabía que ella sabía de eso y me dijo que lo solía hacer para no imponerles mucho a los chicos". Este es el testimonio de Pablo, un joven de 30 años que se percató de algo que las mujeres consciente o inconscientemente hemos tomado como propio: hacernos pequeñas para no ahuyentar a los hombres.

Mostrarse -y ser- más inteligentes, más exitosas y más fuertes físicamente que los hombres con los que compartimos perjudica a aquellas mujeres que quieren mantener una relación heterosexual. La periodista Mona Chollet ya alertaba, en su ensayo Reinventar el amor. Cómo el patriarcado sabotea las relaciones heterosexuales (Paidós), sobre cómo la "posición social" de las mujeres había arruinado su "posición sexual". En este sentido, una productora de programas de radio de éxito, de 26 años, relata para EL PERIÓDICO DE ESPAÑA cómo en varias primeras citas con pares que sabían a qué se dedicaba se "quitaba importancia" en sus conversaciones cuando hablaba de las labores diarias de su trabajo. "No quiero parecer una flipada e ir de que conozco a tal o a cuál famoso", dice, porque no buscaba mostrarse como una persona "importante" y que ellos "se sientan como amenazados en ese sentido", a pesar de que ella entiende que el hecho de tratar día a día con personas conocidas no es relevante y que no quiere "que parezca que sólo soy mi trabajo o que eso me define".

"Considero que soy buenísima en mi trabajo, pero creo que mostrar esa seguridad puede perjudicarme. Es simplemente una sensación, a lo mejor no es cierto, pero ya sabemos de la masculinidad frágil de los tíos", asegura. Precisamente eso, la masculinidad frágil que nos lleva a aparentar ser frágiles a las mujeres, es uno de los asuntos que aborda la doctora en Sociología Beatriz Ranea en su libro Desarmar la masculinidad (Libros de la Catarata). "La masculinidad se sostiene sobre muchas ficciones y una de ellas es la de la seguridad. A pesar de mostrarse fuertes y seguros de sí mismos, en realidad es una identidad que está sometida permanentemente a prueba, tienen que demostrar sistemáticamente que son lo suficientemente hombres. Y, en cuanto hay algún elemento que haga que se tambalee esta idea, que es muy frágil, pueden tornarse inseguros de su propia masculinidad", explica Ranea.

Ella hacía referencia en su ensayo a un tuit que ya desapareció y que se relaciona con la afirmación de la joven productora de radio: "Por cada mujer con síndrome del impostor hay tres hombres con delirios mesiánicos". O con el "síndrome del flipado, que lo llamaríamos comúnmente", apunta Ranea. La masculinidad normativa o la masculinidad hegemónica se construye en torno a la idea "del reconocimiento, de ser importante respecto a otros, que otros vean que sabes y que te reconozcan como la voz de autoridad".

Por ello, los hombres, de forma general, se construyen normalmente en la seguridad en sí mismos, frente a las mujeres, a las que se nos educa en la inseguridad y en la baja autoestima. Esa confianza que muestran, sostiene Ranea, les permite poder hablar en el espacio público, "aunque no sean tan expertos como las mujeres en ciertos temas, pero sí pueden erigirse como tal". Esto lo explicaba muy bien Rebecca Solnit cuando conceptualizaba el mansplaining, en Los hombres me explican cosas (Capitán Swing). Y aun con todo, pese a las dificultades que enfrentamos las mujeres para alzar la voz ante temas en los que somos expertas, si fallamos, somos penalizadas con mayor gravedad que ellos.

Más éxito equivale a menos citas y más divorcios

Para valorar los encuentros entre parejas heterosexuales, cuatro investigadores universitarios organizaron durante 14 noches diversas citas rápidas entre 392 graduados. En el estudio, de 2006, analizaron los resultados sobre cuántos hombres repetían y cuántos no con esas mujeres y por qué. Certificaron que ellos valoraban el atractivo de ellas en un 20% más que su inteligencia. La ambición de una mujer tampoco les atraía si pensaban que excedía la suya propia. Tener una posición social elevada para una mujer es excluyente, en muchas ocasiones, de tener la posición sexual o afectiva con el hombre que eligen.

Fingir que somos quienes no somos, que sabemos menos y que tenemos menos éxito para "adaptarnos a los deseos masculinos", para que ellos "sigan estando encima", concreta Beatriz Ranea, puede hacerse de forma consciente o no. En una escena de la tercera temporada de Sexo en Nueva York, Miranda Hobbes, una abogada de prestigio, acude a una rueda de speed dating en un bar. En varias de esas breves citas, los hombres dejan de prestarle atención cuando se enteran a qué se dedica. Harta de ser invisible, le dice a su siguiente acompañante que es azafata. Y así empiezan una breve relación que finaliza cuando ella se da cuenta de que él tampoco es médico como aseguró.

