MADRID

Los muñecos y peonzas pierden a su doctor: cierra el último Hospital del Juguete

"Lo dejo porque tengo 70 años y nadie quiere seguir con el negocio", señala Antonio Martínez Rivas, el único doctor de juguetes que quedaba en España y que ahora se jubila

Está pasando su tercer cáncer y ya no tiene la capacidad de antaño: "Antes me hacía mis 13 horitas diarias, pero ahora me canso"

Su negocio ha perdido importancia con las nuevas formas de divertirse de los más pequeños: "Los niños de ahora no saben jugar. Les sacas del móvil y de la tablet y se acabó"

El dueño del Hospital del Juguete, Antonio Martínez Rivas, posa junto a sus reliquias más destacadas.

El dueño del Hospital del Juguete, Antonio Martínez Rivas, posa junto a sus reliquias más destacadas. / ALBA VIGARAY

El Hospital del Juguete suena a cajones que se abren y se cierran para dejar ir a los pequeños repuestos que se colocan en el interior de muñecos cojos que, tras la intervención, volverán a caminar. A llamadas de teléfono de clientes que quieren recoger la Nancy que su madre les dejó, quizá sin saberlo, en herencia y que podrán vender en Wallapop por unas decenas de euros o conservar en sus estanterías. A los movimientos de las decenas de tenazas y de alicates que Antonio Martínez Rivas, el doctor jefe de este curioso sanatorio, mantiene colgados en la pared en la que se apoya su mesa de trabajo. "Me vais a hacer las mismas preguntas que me han hecho los periodistas que han venido estos años", desliza, ya cansado de los curiosos que interrumpen su jornada. 

Sin embargo, esta no es una visita cualquiera. EL PERIÓDICO DE ESPAÑA entra en el quirófano de la calle Granada 36, en el distrito madrileño de Pacífico, para escuchar a Martínez Rivas dos meses antes de que cierre definitivamente su Hospital del Juguete, el último que queda en España. Saluda y vuelve a su trastienda para verter una mezcla de escayola en el vacío cráneo de un autómata negro de los años 40 para fijar sus ojos. Va a tardar entre 15 y 20 horas en repararlo. Está reconstruyendo el cogote del bebé de cartón piedra con el trasplante de "un donante que he encontrado por ahí", el de otro Nenuco blanco. "Luego ya lo pintaré para que quede del mismo color". Cobrará unos 30 euros por la intervención. 

Antonio Martínez repara un muñeco autómata de los años 40./ ALBA VIGARAY


Este experimentado cirujano ha dedicado más de 55 años a rescatar los juguetes que le traían en las peores condiciones los vecinos de todo Madrid y que le enviaban desde el resto de España y desde el extranjero. "Me han llegado pedidos de Argentina y de Uruguay", confiesa. Se trataba de otro muñeco autómata y de un avión. Cuando le llegó este último artículo, este particular doctor pensó: "Le va a costar más el viaje que lo que vale el juguete". "Yo le cobré por el arreglo del avión 40 euros y el vuelo le costó 78 euros", señala. También ha recibido encargos del resto de Europa, porque su profesión no prolifera ni en España ni en ningún otro sitio. La principal razón, la importante inversión de materiales de la que hay que hacerse cargo y la escasa rentabilidad que reporta.

Con este trabajo, no he vivido cómodamente. Más bien, he ido tirando"

— Antonio Martínez Rivas

"Con este trabajo, no he vivido cómodamente. Más bien, he ido tirando", dice, para luego añadir que es por eso por lo que "nadie quiere seguir". Cuando las fábricas de juguetes que se repartían por nuestra geografía cerraron, empezaron a desaparecer los sanatorios de muñecos. Las piezas ya no se podían cambiar y había que hacerlas de cero, a medida, con el tiempo de trabajo que ello conlleva. "Para vivir de esto, que es artesanía, tienes que dedicar muchas horas. Hoy se quiere trabajar cuatro horitas y ganar 2.500 euros. Por ello, hoy en día, la artesanía está desapareciendo", reflexiona. 

Recuerda que, en una ocasión, "vino alguien interesado en aprender el oficio", pero se dio cuenta de lo que se cobraba para las horas de trabajo que llevaba y "no le gustó". "Una cosa es que tengas una afición y otra es que trates de vivir de ella", reprocha algo contenido. Con Antonio Martínez Rivas muere prácticamente este tipo de orfebrería. Apunta a que "hay alguien por ahí que hace arreglos de muñecas", pero la reparación de cualquier juguete, desde figuritas de finales del siglo XIX hasta patinetes y motos infantiles fabricadas hace menos de una década, caerá en el olvido a falta de sucesores.

Una de las muñecas por reparar en el Hospital del Juguete./ ALBA VIGARAY


Estos últimos días, desde que en el barrio y en su entorno saben que la fecha de clausura está cada vez más próxima, llega más género y el doctor del juguete ha decidido dejar de coger ciertas cosas que le llevan demasiado tiempo. "Ahora trabajo menos horas porque me canso". A sus 70 años, se suman los tres cánceres con los que ha tenido que batallar. Antes del covid, acabó con uno de colon. Luego, empezó con uno de peritoneo y ahora recibe tratamiento por uno de pulmón. "Hasta ahora, va saliendo bien, veremos", enuncia. Ahora, sólo trabaja por las mañanas en la tienda y un rato por la tarde en una habitación que ha dedicado a su pasión en casa. "Antes venía aquí a las ocho de la mañana y me iba a las nueve de la noche. Me hacía mis 13 horitas", rememora.

Empezó de niño. En 1945, sus padres comenzaron a fabricar juguetes y para 1952, cuando aterrizó el plástico, los Martínez Rivas transformaron su taller en un primitivo hospital para pacientes inanimados. El cambio radical que experimentaron los juguetes durante esos años forzaron a esta familia a reinventar su negocio. "Se asustaron de meterse con máquinas de plástico y empezaron con el servicio técnico", recuerda el doctor. Antonio memorizó las capitales de los países vecinos casi al mismo tiempo que empezaba en su profesión: "Volvía del cole y estaba con mi padre en el banco de trabajo". Tendría tan sólo 10 o 12 años.

El hospital se ubicaba hace décadas en la Dehesa de la Villa, al noroeste del territorio madrileño, hasta que, en 2007, lo instaló en el local que ahora debe abandonar. El 31 de diciembre vence el contrato. "No sé si la propiedad me dará 15 o 20 días para que me dé tiempo a vaciar. No lo sé, porque todavía no he hablado con ellos", lanza. Desempaquetará los cientos de cajas que guarda en el almacén para vender sus últimos trabajos en un mercadillo del 3 al 6 de diciembre. "Lo que no se venda irá a la basura". 

Los niños ya no quieren juguetes

Dos mujeres llegadas desde San Lorenzo de El Escorial, a 60 kilómetros de la tienda de Martínez Rivas, hacen sonar la campanilla de la puerta del Hospital del Juguete. Han bajado a la capital para visitar al doctor con la esperanza de que la muñeca de Famosa que una de ellas le regaló cuando era niña a su hija, que ahora tiene 44 años, vuelva a andar. La ha traído desnuda, porque "para ir al hospital no le hace falta la ropa".

—Ya me dice usted cuánto va a costar.

—Menos de 1.000 euros.

—Si fuesen 500, tampoco los pagaba.

—Si me dieran 500 euros por estos arreglos, no me jubilaba. Serán unos 25 o 30 euros.

—Menos mal. Si no, se queda sin andar.

Antonio Martínez Rivas atiende a dos clientas que llevan una muñeca de Famosa al Hospital del Juguete para que vuelva a caminar./ ALBA VIGARAY


A este paraíso del juguete, entran pocos niños. "Son los menos. Lo que más entran son personas mayores a traer cosas que han encontrado en alguna casa", afirma el dueño de la tienda. "Han venido niños con sus padres o sus abuelos y ellos les enseñaban con qué jugaban cuando eran pequeños y se lo arreglaban para ellos. Yo les decía que ese tipo de juguetes, un coche dirigido por cable, por ejemplo, no lo iban a querer porque son de la generación del mando a distancia ya", destaca. 

Antonio Martínez Rivas ha visto cómo han cambiado las dinámicas de los niños con el paso de los años. Con su hospital y con sus descendientes: "Mi hija es educadora infantil y tiene dos hijos. Tiene que andar restringiendo el tiempo de uso de la tablet, porque, si no, no harían otra cosa. Ahora ves a cuatro críos sentados en un portal y están con la maquinita, aunque estén hablando por mensajes".

"Los niños de ahora no saben jugar. Les sacas del móvil y de la tablet y se acabó. Para los padres también es más cómodo si el crío es un palizas y está molestando", valora el cirujano. Señala que los juguetes antes aportaban "una enseñanza, una cultura". "Cuando jugabas, te imaginabas historias y te buscabas la vida", asegura, al tiempo que busca la mirada cómplice de Joaquín, su amigo desde siempre con el que solo se lleva un mes y con el que ha compartido teta. "Hemos nacido juntos, hasta el punto de que, como mi madre quedó en cama cuando yo nací con ciática, he mamado de su madre. Somos hermanos de leche y todo", enfatiza. 

En su infancia, creaban batallas con indios de plástico y hacían tirachinas con pinzas. Saltaban a la comba e, incluso, a la goma, que "es más moderna". Fabricaban carros de madera con cuatro rodamientos para deslizarse por una calle que ya no es como la de ahora. "Se lo dan todo hecho", dice Antonio, para que su amigo Joaquín puntualice: "Cuando mis nietos están en casa, procuro buscar algo para que se entretengan, pero sólo lo atienden durante media hora. Luego, ya piden el móvil". 

TEMAS