Esta actitud, consciente o no, no es innata. De hecho, incluso las personas trans que acaban identificándose como mujeres se dan cuenta de que adquieren esos comportamientos. Judith Juanhuix, una investigadora y doctora en Física, que recientemente ha publicado el libro Una mujer, expresaba en una conversación con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA que se odió a sí misma cuando, en algunas citas, rebajó sus niveles de estudios y conocimientos "para no poner en peligro la posición dominante del hombre, porque si no se sentiría amenazado y ya no querría ligar conmigo por inseguridad". "Es una cosa que muchas mujeres tenemos y que yo he hecho sin haber sido enseñada a que tenía que hacerlo así", comentaba esta activista trans sorprendida por cómo "los roles de género son tan fuertes" como para, con mucho menos aprendizaje que la mayoría de las mujeres, "aprender perfectamente cuál es el lenguaje social de género".

Las mujeres con éxito pagan un tributo que no se cobra en dinero: las políticas electas cuyas relaciones analizaba un estudio sueco se divorciaban en mayor medida que las que no resultaban elegidas. Con sus homólogos hombres, no pasaba lo mismo. Mona Chollet se refiere también a la conocida como la "maldición de los Oscar". Investigadores de la Universidad de Toronto revisaron los matrimonios de los 751 artistas nominados a mejor actor y actriz en las ediciones de los Oscar de 1936 a 2010. Los enlaces de las intérpretes que eran galardonadas con la estatuilla duraban una media de 4,3 años; los de las que no, 9,5 años. En cambio, los de los actores vencedores tenían una vida más pareja tanto si se llevaban el premio como si no: 11,9 años y 12,5 años, respectivamente. Y así, Bette Davis, Halle Berry, Hillary Swank, Sandra Bullock o Kate Winslet se acabaron separando tiempo después de los agradecimientos.

Físicos menudos: los casos de Lady Di, Carla Bruni y Charlene

Chollet recuerda cómo, en el año 2014, el timeline de Twitter de Francia se llenó de memes que ridiculizaban una portada de Paris Match, en la que Carla Bruni, de 1,75 metros de altura, se abrazaba y apoyaba la cabeza en el hombro de su marido, Nicolas Sarkozy, de 1,66 metros, para aparentar que él era más alto. Para la foto, Sarkozy se tuvo que subir en un escalón. No ha sido la única vez en la que la publicación jugaba con la perspectiva. Ya lo hizo tumbando a la modelo sobre las rodillas del expresidente francés o inmortalizando un paseo por la playa en el que ella parecía más baja porque inclinaba la cabeza.

Y ella tampoco ha sido la única consorte a la que han empequeñecido físicamente. A Lady Di la rebajaron ante Carlos de Inglaterra y a Charlene de Mónaco, sólo unos centímetros más baja que su alteza Alberto, también. Esas posiciones "sugerían fragilidad o sumisión" con respecto a sus parejas, sostiene Mona Chollet.

La feminista estadounidense Catherine MacKinnon asegura que "lo masculino y lo femenino se crean mediante la erotización de la dominación y la sumisión" y, de ahí, "se construye la diferencia de géneros". Los hombres, por norma general, las prefieren más delgadas y más bajas que ellos para que ocupen "el menor espacio posible", señala Mona Chollet. Beatriz Ranea lanza que "salirnos de la dicotomía del binarismo de género es un reto y contribuiría a desestabilizar un poco la jerarquía, sobre todo si desarticulamos las relaciones que se establecen en igualdad". Y, de esa forma, se rompe la concepción de que el hombre es bello cuando es poderoso y la mujer, cuando es débil.

El hecho de que las mujeres se den el valor a sí mismas y que los hombres no desaparezcan es una prueba de que esa relación y la mujer significan algo"

— Beatriz Ranea, autora de 'Desarmar la masculinidad'

En el caso de las relaciones heterosexuales, enfrentarse a lo establecido "es una prueba para los hombres", dice Ranea. "El hecho de que las mujeres se den el valor a sí mismas dentro de las relaciones y que los hombres no desaparezcan, no se sientan intimidados, es una prueba de que esa relación significa algo y la mujer significa algo". De esa manera, la mujer se convierte en un todo y no en alguien que depende de su relación con los demás y que es definida por ella como mujer, prostituta, esposa, etc.

"Si ellos se sienten intimidados, si la mujer se tiene que empequeñecer para que la relación salga adelante, en realidad es una relación sostenida sobre la injusticia, la jerarquía, la desigualdad y el no poder ser una misma. Ahora, que el feminismo es más mainstream y la sociedad está, en un momento de cambio, es el momento en el que las mujeres dejemos de empequeñecernos y dejemos de lado el síndrome de la impostora", proclama esta doctora en Sociología, que llama a "dejar de actuar en aras de satisfacer la mirada masculina y de buscar la validación masculina".